El proceso electoral del 2018 promete ser un espectáculo decadente lleno de descalificaciones mismas que ocuparán el lugar de las propuestas que necesita México para salir de la crisis política económica y de seguridad. Sin embargo, los partidos políticos en lugar de revertir esta tendencia socavan las instituciones al obsesionarse por la toma del poder sin importarles las consecuencias de sus actos, quizá siempre fueron así, pero ahora les resulta imposible disimular su ambición.
En este contexto, no es extraña la cacería de brujas que inició la dirigencia nacional del PRD, ordenó a sus empleados que denunciaran con pruebas a aquellos perredistas que han apoyado a Andrés Manuel López Obrador. A los presuntos traidores se les suspenderán sus derechos políticos o se les expulsará. La lista negra la encabeza: Pablo Gómez, ex presidente del sol azteca, Carlos Sotelo, secretario de Asuntos Municipales del CNE perredista, Víctor Hugo Romo, diputado de la Asamblea Legislativa de la Ciudad de México.
Vale precisar que esta visión se extiende a otras fuerzas políticas: en Morena quien cuestione el liderazgo de López Obrador puede ver truncadas sus aspiraciones. Ahí tenemos el caso reciente de Ricardo Monreal, delegado de la Cuauhtémoc, él trazó una línea de trabajo con el Jefe de Gobierno de la CDMX, Miguel Ángel Mancera y esto fue unos de los varios factores que le costaron no ser candidato de su instituto político en la capital del país; en el PRI su líder Enrique Ochoa llamó a atosigar al dirigente nacional del blanquiazul, Ricardo Anaya acusándolo de enriquecimiento ilícito y de secuestrar el Congreso de la Unión unos días para encubrir sus pillerías; a su vez Anaya cuestionó a cinco senadores calderonistas por haberse aliado al PRI en el fallido intento de avalar el pase automático del procurador Raúl Cervantes a fiscal general de la República. Entre los acusados se encuentra el senador Ernesto Cordero quien está pidiendo un juicio justo.
En este ambiente hostil quedó el tablero político en tres grades alianzas: Morena se unió con el Partido del Trabajo, el PRD sumó fuerzas con el PAN y el Movimiento Ciudadano; en el PRI decidieron ir de la mano con el Partido Verde. Queda claro que en las entrañas de la clase política se impuso el fundamentalismo político el cual está en estrecho contacto con lo que Max Weber llamó ética de la convicción que se caracteriza por hacer responsable al otro del resultado de una acción concreta. Sin duda esta manera de actuar encuentra su asidero histórico en nuestro pasado hispánico inquisitorial, no olvidemos que fue de esta manera como se fundó nuestra nación y la mayor parte de America Latina, desde aquellos ayeres se estimuló un culto a la intolerancia que hace ver a aquel quien no piensa igual a uno como un peligroso enemigo con el que no se puede establecer ningún diálogo.
La disputa de los dirigentes de los partidos políticos bajará a las bases, los brotes de violencia resultarán inevitables y las redes sociales serán el escenario del enfrentamiento. Para el analista Jenaro Villamil la redes tendrán un mayor peso que hace seis años, entre otras cosas por el descrédito que han venido sufriendo los medios de comunicación masivos, entre los más afectados por esta cuestión se encuentra Televisa que a diferencia del 2011 cuando cargó los dados a favor de Enrique Peña Nieto, ahora busca entrar en contacto con todos los presidenciables.
Quien gane la presidencia de la República tendrá que neutralizar el rencor que dividirá a la sociedad y perdurará a lo largo de muchos años y difícilmente se podrá subsanar con buenas intenciones o discursos vacíos.