Si bien es cierto que el convenio que ha registrado ante el INE el Partido Acción Nacional, de la Revolución Democrática y Movimiento Ciudadano, no es aún una coalición o alianza formal en términos electorales; esto representa un paso sustantivo hacia la posibilidad de que estas tres fuerzas caminen juntas hacia la coyuntura de la elección presidencial.
Sin embargo, no acaba de cuajarse esta alianza cuando ya se asoman visos de ruptura. El primero de ellos lo dejaron de manifiesto tres de los aspirantes a encabezar dicho muégano electorero cuando señalaron en senda comunicación que el ungido del mismo a la silla presidencial debiese ser designado a través de una elección abierta. Se trata de Margarita Zavala, Silvano Aureoles y Rafael Moreno Valle.
A ello han proseguido declaraciones en un tono agreste de parte del gobernador de Michoacán, quien ha dicho que no aceptará un candidato nombrado a través de acuerdos cupulares. El otrora promotor protagónico de la tratada partidista quien decía que, por encima de intereses particulares, la alianza pretendía transformar al país; parece ahora darle una patada de desprecio al señalar que “al PRD no le va bien” en el reparto de posiciones cuando hace gobierno junto a Acción Nacional.
La consorte calderonista también ha dejado entrever, a través de interpósitos trascendidos, que dejaría las filas de Acción Nacional y que podría comenzar su carrera presidencial por la vía independiente; ello ante la inminente “anayada” de la que será objeto y con la que se perfila al líder panista como el más claro abanderado del trabuco azul, amarillo y naranja.
Pero las dificultades para la consecución de este acuerdo apenas comienzan. Sea quien sea el candidato, se antoja difícil que la operación cicatriz con los desahuciados y líderes al interior de los partidos, resulte exitosa. De ser un panista el abanderado, la suma de perredistas no será en automático y viceversa.
Un factor de complejidad adicional estriba en la operación territorial, si es que la alianza pretende cuajar en candidaturas a las cámaras federales o a los otros espacios de elección que estarán en juego. Aquí las fugas de liderazgos que se sientan desplazados se acrecentará, mermando electoralmente las sumas que alegremente habían hecho los líderes partidistas al momento de su arreglo.
Pero la peor dificultad reside en la construcción de una plataforma política y una narrativa atractiva para los ciudadanos. El desencanto hacia los partidos políticos cunde en el ánimo social, los problemas y las crisis se agolpan sin que aflore una alternativa para superarlas, y ante ello la hueca idea de un “gobierno de coalición” –única propuesta consolidada del llamado Frente Ciudadano por México- parece más bien el tema de una investigación académica de algún estudiante de ciencias políticas.
Distante de los problemas que aquejan a la ciudadanía y con una retórica inundada de posturas “políticamente correctas” que evitan fricciones entre los líderes partidistas; la mezcolanza amalgamada por la burocracia de los tres institutos en cuestión, camina hacia un colapso y una inmovilidad discursiva que aburre a propios y extraños.
Quizá por eso, y ante la imposibilidad de construir algo que pueda superar mediáticamente el llano debate sobre el reparto de posiciones que está detrás de su “secreto y misterioso” gobierno de coalición, los protagonistas del Frente Ciudadano por México recurren a la invocación del populismo como cáncer a combatir y origen de todos los males del país. Este lugar común de su discurso, sin embargo, terminará pronto por agotarse abriendo paso a la aridez que tiene ese revoltijo de intereses.
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