Carles Puigdemont llegó al Parlamento catalán con la intención histriónica de quedar bien con todos y a la vez con nadie, el peor de los escenarios. Pero lo hizo de manera voluntaria.
La perífrasis de su discurso abrió la interpretación a varios escenarios: declaración implícita, declaración suspendida, declaración a plazos, declaración de nada.
En la parte exterior de su pieza de oratoria se antepuso la estrategia del falso diálogo. Falso porque él sabe muy bien que el gobierno de Mariano Rajoy no aceptará dialogar si no renuncia a la independencia.
Diez días pueden ser 10 años para quien encabece un movimiento independentista al margen de la Constitución.
El domingo 1 de octubre, día del referéndum, Puigdemont estiró la liga al máximo posible por segunda ocasión. La primera lo hizo junto a Carme Forcadell, presidenta del Parlamento catalán el 6 y 7 de septiembre, fechas en las que los diputados proindependentistas aprobaron dos leyes fuera de la Constitución: la del referéndum y la de transitoriedad, es decir, la que da forma a la maquinara legal necesaria para el día después de la declaración unilateral de independencia.
El Consell d’Europa condemna la violència espanyola de l’1-O https://t.co/3kh0j1GVDx
— Carles Puigdemont (@KRLS) October 12, 2017
Estirar la liga por tercera ocasión resultaba ser todo un desafío. Sobre todo, cuando la tarde del mismo martes, Puigdemont recibió un mensaje del presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk: “Me dirijo a usted no sólo como presidente del Consejo Europeo, sino como alguien que cree firmemente en la divisa de la Unión Europea, ‘unidos en la diversidad’, como miembro de una minoría étnica (Tusk es casubo, minoría polaca), como regionalista y como un hombre que sabe lo que siente al ser golpeado con una macana (…) Hoy, señor Puigdemont, le pido que respete el orden constitucional y no anuncie una decisión que haga ese diálogo imposible”.
Para Puigdemont el mensaje fue demoledor porque uno de los pilares en los que sostuvo su campaña independentista fue la Unión Europea: no saldremos de ella, mencionaba.
En efecto, los 10 días que separaron al referéndum de la sesión del Parlamento fueron 10 años para Puigdemont. El suficiente tiempo para no declarar unilateralmente la independencia.
Si las palabras de Tusk encendieron las alarmas en el cuarto de máquinas independentistas, las mudanzas fiscales de bancos y empresas generaron incertidumbre económica en la sociedad catalana. Y como sabemos, los catalanes encuentran en el sector empresarial a un ente que provoca más respeto que el político.
›CRECIMIENTO. El segmento independentista catalán creció de manera acelerada en los últimos siete años: pasó de 11 a 43 por ciento.
El agravio
El segmento independentista catalán creció de manera acelerada en los últimos siete años: pasó de 11% a 43%. En 2010 el Tribunal Constitucional derribó el estatuto, una especie de contrato entre los gobiernos de España y Cataluña. Cinco años antes, en 2005, el tripartito (Partido de los Socialistas de Cataluña, PSC; Esquerra Republicana de Catalunya, ERC; e Iniciativa per Catalunya Verds, ICV) articularon un nuevo estatuto debido a que al vigente lo encontraban rebasado por el tiempo. La fórmula: déficit fiscal y superávit comercial, marcó la relación entre Cataluña con el gobierno central español desde 1978, el inicio de la democracia.
Aprobado en el Parlamento catalán, vía referéndum en las calles de la Autonomía y “cepillado” (así lo expresó Alfonso Guerra, el que fuera vicepresidente de Felipe González) en el Congreso de Madrid, llegó al Tribunal Constitucional gracias al entonces presidente del Partido Popular (PP), Mariano Rajoy.
Es muy importante que el Sr. Puigdemont acierte en la respuesta al requerimiento #11Oct. Los detalles del mismo👇pic.twitter.com/WpGtSoE3Cj
— Mariano Rajoy Brey (@marianorajoy) October 11, 2017
Pocos pensaban que los catalanes olvidarían el agravio de Rajoy. No fue así. Al agravio se sumaron dos elementos: la corrupción del partido Convergència i Unió y la crisis económica.
Desde 2005, el partido que ha ganado más adeptos en Cataluña es ERC, en efecto, independentista en su naturaleza ideológica. Y aquí surge una inconsistencia: si la Constitución española menciona que el país es indivisible, por qué existe un partido secesionista.
En 2014 tres agrupaciones asaltaron la agenda parlamentaria en Cataluña: la Candidatura de Unidad Popular (CUP) y dos asociaciones, la Asamblea Nacional Catalana (ANC) y Òmnium Cultural.
En las elecciones regionales de 2015 Artur Mas (CiU) pidió el apoyo de la CUP porque el número de escaños no son los suficientes para formar gobierno. La agrupación antisistema dijo que sí, siempre y cuando él se retirara del camino debido a los vínculos con Jordi Pujol, acusado de no declarar una herencia familiar. Así llegó el periodista Carles Puigdemont a la presidencia de la Generalitat.
›¿SABÍAS QUE?
Desde 2010, el el Centre d’Estudis d’Opinió pregunta a los habitantes de la comunidad autónoma ¿Quiere que Cataluña sea un Estado independiente?
Puigdemont, un cadáver
Variables exógenas cercaron a Puigdemont. El martes le estalló una bomba política en el Parlamento. La CUP no aprobó el texto que leería a las seis de la tarde. La sesión inició una hora después sin el apoyo de diputados del ente antisistema.
Las ansias independentistas que mostró Puigdemont los días en que se aprobaron las leyes de ruptura y el referéndum, fueron sustituidas por un escenario idílico donde el diálogo con Madrid le abriría las puertas a Cataluña con vistas a la independencia. No será así.
A partir del martes, el gobierno de Rajoy tiene sometido a Puigdemont. Y lo hace porque sabe que hoy ya es un cadáver político. La pregunta es la forma en que Rajoy sacará al muerto de la escena política catalana.
El PP respira hondo, al menos en corto plazo. ERC se frota las manos porque ante las inminentes elecciones autonómicas, ocuparía el primer puesto. EL PSC desfallece en los brazos del PSOE de Pedro Sánchez mientras que el partido españolista, Ciudadanos, contento porque en el trasvase de votos con el PP catalán, será ganador.
La crisis de Cataluña llegará a Madrid muy pronto. La debilidad del PP en el Congreso (gobierna en minoría) la aprovechará el PSOE. En las manos de Pedro Sánchez está la moción de confianza contra Rajoy, y la hará válida durante 2018.
En efecto, Rajoy tendría los meses contados, sin embargo, tiene una poderosa carta. Se trata de una correlación nacionalista: mientras peor le vaya a él y al PP en Cataluña, le irá muy bien en el resto
de España.
No lo olvidemos, Rajoy critica al nacionalismo catalán desde el nacionalismo español. En política, las antípodas ideológicas se encuentran mano con mano.
Decía Mitterrand que los nacionalismos son la muerte. Lo dijo en el Parlamento Europeo de Estrasburgo en 1995. Tiene razón.
Para que España siga existiendo como proyecto colectivo, hay que acabar con la corrupción y escuchar a Catalunya #DiálogoEsSolución pic.twitter.com/BP3QaPMHjF
— Pablo Iglesias 🔻 (@PabloIglesias) October 11, 2017
Ahora, le tocó perder a Puigdemont porque eligió el carril anticonstitucional. Rajoy lo podría acusar de rebelión, y bajo el arco del artículo 155, el ambiente en Cataluña será decorado por el PP. Años complejos los que se avecinan.
LAS ANSIAS LIBERTARIAS DE CARLES PUIGDEMONT CUANDO SE APROBÓ LA RUPTURA Y EL REFERÉNDUM, SE SUSTITUYERON POR UN ESCENARIO IDÍLICO DONDE EL DIÁLOGO CON MADRID ABRIRÍA LAS PUERTAS A CATALUÑA.
Vía Eje Central