Ante la búsqueda de nuevos suministradores que reduzcan la dependencia del gas ruso, Argelia se ha consolidado como un socio estratégico para la Unión Europea en materia de seguridad energética. Sin embargo, el país magrebí, que basa su estabilidad socioeconómica en la explotación de sus hidrocarburos, debe hacer frente a multitud de retos internos para aprovechar todo su potencial, desafiado por una competencia creciente.
A comienzos de 2017 la repentina subida del precio de la electricidad acaparó todas las portadas de los medios españoles. Con ella se alcanzaron unas cifras récords que provocaron la indignación en las calles y obligaron al ministro de Energía a dar explicaciones ante el Congreso. Sin embargo, no muchos ciudadanos españoles llegarían a conocer las razones que estaban detrás de un incremento de hasta el 28% en sus facturas. Además del intenso frío y la escasez de viento, sol y agua en la península ibérica, había otro factor clave más allá del Mediterráneo: los fallos técnicos en las terminales de licuefacción de gas de Béthioua y Skikda, en Argelia. El país magrebí fue incapaz de asumir el aumento de la demanda en Europa y, en consecuencia, los bolsillos de millones de españoles, italianos o franceses se vieron drásticamente afectados.
La moraleja de este suceso es casi literal: cuando Argelia tose, el sur de Europa se resfría. El país africano, noveno exportador mundial de gas, juega un papel preeminente en el suministro energético de los países meridionales de Europa occidental, lo que ha fraguado una sólida relación de interdependencia a ambas orillas del Mediterráneo y ha revalorizado la importancia geoestratégica de este país para el conjunto de la Unión Europea.
Los hidrocarburos, una cuestión de Estado
El gas y el petróleo en Argelia han sido los pilares fundamentales sobre los que se ha basado la economía del país desde su independencia en 1962 y, muy especialmente, desde la nacionalización del sector en 1971. Miembro de la Organización de Países Exportadores de Petróleo desde 1969, Argelia, como tantos otros países africanos ricos en recursos naturales, ha adolecido, para su desdicha, de unos dirigentes que poco han querido saber de la diversificación de la economía y la distribución equitativa de los ingentes ingresos obtenidos de los hidrocarburos. Más bien todo lo contrario: el modelo de desarrollo argelino se ha basado eminentemente en una economía rentista y centralizada sustentada en la exportación de productos derivados del gas y del petróleo que ha concentrado la riqueza en manos de unos pocos. Para ello, el Gobierno se ha servido desde 1963 de la gigantesca Sonatrach, empresa nacional para la investigación, producción, transporte, transformación y comercialización de hidrocarburos que, controlada por la élite político-económica del país, hoy sigue siendo tanto el sustento económico de Argelia como la mayor empresa de toda África.
En los 70, época de bonanza por los altos precios de los hidrocarburos, el régimen argelino, comandado por el Frente de Liberación Nacional (FLN), no aprovechó los beneficios de su exportación para impulsar políticas eficaces que transformaran sustancialmente el sector industrial o agrario del país. Por el contrario, la estrategia llevada a cabo fue la de importar todo tipo de bienes a un alto coste, en detrimento del desarrollo y diversificación de su producción nacional. Confiar la estabilidad socioeconómica de un país en un sector tan volátil como el de los hidrocarburos tiene sus riesgos, y, cuando en 1986 sus precios cayeron un 40%, solo cabía esperar lo que finalmente ocurrió. Las manifestaciones de desasosiego y los disturbios se hicieron comunes en las ciudades más pobladas, lo que obligó al Gobierno a instaurar el multipartidismo en aras de reforzar su legitimidad. No obstante, ante la amenaza de que el Frente Islámico de Salvación, que abogaba por un reparto más justo de la riqueza, ganara la segunda vuelta de las elecciones generales de 1991, el ejército intervino. Comenzaría así la guerra civil argelina, que duraría, como mínimo, hasta 1999.
En las elecciones de ese mismo año, el único candidato que se presentó, Abdelaziz Bouteflika, del FLN, se haría con el poder y se erigiría como hombre de confianza para Europa y Estados Unidos, con los que se comprometió a combatir el terrorismo islamista y a una reforma liberalizadora en el sector de los hidrocarburos. En 2005 el Gobierno anunció una mayor apertura de este sector al exterior, siempre y cuando Sonatrach conservase al menos un 51% de la participación en los proyectos nuevos. Desde entonces, el vínculo energético que une a Argelia con sus vecinos del norte del Mediterráneo ha ido en aumento. Hoy en día se antoja esencial, por un lado, para las necesidades energéticas el sur de Europa, y, por el otro, para la estabilidad económica y social del país magrebí, que encuentra su sustento en las generosas subvenciones públicas y consiguiente asequibilidad de los productos de primera necesidad, como los alimentos básicos, la vivienda o los combustibles.
No obstante, el abrupto desplome de los precios del gas y el petróleo en 2014 ha hecho mella en Argelia, que se ha visto abocada a una grave crisis económica originada en la drástica reducción de sus ingresos. Como en los anteriores periodos de vacas flacas, se ha vuelto a poner de manifiesto la imperiosa necesidad de crear un verdadero tejido industrial y diversificar la economía. La dependencia del gas y el petróleo sigue siendo abrumadora: los hidrocarburos constituyen alrededor de un 30% del PIB argelino, el 95% de las exportaciones y el 60% de los ingresos presupuestarios. Consciente de que los cambios apremian, Argel ha vuelto a otear el horizonte en busca de inversión extranjera que le permita modernizar su sector energético y diversificar su producción, y en estas ha encontrado a la Unión Europea —o, más bien, ambas se han encontrado la una a la otra—.
La dependencia energética de la Unión Europea
La Unión Europea importa el 53% de la energía que consume, una cifra que asciende al 90% si nos referimos exclusivamente crudo y al 66% en el caso del gas natural. En esta manifiesta dependencia energética del exterior, Rusia sobresale como el principal suministrador: en 2016 el 31% de las importaciones europeas de petróleo y el 39,7% del gas natural provenían de este país. En algunos países miembros, como en los bálticos, la dependencia ha sido tradicionalmente total.
La crisis política en Ucrania, que dio origen a una serie de desavenencias entre los dos grandes actores externos implicados, la Unión Europea y Rusia, puso de manifiesto la vulnerabilidad europea ante un eventual corte del suministro de gas ruso, que es al mismo tiempo la gran baza rusa para hacer valer sus objetivos diplomáticos. Este conflicto hizo que en el seno de la UE se tomara conciencia de la importancia de iniciar una estrategia que, a largo plazo, permita a los países miembros reducir su dependencia energética de Moscú. A raíz de ello, la Unión Europea lanzó en 2014 una estrategia de seguridad energética en la que se aboga explícitamente por reducir la dependencia de Rusia y diversificar fuentes de energía, proveedores y rutas. En esta búsqueda por nuevos socios que satisfagan las necesidades europeas, Argelia —que a su vez depende de la demanda de países miembros— se erigió, más que nunca, como aliado energético prioritario.
El que en extensión es el país más grande de África representaba en 2016 el 15,2% de las importaciones de gas natural de la Unión Europea —casi un 4% más que el año anterior—, lo que consolidaba a Argelia como el tercer suministrador de la UE. Si centramos el foco en los países del sur de Europa, observamos que España, principal socio comercial argelino —destino de un 17,4% de las exportaciones—, importa de Argelia el 59% del gas natural que entra en el país. En Italia, Portugal y Francia el gas argelino también representa una cuota muy importante: 16%, 15% y 9,4%, respectivamente.
Ante estas cifras, no es de extrañar que se haya reforzado el mutuo interés por consolidar la cooperación y el entendimiento, lo que ha quedado plasmado en las iniciativas adoptadas en las reuniones llevadas a cabo dentro del marco del acuerdo de asociación entre la Unión y Argelia. Sin ir más lejos, en marzo de 2017 firmaron un acuerdo en el que la UE se comprometió a una inversión de 40 millones de euros con el fin de incentivar el desarrollo y la diversificación de la economía argelina, modernizar su gestión financiera, promover las inversiones europeas en el sector energético y fomentar las energías renovables. Desde 2011, la UE ha concedido a Argelia 273 millones de euros en asistencia financiera; uno de los objetivos a medio plazo es lograr que esté capacitada para implementar en su totalidad el acuerdo de asociación, que preveía una zona común de libre comercio.
Los desafíos de la energía transmediterránea
Las actuales coyunturas y motivaciones geoestratégicas a ambas orillas del Mediterráneo han favorecido indudablemente un clima de buena sintonía. No obstante, el futuro no presenta la certeza que desearían en Bruselas y Argel.
Al sur, la incertidumbre en los ámbitos político y económico es palpable. Económicamente, Argelia sigue a la espera de que se recuperen por completo los precios de los hidrocarburos para ponerle freno a un déficit presupuestario que le hace incurrir en impopulares políticas de austeridad. En lo político, Bouteflika, visto por Occidente como una figura fuerte que ha logrado dotar al país de una supuesta estabilidad política desde la guerra civil, es hoy un octogenario con graves problemas de salud. Cuánto durará en el cargo y cómo sentará su marcha a la estabilidad institucional son incógnitas que preocupan al norte del Mediterráneo. La amenaza de que las muestras de desasosiego provocadas por la situación económica broten por la geografía argelina y de que se avive el conflicto social latente en un país en el que las heridas de la guerra civil difícilmente han cicatrizado también se cierne sobre el incierto devenir del país.
Otro factor de riesgo con el que debe lidiar Argelia es el terrorismo yihadista. Al desafío que supone compartir tantos kilómetros de frontera con vecinos muy inestables, como Libia o Mali, se une la existencia de redes que pululan por el Sahel, como Al Qaeda en el Magreb Islámico. Este grupo fue el responsable en 2013 de tomar por la fuerza una planta de gas en In Amenas y mantener como rehenes durante cuatro días a sus trabajadores, de los que resultaron muertos 38. El suceso puso de manifiesto la vulnerabilidad de este tipo de infraestructuras ante un eventual ataque, que podría conllevar la interrupción de la producción del gas que se exporta a Europa.
Al norte, la Unión Europea sigue presionando para que el país magrebí reduzca su excesiva burocracia y el peso del Estado en la economía, considerados obstáculos para la inversión extranjera. En este sentido, se espera que Argelia, necesitada de una modernización de infraestructuras y de la diversificación de la inversión, siga abriendo gradualmente su economía al exterior.
En cuanto a la estrategia energética de la UE, hay líneas de acción que no convergen con los intereses argelinos. Por un lado, a pesar de que la tendencia vaticinada para las próximas dos décadas es de aumento de la demanda de gas por parte de la UE, la progresiva apuesta de la Unión por las energías renovables puede hacer a Europa paulatinamente menos dependiente, lo que podría afectar negativamente a la economía argelina. Por otro lado, si bien es cierto que desde Bruselas se aboga por una interconexión energética a nivel continental en aras de avanzar hacia una todavía lejana Unión Energética, la realidad actual es que el potencial del gas argelino se ve limitado por la falta de infraestructuras que lo hagan llegar vía subterránea al corazón del continente. Para ello, se antoja vital la finalización del gasoducto Midcat, que conectaría Cataluña con Francia y supondría la extensión del Medgaz, que une Argelia con Andalucía. Sin embargo, las reticencias del Gobierno francés han hecho posponer la materialización de este proyecto, que a buen seguro supondría un acicate para el incremento de la producción y demanda del gas argelino.
La pugna por abastecer de gas a Europa
Así como Argel sabe de su revalorizada posición geoestratégica ante Bruselas, en el país magrebí deben de preocupar los potenciales competidores que también aspiran a sacar provecho de la diversificación de proveedores impulsada por la UE. No hay que irse muy lejos: Libia, tradicional competidor argelino, todavía está lejos de recuperar los niveles de producción de gas previos a su guerra civil, pero poco a poco ve cómo va incrementándose. No obstante, su potencial como exportador de gas pasa evidentemente por una solución a su grave situación política.
En el continente europeo, sin contar a Rusia, Noruega es el principal proveedor: suministra un 34% del gas que la UE consume. Chipre podría convertirse en un suministrador valioso, pero cuenta con el inconveniente de que su gas podría provocar un conflicto con Turquía, que no está por la labor de permitir que los beneficios se queden en la parte grecochipriota. En Oriente Próximo, Israel y Líbano todavía no tienen potencial para subirse al carro de alternativas posibles, en el que ya está asentado Irak, lastrado por su inestabilidad política. Egipto, por su parte, puede aspirar a competidor argelino tras el descubrimiento en sus aguas del mayor yacimiento de gas conocido en el Mediterráneo.
Más hacia el este, Azerbaiyán se postula como un serio contendiente merced al avanzado proyecto del Gasoducto Transadriático, previsto para 2019, que conectará el país azerí con Italia pasando por Turquía, Grecia y Albania. Por otro lado, el rendimiento como proveedor de un vecino azerbaiyano, Irán, que cuenta con las segundas mayores reservas de gas del mundo —solo superadas por las de Rusia, serían suficientes para abastecer de gas a Europa durante 90 años—, es todavía una incógnita. La opción iraní había quedado descartada por motivos políticos, pero con el levantamiento de las sanciones se convirtió en una posibilidad. Sin embargo, la falta de voluntad política y la propia incapacidad de Irán, que paradójicamente tiene que importar gas natural porque no satisface su demanda doméstica, han impedido, por el momento, hacer realidad esta alternativa.
La opción de Turkmenistán sigue siendo lejana ante las dificultades —técnicas y políticas— de construir un gasoducto que atraviese el Caspio o Irán. En el golfo pérsico, Catar, segundo exportador de gas natural del mundo, sí es un competidor que tener en cuenta, merced a sus bajos costes de producción. En julio de 2017, el pequeño país, en aras de incrementar su potencial, anunció que aumentaría la producción de gas un 33% en respuesta a las sanciones de sus vecinos árabes. Sus principales inconvenientes técnicos son su lejanía y la necesidad de importar la totalidad de su gas natural licuado en buques para posteriormente regasificarlo en terminales adecuadas.
Por vía marítima también se encuentran otras opciones, muchísimo más modestas, provenientes del otro lado del charco, como Brasil, México, Perú o Trinidad y Tobago. Estados Unidos, por su parte, aspira a plantar cara a los proveedores tradicionales europeos a largo plazo mediante las exportaciones de gas pizarra. En África, Nigeria es el país mejor posicionado; ya es un suministrador importante de gas en países como España y aspira a reforzar su posición mediante la construcción de dos gasoductos que conectarían su gas con la red europea a través de Argelia y Marruecos.
La transición ineludible
Del devenir político y económico de Argelia dependerá en buena medida su condición de país estratégico para la Unión Europea en materia de seguridad energética. Bruselas se ha mostrado dispuesta a colaborar en la estabilidad —asociada a la perpetuación del statu quo— de su vecino del sur, toda vez que lo necesita firme y fiable ante las amenazas del desabastecimiento de gas y la inseguridad regional. Por su parte, Argel pasa por un momento crucial. La mala situación económica actual debería servir para dejar atrás el inmovilismo político que ha condenado al país desde su independencia y apostar decididamente por el desarrollo en sectores no vinculados al energético. Los hidrocarburos no son eternos y, de hecho, podrían comenzar a menguar en las próximas décadas.
Un país de 40 millones de habitantes, un 26% de paro juvenil, una economía languideciente, una clase política decrépita y corrupta, una guerra civil todavía en la retina y un movimiento islámico en la sombra que espera su momento para hacerse con el poder. Estos son los elementos que componen el intrigante guion argelino. Según cómo avancen en los próximos años, el desenlace puede ser apacible o terrorífico. El norte del Mediterráneo aguarda inquieto.