Es ya grotesco el papel que están cumpliendo los políticos y funcionarios mexicanos incluyendo a algunos “analistas” y hasta académicos calificados quienes se desgarran las vestiduras por la posible desaparición del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) firmado en 1993 por Carlos Salinas de Gortari y el cual fue anunciado como la panacea para que México saliera del subdesarrollo y se subiera al vagón privilegiado del primer mundo en el tren del capitalismo contemporáneo. Incluso, Salinas se dio el lujo de inscribir a México en el selecto club de países ricos de la OCDE (Organización para la cooperación y el desarrollo económico).
Vale confirmar que tal tratado ha significado para México una calamidad que ha golpeado a sectores sociales tan numerosos y claves como los campesinos y pequeños y medianos agricultores, al competir desventajosamente con la explotació tecnificada de Estados Unidos y Canadá y al abrir sin límite a la inversión extranjera la adquisición de inmejorables tierras y zonas turísticas, incluyendo las que la Constitución excluía expresamente y más recientemente, favoreciendo la invasión depredadora del capital extranjero en el sector minero.
Se ha dicho que México creció significativamente en sectores como la producción y exportación de manufacturas; pero, no se menciona que las ramas de mayor dinamismo al respecto son las que encabezan las mismas empresas transnacionales asentadas en el país –como las automotrices- dejando tras de sí la la sobreexplotación de los trabajadores y degradación del medio ambiente.
Se suponía que el tratado abriría la movilidad de personas, capitales y mercancías entre los tres países firmantes; sin embargo, quedó claro que no se puede dar la igualdad de trato entre ovejas y lobos. Al tiempo que Estados Unidos mantuvo la ilegal protección a sus productores del sector agropecuario, continuó restringiendo por varios años el flujo de mercancías del sector primario mexicano como las hortalizas, el camarón y el atún y el tránsito de transporte de carga y hasta la fecha continúa la feroz persecución contra los trabajadores mexicanos que pretenden emigrar hacia ese país. Estos problemas y otros similares han sido denunciados sistemáticamente por la Red Mexicana de Acción frente al Libre Comercio.
Ahora, cuando Trump aplica un cambio radical contra el libre comercio y denuncia todos los tratados firmados por Estados Unidos buscando su máximo proteccionismo comercial bajo la consigna de América Primero, ha emplazado a la renegociación del TLCAN bajo sus términos amenazando con retirarse de él si no le satisfacen las ventajas para su país. Ha dicho que haría concesiones en algunos aranceles como el acero y el aluminio si México acepta pagar el muro fronterizo y hacer más contra el flujo de drogas hacia Estados Unidos. Como si no fueran los adictos de allá quienes mantienen el mercado de las drogas provenientes de todo el mundo.
Tan descabellada postura se basa en su búsqueda de la reelección al congraciarse con el sector que votó por él golpeados por las crisis y la decadencia del imperio. Ahora, no quiere participar en el juego que Estados Unidos construyó por décadas.
Se debe reconocer que en el plazo inmediato la estrategia de Trump le ha dado resultados favorables al hacer crecer la inversión y el empleo en su país y agregando para la repatriación de capitales la disminución de impuestos a los grandes magnates. Pero, ¿por cuánto tiempo podrá sostener en la competencia capitalista los costos de la mano de obra del obrero calificado estadounidense?, ¿podrá competir con esos costos de mano obra con los bajos costos que tienen los países emergentes, por ejemplo?. Además, al salirse del juego de los acuerdos comerciales, le ha dejado el liderazgo a otros, especialmente a China, cuya importancia mundial como exportadora de mercancías ha transitado ya a una impresionante exportación de capitales hacia todos los continentes.
Entonces, en México: ¿queremos tratado o no?. La respuesta es que con o sin tratado México requiere ante todo un nuevo modelo económico y social que le permita recuperar la iniciativa de su desarrollo económico respondiendo a las prioridades de su población y a las potencialidades de sus recursos humanos y naturales estratégicos. Desde esa nueva identidad como país con desarrollo sostenible es posible ubicar su papel en el espacio internacional asegurando el respeto y equidad que debe prevalecer en cualquier acuerdo bilateral y multilateral. El problema fundamental es la subordinación económica insostenible de México antes y después del tratado.
Existen referencias prácticas ejemplares en países de nuestra región como son los casos de las negociaciones económicas y comerciales de Bolivia para la explotación conjunta y equitativa de sus recursos mineros con distintas empresas y gobiernos; el caso de Venezuela y su política diversificada de inversión y comercio con Estados Unidos, Europa, Irán, Rusia y otros y el caso de Ecuador que ha mantenido a raya a la Exxonmobil, una de las petroleras más depredadoras del mundo. Nada de eso se le parece a la entrega desventajosa de los recursos energéticos de México a los negociantes extranjeros asociados a capitalistas mexicanos.