OPINIÓN / ¿Con quién se queda el pueblo?

Por Oscar Carbajal Pérez

He mantenido durante los últimos días en mi cabeza la canción “Latinoamérica” de Calle 13, al estar observando lo que sucede dentro de los países que conforman este continente, y es que, pareciera que la frase “Si se derrumba yo lo reconstruyo…” cobra mucha fuerza dentro de las acciones que se ven entre la sociedad y el gobierno.

Latinoamérica, históricamente ha ido transitando dentro de sistemas electorales que van cambiando de acuerdo a los contextos sociales que se viven, desde dictaduras, democracias y autocracias, así como el capitalismo y el socialismo, las constantes revoluciones y debates ideológicos que se manejan, pero siempre, teniendo en cuenta que las injusticias tarde o temprano caen y se cobra factura a aquellos que vulneraron la soberanía de cada lugar.

Debemos recordar que las revoluciones o grandes movimientos sociales, siempre se dan por la búsqueda de derechos, todo tiene un porque y justamente lo que se está viviendo en países como Chile, Bolivia y Ecuador, son el reflejo del eco social en el que se exige que las necesidades básicas de la misma, se hagan respetar; es decir, cuando la ciudadanía comienza a perder la fe en sus representantes populares y los baja del nicho en el que estaban, sucesos como “la gran marcha” de Chile, demuestran que el poder independientemente del país en el que se dicte, está en manos del pueblo.

La indiferencia social que se vive en un país que tiene 30 años que volvió a elegir a sus representantes de manera democrática (Chile), el día de hoy de manera conjunta, sin usar partidos políticos o referentes artísticos, nos demuestra cómo es que la lucha por el bien común va más allá de los actores políticos y que no siempre se mantendrán en el poder, por más mecanismos que se usen para ello.

En ambientes sociales como el de los países que eligen a sus gobernantes por medio del voto libre y secreto, es muy probable que tarde o temprano las ideologías comiencen a perder fuerza si los políticos no saben mantener el rumbo de lo que se dice con lo que se hace, el equilibrio se rompe y las percepciones que se le da a la gente van de lo bueno, malo, hasta lo espantoso, ya que la democracia es disfrazada de autoritarismo o intereses individuales, acto contrario a lo que se declara en su esencia.

Hemos visto que la cultura de Latinoamérica está decidida a reclamar en cuanto se comiencen a manifestar acciones que vayan en contra del bienestar social, es así que los gobernantes deben tener la voluntad de respetar la decisión de la misma ciudadanía al momento de legitimar a los gobernantes por medio del voto, es algo que no debe pasar por alto en cuanto a la renovación de las élites; un gobierno que se busque perpetuar en el poder sin atender de manera oportuna las necesidades que se plantean, está destinado a salir por la puerta de atrás en cualquier momento.

Ejemplo de ello, lo que se vive en Bolivia, lugar en que una vez celebradas las elecciones que se tuvieron hace poco más de una semana, el descontento social se hace presente al no aceptar qué, Evo Morales será presidente por seis años más, después de que dicha elección no esté legitimada por el presunto fraude electoral que se presenció, ya que todo apuntaba a que se llevara a cabo la segunda vuelta de las elecciones debido a que ninguno de los candidatos había obtenido el cincuenta por ciento de los votos a favor, esto antes de que el sistema fallara y una vez reestablecido, anunciara que Evo Morales es el ganador.

El sistema político está cambiando de manera rápida, como se puede apreciar en Colombia y Uruguay, recientemente con elecciones que han demostrado que la fuerza de los políticos no está por encima de la ciudadanía en estos momentos, los mismos ciudadanos que buscan quien represente sus intereses colectivos de manera eficaz y no solamente sean representantes y tomen parte de los asuntos públicos en sentido individual; cuestión que hoy tiene a Ecuador en un dilema por la alza a los precios de hidrocarburos de manera abrupta.

En estricto sentido, los gobernantes deben ser legitimados y siempre respaldados por la gente que los puso en dichos lugares, sin olvidar que los componentes de un Estado son la población, territorio y el gobierno, lo que da como resultado que la población sea el eje principal de donde todo nace; por ello es que una vez que se es gobernante, el poder establecer diálogo incluso con la oposición, debe ser una de las tareas principales en el encargo que se tiene, lo que no hemos visto y en muchas de las ocasiones, se usa la represión, Brasil, Venezuela y de nuevo Chile, son ejemplo de ello.

Si bien, estos lugares en los que los movimientos sociales ahora tienen la oportunidad de ser partícipes de los órganos de gobierno y comenzar a difundir su manera de ver las cosas, es buena para un sistema que busca la inclusión de todos, a mi punto de vista, se debe tener cuidado con el arribo acelerado de nuevos agentes políticos; y no lo digo por un tema de exclusión, sino por lo que nos ha demostrado en mucho tiempo el análisis de los países con regímenes democráticos flexibles, es decir, donde hay canicas para que todos jueguen, siempre y cuando le echen ganas, que, no por dar apertura a todos, esto se traducirá en acciones de gobierno acertadas.

La estabilidad tal parece que es un tema de agenda de Latinoamérica, pero en lugar de eso, yo pondría el progresar, partiendo de que la estabilidad en muchos lugares ha generado autoritarismo, democrático, inequitativo, pero con elecciones al fin de todo; acciones que para los tiempos en los que vivimos, no suenan para nada bien, ya que si vamos a estar en sistemas democráticos, que sean serios, que sean realmente asegurados y no tengamos duda de las personas que nos representan, ya lo mencioné en líneas anteriores, el desencanto democrático puede ser muy peligroso.

Haciendo una comparación con lo que se vive en México, el movimiento social que demostró el desencanto, pero con el sistema político, fueron las elecciones presidenciales de 2018, en donde contrario a lo que sucede con Bolivia o Venezuela, el arribo a la silla de López Obrador, no fue cuestionado, lo cuestionable ahora, es la manera en como se desarrolla su gobierno, que podría ser algo similar a lo que se vive en Chile, Brasil o incluso en Argentina, donde las voces no son escuchadas del todo y la división social se hace cada vez más presente, razón que devolvió al peronismo a la presidencia argentina, después de que la ciudadanía no aprobara el cambio político que se había dado en 2015, algo similar a lo que se vio en 2012 y 2018 en nuestro país.

En respuesta a la pregunta que es título de ésta participación, diré lo siguiente: el pueblo del siglo XXI se queda con aquellos representantes que atiendan de manera oportuna las necesidades que se manifiesten, con aquellos políticos que demuestren un sentido de progresar más allá de estabilizar, si bien no se puede correr sin poder caminar primero, es la razón por la que los aspirantes a cargos públicos deben estar preparados y no solamente tomar riendas de países de manera acelerada aprovechando una ruptura entre política y sociedad, porque terminarán gobernando con el hígado y no con la razón.

El pueblo latinoamericano se queda con quien respete los derechos de todos, con quien garantice que no existirán los retrocesos, con aquel que acepte que es un representante y tiene que estar a la altura del cargo y con quien aguante el eco de la sociedad, que es demasiado si se lo propone. Ya vimos que más de un millón de personas en Chile salió a manifestarse con un sólo fin: el de avanzar, razón que todos los países, repito, deben buscar. Hemos visto que Latinoamérica parece una caldera hirviendo de necesidades, políticos, reclamos, derechos y cambios; y es que, los países en Latinoamérica se pueden equivocar en varias ocasiones, pero siempre se vuelven a unir para decir “Si se derrumba, yo lo reconstruyo”.