Daniel Márquez Melgoza
El centro cultural Antiguo Colegio Jesuita de Pátzcuaro tuvo el viernes 22 de febrero un evento importante, que convocó a medio Morelia. Bueno, es un decir, a la mitad de la intelectualidad de las artes gráficas y artísticas de Morelia, encabezados por el titular de la Secretaría de Cultura, Claudio Méndez Fernández y funcionarios que lo acompañaron. Y por supuesto a una veintena de patzcuarenses (espero no exagerar). Se trató de la inauguración de una muestra de arte a partir de la Colección Gráfica del Acervo Toledo. También estuvo presente el presidente municipal Víctor Báez Ceja, acompañado de algunos amigos y funcionarios de la alcaldía.
En medio de ese mundo de morelianos pude ver descollante la enhiesta figura del pintor Octavio Vázquez, quien vivió su momento de reconocimiento y de gloria con la mención que hizo de él el secretario Méndez Fernández, como fundador del Centro de Formación y Producción Gráfica del recinto cultural en que nos encontrábamos. Para mí tampoco había pasado desapercibida la presencia de Octavio Vázquez, aunque no con el mismo sentido de aprobación, pues por el contrario, al que escribe le resultaba incómoda y hasta desagradable esa presencia, y diré aquí por qué.
Me explico. Había trabado amistad con Octavio Vázquez allá en el inicio de los noventas del siglo pasado. En 1995 nos encontramos en Morelia y nos pusimos al día de novedades. Mi novedad era que había participado en la restauración del Antiguo Colegio Jesuita como parte del Patronato restaurador; le conté con lujo de detalles la acción restauradora que habíamos emprendido desde 1990. Acabábamos de terminar en noviembre de 1994 la restauración y nos encontrábamos en la construcción del proyecto de centro cultural para darle uso y destino. De mi parte coordinaba el proyecto Academia de Bellas Artes que nos había aprobado recién el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA).
Un grupo político nos tenía inquietos porque pretendía hacer uso de sus influencias políticas para despojarnos del inmueble que acabábamos de restaurar, el cual estábamos empeñados en convertir en el centro cultural que le estaba haciendo falta a la ciudad.
El grupo político movía sus influencias con el gobernador Genovevo Figueroa Zamudio, primero, luego con Ausencio Chávez Hernández, ambos gobernadores interinos. Octavio Vázquez se deshacía en elogios por el trabajo de rescate arquitectónico del inmueble en ruinas que habíamos recibido; y le parecía de lo más injusto que hubiera quienes sin méritos propios pretendieran despojar del edificio a quienes con tanto esfuerzo lo habíamos recuperado para la cultura local.
Lo invité a exponer su obra en nuestro incipiente centro cultural; aceptó y se concretó la exposición el 24 de noviembre de 1995, que se tituló: Numeralia/Pictografías de Octavio Vázquez, que montamos en la hoy Sala Alfredo Zalce. Para ese entonces la madera aún estaba olorosa a nueva, pues apenas había transcurrido un año de haber sido labrada en la totalidad del edificio (Lo digo porque miraba a Octavio Vázquez 25 años después mirando los techos del corredor y de la sala Alfredo Zalce, como olisqueando un antiguo aroma, queriendo tal vez recordar aquel olor primigenio de la madera fresca).
Vino poco después la embestida de parte del gobierno de Víctor Manuel Tinoco Rubí. En defensa de sus acometidas intensificamos las relaciones y entramos en contacto con el ya entonces famoso pintor Francisco Toledo, famoso también por ser un influyente defensor del arte y la cultura patrimonial de Oaxaca. Aproveché un viaje de trabajo a esa entidad y busqué entrevistar al pintor Toledo, para darle santo y seña de la lucha que sosteníamos en Pátzcuaro. Me dedicó generosa atención una tarde-noche de principios de 1996. Debo decir que antes de mi viaje ya le había enviado Francisco Toledo una carta al gobernador Tinoco Rubí, en la que lo invitaba a respetar el trabajo del patronato restaurador del inmueble jesuita. Al final de la entrevista salió el compromiso de exponer en Pátzcuaro una muestra de pintores oaxaqueños, que podría ayudar en la defensa que estábamos haciendo de nuestro proyecto cultural.
Tanto mejoró la relación con el gobierno estatal, que se consiguió que mediante el Instituto Michoacano de Cultura y el INBA se trasladara desde Oaxaca la obra, la cual se inauguró el primero de noviembre de ese 1996, bajo el título: Cuatro pintores oaxaqueños: Francisco Toledo, Rodolfo Nieto, Francisco Gutiérrez y Sergio Hernández. El mismo gobernador Tinoco Rubí acudió a inaugurar la muestra. Por cierto, en ese mismo espacio donde ahora se alojó la Colección Gráfica del Acervo Toledo.
Transcurrió el sexenio de Tinoco Rubí en calma para nuestro proyecto. En perspectiva se prefiguraban mejores condiciones con el cambio de gobierno con Lázaro Cárdenas Batel, a quien durante su campaña habíamos puesto en antecedentes. Instalado el nuevo gobernador en febrero de 2002, entre los primeros nombramientos de su gabinete apareció el nombre del pintor Octavio Vázquez para director del Instituto Michoacano de Cultura. En el Patronato nos alegró saberlo; ya en funciones, invité a los compañeros a hacerle una visita de cortesía, con el objeto de felicitarlo y sondear las posibilidades de trabajo conjunto.
Tras nuestra felicitación al nuevo funcionario cultural, observamos una actitud fría y distante, de Octavio Vázquez; luego vinieron unas palabras suyas desconcertantes: “que ni creyéramos que era gran cosa lo que habíamos logrado hasta entonces; que por el contrario, él veía e imaginaba más lo que hemos impedido llevar a cabo en ese inmueble, por nuestra actitud de aferrarnos a su posesión…” Obvio: tras el intercambio de palabras acordes con la situación inesperada, salimos por piernas del Instituto, sorprendidos de la transformación del funcionario que habíamos creído amigo; regresamos a Pátzcuaro conscientes de que se había iniciado una guerra frontal y definitiva contra el Patronato y su proyecto cultural para Pátzcuaro. Para abreviar, la serie de acciones beligerantes y de acoso, desatadas por él en los primeros meses y en el curso del año 2002, culminaron con la entrega del inmueble al gobierno del estado en diciembre de ese mismo año. Todo lo que el Patronato había conseguido adquirir y atesorar en 12 años de trabajo, le fue recogido, confiscado: una mediana caja fuerte, bitácora de la restauración con miles de negativos de fotografías del proceso de restauración, mobiliario, máquina de escribir, computadoras (2) y sus archivos, libros (la colección de la sala de animación a la lectura), videos, dos pianos (uno vertical y otro de cuarto de cola).
Ningún trato distinto al que se da a unos delincuentes que se hubieran apoderado indebidamente de lo ajeno. Materialmente fuimos echados. Nada se le dejó al Patronato, ni siquiera el recuerdo de un ¡gracias!, protocolario. Esa fue la hazaña que Octavio Vázquez y yo recordábamos, cada quién por su cuenta, aquella tarde del viernes 22 de febrero, mientras respirábamos el mismo aire envenenado por el recuerdo.