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Desde Chile / Diario del Confinamiento / El año que no fue posible

Por María Cecilia Guíñez / Chillán, Chile

Una  buena amiga que trabaja en un hospital me habló por teléfono solo para desahogarse. Quería conversar sobre lo que ocurre, sobre el miedo permanente de contagiar a sus hijos. Un miedo tal como para decidirse a llevarlos fuera de la ciudad, visitarlos cada cierto tiempo con guantes y mascarilla de por medio, sin nada de besos. No es difícil imaginar lo que implica para un niño pequeño estar sin su madre, ni saber por qué ella se protege tanto para estar con él.

Así estamos en Chillán, una ciudad perdida en el sur del mundo que pocos deben conocer.

Quién no esperaba este año… Por lo menos yo sí lo esperaba. Un trabajo nuevo después de 23 años en el anterior. Nuevos colegas, nuevos alumnos (soy maestra, antes rural y ahora urbana)… El año de los Juegos Olímpicos, de estar más cerca de mis hijos y de mi marido comerciante. Todo era bueno.  

Mi nuevo trabajo duró sólo 7 días… hasta que nos anunciaron que el virus llegó a la ciudad.

Hoy somos la segunda ciudad con más contagios a nivel nacional. Y yo siento como si fuera una estafa. Como cuando hace dos años nos dijeron que nos habíamos convertido en un nuevo Estado, pero de inmediato nos abofetearon aclarándonos que éramos uno de las más pobres. La gran mayoría de nosotros esperábamos este año con buenos augurios, pero otra vez sucedió lo mismo.

Y ahora, aquí estamos. Esperando que el 2020 nos deje, pero que nos deje con lo mismo con que lo recibimos. Aunque ya no será posible. Ya tenemos más de 80 muertos.

*          *          *

Comenzó los primeros días de marzo. En forma de anécdota, un colega nos contó que había estado con un amigo, y que este amigo había asistido al gym donde todo comenzó en la ciudad. En ese gym un paciente 0 contagió a varios de los primeros casos. Al principio nos reímos de este colega, le dijimos que no era para tanto y que no pasaría nada.

Hoy, a casi 2 meses después de eso, esa fue la última vez que fui a mi nuevo trabajo y vi a mis nuevos colegas y alumnos.

Hasta el momento no he perdido el contacto con ellos. Sucedió que a nuestro gobierno se le ocurrió la brillante idea del teletrabajo y las clases online, que no funcionan. Cuando pregunté a mis alumnos quién podía trabajar en línea, ninguno tenía los recursos para hacerlo. Lo que decidimos fue mandar capturas forográficas de las actividades, para que luego sus padres y madres transcribieran todo. La realidad nos venció. Como es imaginable, ese sistema no se pudo sostener en el tiempo. Nadie pensó en dos semanas de cuarentena, cierres sanitarios, salvoconductos para salir o entrar a cualquier parte, ni nada de los que vivimos hoy cada día en la ciudad. Incluso uno de nuestros hijos tuvo que volver con su madre, por su seguridad y salud. (Es hijo de mi marido, pero lleva con nosotros más de un año y lo considero mío).

Suelo no ver las noticias. Les creo poco, pero me alarmo ver en el estadio un hospital de campaña. ¿Esperando a quién? La mayoría de nosotros aún no le toma el peso a la situación. Seguimos saliendo a la calle, haciendo las compras, viviendo nuestras vidas normales. “Los quédate en casa” de la TV ya no sirven. Las restricciones tampoco. Solo la gente del sector Salud, la más afectada, realmente conoce la realidad de esta pandemia.

Tengo la impresión de que todo es más grave de lo que se dice.

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