Por: Jorge Luis Hernández Altamirano
Más allá del lamentabilísimo mensaje de TV Azteca a través de su conductor de noticias Javier Alatorre, la furibunda reacción de las redes sociales dejo claro que, este momento, Hugo López-Gatell es un activo importantísimo para el gobierno del país.
López – Gatell se ha convertido, para los simpatizantes del gobierno, (incluidos aquellos más o menos desencantados), en la garantía de que esta administración se toma en serio las cosas y que cuenta con personal preparado para gestionar una crisis de estas dimensiones. Al mismo tiempo, los opositores entienden que es mejor que un epidemiólogo, y no el presidente, esté encargado de comunicar en una crisis como esta.
Gracias al subsecretario, una parte de la opinión pública abandonó el discurso anticientífico que imperó en la primera parte del sexenio, que atribuyó a los tecnócratas los malos resultados de las más recientes administraciones y que identificó a perfiles como el suyo (con posgrados en el extranjero y años de experiencia profesional y académica) como malos servidores públicos, creencia que el presidente López Obrador sintetizó en el famoso: 99% honestidad y 1% de capacidad.
Por el contrario, ahora se asegura que sólo los expertos pueden tomar parte de las discusiones de las cosas públicas. Es extraño que, en un contexto en el que se busca dar mayor impulso a procesos de democracia deliberativa, el acto de opinar sobre los temas de actualidad deba estar precedido de la exhibición de credenciales y títulos que respalden tener algo que decir.
Esa falacia de argumento de autoridad se ha utilizado para ridiculizar todas las críticas que se hacen respecto al trabajo de López-Gatell, pues se asegura que en tanto que su labor es científica sus decisiones que toma están alejadas de cálculos políticos.
Ante esto, las preguntas de gobiernos locales, científicos, periodistas y ciudadanos no son atendidas y, de hecho, son atacadas en redes. Se acusa de mezquindad ante la tragedia y de politizar la crisis. Pero, más allá de las motivaciones de los críticos, hay aspectos que, ya por la experiencia en otros países, investigaciones científicas o recomendaciones de la OMS merecen atención, por ejemplo, el retraso en el reporte de los casos, los criterios utilizados para conocer el número de casos por estado, el uso o no de cubrebocas, la construcción de escenarios tomando como base a Hubei, y no a otros países, y la utilidad del modelo centinela para un virus nuevo, por mencionar sólo algunos.
El Doctor es un experto en epidemiología, pero, como subsecretario y vocero, es responsable de diseñar y aplicar política pública. Y, en tanto que los propios científicos deben tomar decisiones sobre sus investigaciones, lo que acaba con el mito de la neutralidad de la ciencia, está claro que la consigna de “no dañar la economía y proteger la salud” es una decisión política que ha asumido y sobre la que ha construido una estrategia, independientemente de las herramientas científicas de las que eche mano para sostenerla.
Todos los días, el equipo del subsecretario, y él como responsable, deciden qué y cómo presentar los datos en las conferencias, qué declaraciones de gobernadores y cómo responderlas hasta cuestiones que parecerían inofensivas como el uso de ciertos colores en la presentación de sus mapas o la cifra a la que le ponen más atención (número de casos confirmados, número de casos activos, número de personas fallecidas, etc.).
Cuestionar a López-Gatell no es un llamado a atacar las recomendaciones de aislamiento, ni un deseo de que todo salgo mal. Más allá de filias y fobias, la labor del subsecretario deberá ser evaluada en tanto diseñador y aplicador de una política pública esencial para el país. El tiempo dirá si tuvo la razón; pero, aun suponiendo que López-Gatell es totalmente ajeno al contexto político y toma estrictas decisiones basadas en evidencia científica ¿no es la duda uno de los principios epistemológicos de la ciencia?
Politólogo por la UNAM y el COLMEX, constitucionalista por el CEPC, @HernandezJorge