Por Patricia Padrón
Hoy, Michoacán enfrenta el máximo reto desde el primer registro de casos positivos de COVID-19 el pasado 21 de marzo. A diferencia de muchos estados del país, con las medidas implementadas por el Gobierno estatal, –las cuales fueron duramente criticadas e incluso politizadas–, la entidad entra apenas a la llamada fase tres, contabilizando ya por más de mil los enfermos por este virus y con cien muertes de pacientes, cuyas comorbilidades o un sistema inmunitario débil les costó la vida.
Pese a todos los esfuerzos del personal de salud en los hospitales por salvar vidas, hoy los michoacanos son los responsables de cuidar y proteger a los sectores vulnerables. No hay más, la sociedad deberá salvaguardar la salud de sus ancianos, pacientes oncológicos, diabéticos, hipertensos o con problemas de obesidad.
En las recientes encuestas, el Gobernador Silvano Aureoles está como uno de los mandatarios mejor evaluados por su manejo en la crisis sanitaria, con diversas acciones para atender -desde diferentes frentes-, las necesidades de la población, como atención médica, alimentaria, educativa, psicológica y de violencia en el hogar, con atención permanente a través de la red de servicios estatales.
Pero ninguna medida será suficiente si la sociedad no adopta, como un estilo de vida, las medidas preventivas para evitar contagiarse de COVID-19-. Recordemos que solo el 20 por ciento presentará síntomas, por lo que, sin saberlo, quién no siga las recomendaciones podría infectar a algún familiar sin saberlo.
El virus llegó para quedarse; es nuevo. No existe tratamiento ni vacuna, y aunque se autolimita en personas sanas y con un sistema inmune fuerte, sus complicaciones pueden terminar con la vida. “La nueva convivencia”, como Aureoles le ha denominado a la etapa que estamos entrando es seguir usando el cubrebocas, no tocarse la cara con las manos sucias, lavarlas o desinfectarlas constantemente y mantener el distanciamiento social, y todo un cambio en la forma y estilo de vida. He ahí el verdadero reto.