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¿Por qué una carta de 153 intelectuales de EU hace arder al mundo de la cultura?

Metapolítica

Morelia, Michoacán.- La “cultura de la cancelación”. Así se le llama al hecho de retirar el apoyo a personajes públicos, organizaciones u asociaciones que intencional o casualmente dijeron algo considerado objetable u ofensivo.

El término, perteneciente al mundo de las ciencias sociales, se encuentra en boga debido a la carta firmada por 153 intelectuales estadounidenses que llaman a terminar con la extendida práctica de subordinarlo todo a los postulados de lo “políticamente correcto”.

Para comprender la lógica hay que retroceder.

El pasado 8 de junio la escritora Joanna Rowling, autora de la saga de Harry Potter, fue acusada de transfobia tras publicar una serie de tuits sobre las personas transexuales. Sus palabras literales fueron:

“‘Personas que menstrúan’. Estoy segura de que solía haber una palabra para esas personas. Que alguien me ayude. ¿Wumben? ¿Wimpund? ¿Woomud?”

Fue suficiente para que ardieran las redes y fuera declarada persona non grata, pese a sus posteriores disculpas (y también otros tuits del mismo tono).

El hecho instaló una pregunta que atraviesa toda la discusión:

¿es apropiado que en nombre de la corrección política la gente deba dejar de opinar?

¿No es más adecuado discutir hasta el cansancio para que la propia dinámica de un debate termine por insinuar una postura más correcta?

Y terminó —en realidad aún no acaba— con la carta publicada la semana anterior por la revista Harper’s.

“El libre intercambio de información e ideas, el alma de una sociedad liberal, se está volviendo cada vez más restringido”, advirtieron los firmantes, entre quienes se cuentan liberales de tomo y lomo como Noam Chomsky, quizá el más prestigioso entre todos los nombres. “La restricción del debate, ya sea por parte de un gobierno represivo o una sociedad intolerante, invariablemente perjudica a quienes carecen de poder y hace que todos sean menos capaces de participar democráticamente”.

El hecho es que cualquier intelectual mínimamente preparado, de la tendencia que sea, coincide en que las visiones colectivas tienden a responder a momentos específicos de la historia. (Las 153 firmas de la carta así lo comprueban).

Y por eso mismo, no pueden ir más allá.

Bajo la égida de la corrección política no hubieran visto la luz obras universales de las artes, entre ellas la mismísima “Lo que el viento se llevó”. “Si vamos a juzgar todo el pasado con los criterios morales del presente, habría que borrar la historia completa” sintetizó hace un mes la historiadora chilena Sol Serrano. “Los artistas que se puedan considerar como tales, entre otras cosas evitan las tan de moda llamadas zonas de confort”, dice el español Esteban Linés. Y el mismísimo Mario Vargas Llosa aseguró en 2018: “la función del arte es sacar los demonios de la jaula y mostrarlos a plena luz”.

En medio de la polémica, Metapolítica traduce y expone la carta de los 153 intelectuales que hoy hace hervir al mundo de la cultura.

“Nuestras instituciones culturales se enfrentan a un momento de prueba. Las poderosas protestas por la justicia racial y social están llevando a demandas de reforma policial, junto con llamamientos más amplios para una mayor igualdad e inclusión en nuestra sociedad, especialmente en la educación superior, el periodismo, la filantropía y las artes.

Pero este cálculo necesario también ha intensificado un nuevo conjunto de actitudes morales y compromisos políticos que tienden a debilitar nuestras normas de debate abierto y la tolerancia de las diferencias a favor de la conformidad ideológica.

Mientras aplaudimos el primer desarrollo, levantamos nuestras voces contra el segundo. Las fuerzas del antiliberalismo están ganando fuerza en todo el mundo y tienen un poderoso aliado en Donald Trump, que representa una amenaza real para la democracia. Pero no se debe permitir que la resistencia endurezca su propio dogma, algo que los demagogos de derecha ya están explotando.

La inclusión democrática que queremos solo se puede lograr si hablamos en contra del clima intolerante que se ha establecido en todos los lados. El libre intercambio de información e ideas, el alma de una sociedad liberal, se está volviendo cada vez más restringido.

Si bien hemos llegado a esperar esto en la derecha radical, la censura también se está extendiendo más ampliamente en nuestra cultura: una intolerancia de puntos de vista opuestos, una moda para la vergüenza pública y el ostracismo, y la tendencia a disolver cuestiones políticas complejas en una ceguera moral.

Es demasiado común escuchar llamados a represalias rápidas y severas en respuesta a las transgresiones en el habla y el pensamiento. Más preocupante aún, los líderes institucionales, en un espíritu de control de daños en pánico, están aplicando castigos apresurados y desproporcionados en lugar de reformas. Los editores son despedidos por dirigir piezas controvertidas; los libros son retirados por presunta falta de autenticidad; los periodistas tienen prohibido escribir sobre ciertos temas; los profesores son investigados por citar trabajos de literatura en clase; un investigador es despedido por distribuir un estudio académico revisado por pares; y los jefes de las organizaciones son expulsados ​​por lo que a veces son simples errores.

Cualesquiera que sean los argumentos en torno a cada incidente en particular, el resultado ha sido estrechar constantemente los límites de lo que se puede decir sin la amenaza de represalias. Ya estamos pagando el precio con mayor aversión al riesgo entre escritores, artistas y periodistas que temen por su sustento si se apartan del consenso, o incluso carecen de suficiente celo en el acuerdo.

Esta atmósfera sofocante dañará en última instancia las causas más vitales de nuestro tiempo.

La restricción del debate, ya sea por parte de un gobierno represivo o una sociedad intolerante, invariablemente perjudica a quienes carecen de poder y hace que todos sean menos capaces de participar democráticamente. La forma de derrotar las malas ideas es mediante la exposición, la discusión y la persuasión, no tratando de silenciarlas. Rechazamos cualquier elección falsa entre justicia y libertad, que no puede existir la una sin la otra.

Como escritores, necesitamos una cultura que nos deje espacio para la experimentación, los riesgos e incluso los errores. Necesitamos preservar la posibilidad de desacuerdos de buena fe sin consecuencias profesionales nefastas. Si no defendemos exactamente de lo que depende nuestro trabajo, no deberíamos esperar que el público o el estado lo defiendan por nosotros”.

Checa la carta original (en inglés) y sus firmantes aquí.




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