Por Eduardo Pérez Arroyo
Morelia, Michoacán.- Entonces en la ciudad la urbanización era incipiente y el agua potable escasa. Decenas de michoacanos se establecían a diario en Morelia y la demografía avanzaban más rápido que cualquier planificación. No había agua que bastara. Hombres, mujeres y caballos de las zonas marginales debían esperar que llegara la lluvia y se llenaran los pozos o recorrer grandes distancias para beber.
La ciudad crecía. El servicio no daba abasto.
En las casas, destiladeras de piedra filtraban el agua que los aguadores, con precisión de equilibrista, pasaban de casa en casa ofreciendo por toda la ciudad cargando sus maromas –un palo con un bote de agua en cada extremo–. Cada viaje costaba dos centavos. Otros conservaban el agua en los patios de las casas al interior de las tinajas de barro de Zinapécuaro.
Era la década de los 20. Además de aprovechar a los aguadores, filas enteras de morelianos se congregaban frente a las antiguas pilas, estratégicamente colocadas. Durante décadas fueron centro de reunión, y algunas también atraían a comerciantes fijos y curiosos que llegaban para llevarse el agua y enterarse de las ultimas noticias o de los avatares del prójimo.
Muchas de esas pilas sobrevivían de tiempos pasados. Muchos barrios sacaron de ahí su nombre, y eran el símbolo más recurrente para delimitar ciertos sectores de la vieja Morelia. Pocas se conservan. Sucesivos gobiernos las quitaron para siempre.
Filas enteras de morelianos se congregaban frente a las antiguas pilas, estratégicamente colocadas. Durante décadas fueron centro de reunión, y algunas también atraían a comerciantes fijos y curiosos que llegaban para llevarse el agua y enterarse de las ultimas noticias o de los avatares del prójimo.
LAS QUE QUEDARON
En el cruce de la Calle de la Corregidora con Nicolás Bravo subsiste la vieja Pila del Santo Niño. Los morelianos antiguos recuerdan el mercadito del costado, y un bebedero para bestias que perdura en el lugar.
Muchos que vieron esa vieja Morelia atestiguan el permanente color terroso del agua: los caballos erraban el rumbo y, despreciando sus bebederos, saltaban directo a la pila.
Por los rumbos del templo de San José se ubica una de las más antiguas pilas de la ciudad. Hasta el lugar llegaban vecinos en busca del líquido y a mirar la hora en el viejo reloj del templo, que hace años se detuvo y así se quedó. Otra, la Pila del Carmen, se situaba frente a uno de los primeros parques infantiles que se construyeron en la ciudad. Con los años el parque desapareció. La pila se mantiene.
En la esquina de Héroes de Nacozari con 5 de Febrero, por el antes llamado barrio Jauja, aún está la Pila de La Mulata. Cuenta la leyenda que ahí se ahogó la mujer que dio el nombre a la fuente tras una riña por celos. En otro sector de la ciudad, frente al Jardín de Las Rosas, la pila del mismo nombre y la sombra en las losas refrescaron durante décadas a los estudiantes del Colegio Nicolaita.
Como tantas otras obras arquitectónicas de Morelia, las pilas son testigo privilegiado de otras épocas: la del Soldado, en Corregidora y Cuautla, cuyo nombre desciende de la leyenda que narra la decapitación de un soldado en las guerras contra los franceses y cuya humedad provocaba que en las calles sin drenaje brotara el pasto dotando al sector del nombre de El Zacatito; la de la Plazuela Carrillo, en donde hubo un jardín infantil en el que el viejo Don Cheto ofrecía dulces y que con el tiempo desapareció para dar paso al Monumento a la Madre.
Las pilas morelianas gozan de buena salud. Se aparecen incorporando movimiento a la rígida piedra, refrescando al viajero casado y humanizando el trazo urbano: la de Villalongín, en el jardín del mismo nombre y para muchos la más hermosa de la ciudad; la del Jardín Azteca, al finalizar la Calzada de Guadalupe o Fray de San Miguel; la de la Plaza de las Capuchinas; la Fuente de Sorinne, a un costado del antiguo templo de la Compañía.
Por las pilas atraviesa gran parte de la identidad de la ciudad. A menudo son escenario de leyendas que todos recuerdan y que los más avezados utilizan para entretener a la novia de turno: la del Ángel en García Obeso con Guerrero, llamada así luego de que –cuenta la leyenda– un ángel salvara a una niña que cayó accidentalmente al agua; la del Gallo Negro en Antonio Alzate con Juan José de Lejarza, cuyo símbolo permanentemente pasa a aumentar el patrimonio personal de morelianos y afuerinos amigos de lo ajeno.
Por las pilas atraviesa gran parte de la identidad de la ciudad. A menudo son escenario de leyendas que todos recuerdan y que los más avezados utilizan para entretener a la novia de turno: la del Ángel en García Obeso con Guerrero, llamada así luego de que –cuenta la leyenda– un ángel salvara a una niña que cayó accidentalmente al agua.
LAS QUE YA NO ESTÁN
Frente a las que subsistieron desafiando a la modernidad, otras cayeron. El pragmatismo urbano, la gestión de ediles poco aficionados al patrimonio histórico y continuas intervenciones las desaparecieron para siempre. Con un poco de suerte algunas se reinstalaron y siguen en pie. Otras no.
Alrededor de la Plazuela de la Soterraña los chachareros vendían toda clase de herramientas, ropa usada y mercancías. Un tumulto de mocosos jugaba a la roña, la escondida y policías y ladrones. Los que vivían por la vecindad del Socorro y la calle Aldama la recuerdan. Años después el lugar fue remodelado y nuevas generaciones tejieron nuevas historias. La pila aun está, pero el entorno cambió. Ya no están los Baños de La Soterraña, y la plazuela es ahora el Jardín de Rayón.
La actual Terminal de Autobuses fue en un tiempo la Plazuela de las Carmelitas. A un costado estaba el convento del mismo nombre, una pequeña capilla y la pila. La leyenda de Doña Rosaura y el noble español Alfonso Berzabal tiene ahí su escenario. Con el tiempo y la construcción de la actual Central Camionera desapareció el convento, la capilla y la fuente. Desaparecieron también las leyendas. Pronto doña Rosaura no tendrá en donde llorar a su galán.
Frente al templo de San Juan estuvo la Pila del mismo nombre: cuadrada, a ras del suelo y de unos cinco a seis metros por lado. En el centro había un jardín verdeado permanentemente por la humedad ambiental. La modernidad, el Mercado de San Juan y las instalaciones de Policía y Transito acabaron para siempre con el lugar y su historia.
La Pila del Cortijo estuvo en las Cinco esquinas, intersección formada por las Guadalupe Victoria, Lerdo de Tejada y Santiago Tapia. Al frente estuvo la antigua hacienda del Cortijo, de la familia López Ortiz. Los más antiguos recuerdan una infancia de viajes interminables en busca de agua para el uso doméstico y el alivio cuando aparecía algún aguador. Con el tiempo se fraccionaron los terrenos, se abrieron calles y se retiró la pila. Un gobernador la restituiría más tarde, ya sin la hacienda ni las Cinco Esquinas.
En una plazoleta, frente a Lerdo de Tejada y la Madero, rodeada por la vía del tranvía, la Pila de la Montaña acogía a otros tantos. El lugar era paso obligado de estudiantes y comerciantes de la zona. Su limpieza era tal que muchos bebían el agua que brotaba. Después, durante la pavimentación de la Madero, desapareció para siempre.
En otros sectores la modernidad también las sepultó: la de la Plaza de Toros, en donde ahora está el Hotel Presidente y la Central Médica; la del Hospital Civil del IMSS, en donde hoy se ubica el Monumento a los Niños Héroes; la del Mercado de San Agustín, hoy bajo la explanada; la del Jardín de los Artilleros de 1847, en donde hace tiempo existió el jardín de los Caballitos; la del Zárate, en la Aquiles Serdán entre Amado Nervo y Miguel Silva; la antiguamente ubicada en la actual Plaza Ocampo; la de la Torre de Babel, en la intersección de la Vicente Santa María y Mariano Elizaga.
En la escalinata de la que alguna vez fue la Casa de Cristal también hubo una fuente. Hasta ahí llegaban a refrescarse los más chicos después del béisbol en el Parque Juárez. Se empinaba sobre una columna y por adorno tenía dos ranitas. Desapareció al remodelarse el lugar, y más tarde fue repuesta por alguna autoridad en el Bosque Cuauhtémoc. Hoy se conoce como Fuente de Las Ranas, pero nadie se refresca en ella: de sus bocas no brota agua y sólo adorna.