Por Eduardo Pérez Arroyo
Morelia, Michoacán.- La vocación dictaba la norma. Entre tertulias nocturnas, interminables vasos de café y a veces alguna bebida más espirituosa, los reporteros primerizos se construían y los más viejos compartían los trucos del oficio.
Eran tiempos más serenos. La información podía ser errada o sesgada, pero jamás una mercancía.
Hasta la madrugada, muchos esperaban en algún bar que cerraran las imprentas y comenzara el reparto para hojear su propia edición del día. También se revisaban las noticias publicadas en las veredas de enfrente. En un mundo sin televisión, blogs, foros de internet ni radio especializada en noticiarios, la información era un bien preciado y los reporteros sabían la fecha del cumpleaños del hijo de la fuente recurrente, que podía ir desde un funcionario de gobierno hasta la fulana que trabajaba por las noches en una esquina del centro.
Ante la falta de carreras universitarias, las letras requerían de cultura. Un buen reportero debía ser veraz, sagaz, prudente, respetuoso y comedido si quería lograr la información. También, cosa vital en el oficio, debían saber improvisar a tiempo si las circunstancias obligaban. Los cronistas de deportes lo eran también de cocina, los reporteros de la policíaca se atrevían con la política y el de espectáculos perfectamente podía aparecer al día siguiente comentando en las planas internacionales.
Entonces, cuando la veracidad se imponía por sobre la inmediatez, había más tiempo para ensayar y equivocarse. Y esas horas pacientes surgían las mejores plumas de varias generaciones.
Ante la falta de carreras universitarias, las letras requerían de cultura. Un buen reportero debía ser veraz, sagaz, prudente, respetuoso y comedido si quería lograr la información. También, cosa vital en el oficio, debían saber improvisar a tiempo si las circunstancias obligaban.
Era también un tiempo de idealismo político y guerras recientes. Y las referencias de los reporteros neófitos eran intelectuales y no influencers. Muchos ingresaban a los medios pensando en el Pullitzer, en las crónicas de guerra de Hemingway y en los 60 Minutos del legendario Edward Murrow. También había espacio para el periodismo de opinión, que requería atrevimiento y cultura. La prisa no imponía bajar la calidad del trabajo, y más valía hacerlo bien. Muy pocos olvidaban su taza de café hasta el punto de dejarla enfriar.
Hasta la cuarta década del siglo XX, con dos guerras mundiales y dos ideologías totalitarias avanzando por el mundo, hubo buena escuela para enseñar a hacer periodismo a interminables generaciones. Para saber cómo abordar las noticias bastaba leer los reportes de la segunda guerra Mundial y de la Guerra Fría en la Associated Press, o los análisis de Orwell sobre la guerra sucia en la España de la Guerra Civil. En Michoacán, grandes ilustrados percibieron temprano la importancia de cubrir los eventos con sabiduría. A inicios de los ’50 cobraba fuerza el periódico La Voz de Michoacán.
Era también un tiempo de idealismo político y guerras recientes. Y las referencias de los reporteros neófitos eran intelectuales y no influencers. Muchos ingresaban a los medios pensando en el Pullitzer, en las crónicas de guerra de Hemingway y en los 60 Minutos del legendario Edward Murrow.
MORELIA, AÑOS 50
Aún estaba lejos la televisión, y las pocas radios y revistas de prensa escrita se repartían la escena periodística y comunicacional. En el dial el maestro José Martínez Ramírez, el legendario Tío Pepe, transmitía sus programas y enseñaba a don Augusto Cairé Pérez, El abuelito Tito, a hacer los suyos.
El periódico AQUÍ se vendía los domingos por la noche a la salida del Eréndira, del Rex y del Colonial. Para conseguir los resultados del fútbol de la Primera División y otras noticias deportivas, los reporteros debían echar mano a sus mejores mañas y otros de algún dial apenas audible proveniente del DF. La escasez de recursos se suplía con ingenio y cualquier reportero bien nacido sabía que había que hacer frente irrestrictamente a cualquier mandato del jefe por extraño que pudiera parecer.
Sin prisa, pero sin pausa, en AQUÍ el maestro Maciel parado en su única pierna traspasaba las letras y procedía a la impresión. Cuando por alguna razón fallaba el proceso la información se perdía para siempre: al día siguiente, temprano por la mañana, los periódicos La Afición y Esto, ambos del DF, robaban definitivamente el público a los esfuerzos locales.
Además de aprender en la práctica, esas primeras generaciones de reporteros de la ciudad hacían lo suyo por gusto y no recibían sueldo. Cuenta don Enrique Ibarra Carrón, uno de esos pioneros, que a él no le pagaban “ni cinco centavos partidos por la mitad” y que lo único que recibió una vez fueron unos zapatos fiados que, a su vez, nunca pagó.
Durante esas primeras épocas el oficio requería nervio y mucha calle. “Las noticias no vienen a la redacción, las noticias están en los bares… o en las salas de espera de las notarías”, narraba don Miguel Ángel Aguilar, agregando que el método era tan infalible que en un bar se enteró de la muerte del general Francisco Franco. En Morelia la sentencia pegó temprano y los reporteros se reunían en la Cantina de Willy, en los bares de los portales Hidalgo o Galeana o en cualquier lugar en donde se pudiese disponer de asiento y conversación gratis.
Lo que hoy muchos aprenden en la escuela —o no aprenden nunca—, entonces se aprendía de primera mano y sin ayuda.
La enseñanza universitaria del Periodismo en América Latina comenzó en los años 50 y 60, y desde entonces el trabajo comenzaría a ser profesional y remunerado. Con el tiempo la especialización temática se convirtió en la mayor característica y eso permitió a los reporteros hacerse expertos en un tema, y también trajo problemas a la hora de manejar con soltura los distintos géneros periodísticos y saltar de una sección a otra sin complejos.
Lo que hoy muchos aprenden en la escuela —o no aprenden nunca—, entonces se aprendía de primera mano y sin ayuda.
ADIÓS PERIODISMO CRÍTICO
Algunos de esos viejos atributos del profesional están en retirada. La comunicación social, entendida como el verdadero servicio al público, también lo está. La sobresaturación de periódicos, revistas y medios en internet ha reemplazado la credibilidad, el respeto irrestricto a la información de primera mano al afán por vender y la prensa dedica menos páginas al periodismo de investigación y más al de farándula.
El ritmo frenético de la comunicación actual posibilita acceder a la información, pero no darse el tiempo para analizarla e interiorizarla como se debe. El énfasis en la noticia política se trasladó a otros asuntos más masivos y muchísimo menos trascendentales. En los bolsos no hay máquinas de escribir y sí laptops que permiten conectarse a internet y evitar perder largas horas en la investigación de primera mano. La ética profesional fue reemplazada por páginas en la prensa rosa, el debate se trasladó a los blogs o foros de internet y muy pocos se atreven con la crónica.
Hoy el chasquido interminable de las viejas Underwood o Remington es cosa de la historia. Muchos añoran a los periodistas de la vieja escuela, menos especializados pero infinitamente más universales. Las tertulias nocturnas para comentar la noticia del día fueron reemplazadas por más minutos en la televisión, salidas al antro y likes a costa de lo que sea.
La añeja costumbre de conversar con el prójimo desaparece un poco más cada día, y sólo algunos reporteros aún resisten a los tiempos con recorriendo la noche con un periódico recién salido de la imprenta en una mano y una taza de café caliente en la otra.