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#HISTORIA // La vida después de los arcos: los viejos portales de la ciudad

Por Eduardo Pérez Arroyo

Morelia, Michoacán.- Muchos, aún hoy, cuentan la historia por entre los recovecos rosas de la noble ciudad.

Un policía auxiliar vigilaba la esquina de la antigua calle Real –después calle Nacional, hoy Avenida Madero– e Ignacio Zaragoza, en el Portal de Guadalupe –hoy Portal Hidalgo–, justo al frente de la Plaza de los Mártires –hoy Plaza de Armas–. Su esposa, la Güera, tuvo a bien instalar una dulcería en plena esquina.

Sucedió que de mucho vender y observar, observó que su marido se arrancaba con otra.

Enloquecida de amor y despecho, escoba en mano, la Güera recorrió durante años los locales del centro para ofrecer barrer las fachadas. De su policía, solo se sabría que junto con su nueva afortunada se hizo porrista del Atlético Morelia y se le perdió el rastro para siempre.

Esta y otras historias recuerdan aún los habitantes o visitantes más antiguos del lugar.

El de Guadalupe, hoy Hidalgo, siempre fue el más animado de todos los portales del centro. En medio de construcciones afrancesadas y balcones con frontones curvos y balaustrada, en él se reunieron cotidianamente los morelianos para tomar café y analizar los sucesos internacionales, como guerras y revoluciones, y los de la muy noble ciudad, como policías infieles y barrenderas enloquecidas de amor.

En los portales, galerías, terrazas, cafés, late el pulso de cualquier ciudad que se precie de tal. El pulso de la muy noble ciudad de Nueva Valladolid, hoy Morelia, latió desde temprano en los suyos: en el de Galeana, frente a la Catedral; en el de Matamoros, animado de cerca por el Hotel Virrey de Mendoza; en el de Morelos; en el de Allende y su Palacio de Justicia; en el de Aldama; y en el de Hidalgo, siempre el más animado por sus interminables conversaciones de café.

Hoy, en los portales de la ciudad aún es posible ver construcciones de siglos pasados. El molde clásico se reconoce y se disfruta: fachadas formadas por suntuosas residencias de dos niveles, bodegas en la planta baja y habitaciones rodeando un patio interior, un segundo patio para bestias y otro para huerta, y en el segundo nivel, al que se llegaba por grandes escaleras, la sala, en el extremo opuesto el comedor y en el medio las recámaras, abundando un estilo que combinaba el barroco y el neoclásico según el gusto de la época.

En los portales, galerías, terrazas, cafés, late el pulso de cualquier ciudad que se precie de tal. El pulso de la muy noble ciudad de Nueva Valladolid, hoy Morelia, latió desde temprano en los suyos.

Hoy, en esas mismas paredes centenarias, cientos de morelianos cada día continúan hablando de lo humano y lo divino al olor del buen café.  

Personajes ilustres

El estado de Michoacán fue pionero en radio. En mayo de 1923, sólo pocos años después del establecimiento de la primera estación mexicana de radio en el DF, don Florentino Ávila realizó los primeros experimentos. Más tarde, en 1924, Carlos Gutiérrez Vera inició en la trastienda de la Mercería “El Porvenir” la emisora 7-A experimental, hoy con las siglas XEI.

Locutor oficial fue el hoy legendario don Tiburcio Ponce, que como buen hombre de radio fue también el dueño de la casa de artículos electrónicos “El Talismán”, en donde se podían comprar insumos para viejas televisiones y radios de tubo.

Hubo más nombres. En 1935 don Teodoro Markakis Alexandrópolus, griego proveniente de la isla de Creta, instaló la dulcería “La Grecia”. Don Teodoro, moreliano por adopción tras casarse en 1930 con Ana María Martínez, tuvo cinco hijos: Sócrates, Aristóteles, Calíope, Nicolás y Teodoro. Sus chocolates ponto tomarían fama, y cualquier enamorado respetable debía sagradamente cumplir con el ritual de obsequiarle sus dulces a la cortejada de turno.

A unos pocos metros, la elegante tienda “El Nuevo Mundo” ofrecía los entonces famosos sombreros Tardan, los mismos que se usaban de Sonora a Yucatán.

Las generaciones de los años 40 en Morelia también sobresalieron por su empeño literario. Durante esa década se conformaron varios grupos que se distinguían por su posición ideológica, en plenos tiempos de la Segunda Guerra Mundial. Los más antiguos recuerdan que las letras michoacanas se dividían en dos frentes: el que estaba representado por el Seminario de Morelia, en donde Manuel Ponce editó la revista Trento, y otro grupo constituido por liberales de izquierda que armaban publicaciones que desaparecían con la misma rapidez con que habían llegado.

En esos años existía el “Hotel Casino”, hoy “Best Western”. Hasta ahí llegó el poeta Pablo Neruda en 1941, atraído por la majestuosidad de la arquitectura y mucho más por lo apetitoso que se veía el bar. Tras participar de un recital de poesía sin precedentes en la ciudad, organizado por el grupo que editaba la revista literaria La espiga y el laurel –los mismos integrantes que darían más tarde nombre a la Generación del 40– el poeta decidió alojarse en el Casino. Metros más lejos las delicias del restaurante del “Hotel Valladolid” también atraían a las masas, y Neruda —hombre amante de la buena mesa como pocos, y más aún si también había un buen mosto a la vista— decidió que el Portal Hidalgo era su lugar.

En esos años existía el “Hotel Casino”, hoy “Best Western”. Hasta ahí llegó el poeta Pablo Neruda en 1941, atraído por la majestuosidad de la arquitectura y mucho más por lo apetitoso que se veía el bar.

Dos décadas más tarde, tras permanecer varios años brindando el servicio de refrescar al prójimo con aguas y chocolates en una tiendita ubicada en plena vía pública, don Anastasio Salto Ortiz instalaba en el Portal Hidalgo el “café Catedral”. Sucedió que Agustín Arriaga Rivera, gobernador de la época, implantó una ordenanza para trasladar a todos los ambulantes al Mercado de Dulces. Con ojo previsor, arriesgando su patrimonio, don Anastasio prefirió arriesgarse y conseguir en arriendo un local en el portal.

Don Anastasio acertó. Hasta hoy el “café Catedral” atiende a clientes y amigos.

Según los más antiguos, la época dorada de la vida intelectual y bohemia en la ciudad comenzó a decaer durante la década de los 70. La causa fue la masificación de la televisión y otras calamidades, que hicieron que las nuevas generaciones comenzaran a reemplazar por actividades distintas el sencillo placer de conversar con el prójimo.

La decadencia de la bohemia moreliana mermó la cantidad de cafés, bares u otros centros de reunión. Por fortuna, quedan todavía algunos. En el Portal Hidalgo aún es posible encontrar vestigios de otras épocas, como el “café Catedral” o la paletería “La Michoacana”. Los viejos hoteles han cambiado de manos o nombres pero continúan atendiendo, y los bares y cafés sobrevivientes aún resisten conversaciones de horas.

La época dorada de la vida intelectual y bohemia en la ciudad comenzó a decaer en la década de los 70. La causa fue la masificación de la televisión y otras calamidades, que hicieron que las nuevas generaciones comenzaran a reemplazar por actividades distintas el sencillo placer de conversar con el prójimo.

Muchos viejos centros de encuentro ya no están, pero hay cosas que no cambian: el mundo aún ofrece aventuras y desventuras, suficientes como para no perder el gusto de tomar café y analizar los sucesos internacionales y viejas historias. Como la historia de la Güera que enloqueció de amor.

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