Jacques Coste
Al inicio de la pandemia, mucho se discutió si estábamos atestiguando el fin de la era neoliberal y el regreso del Estado de bienestar. Conforme avanzaron los meses y el sistema económico internacional mostró su resistencia, este debate se diluyó poco a poco.
La vertiginosa velocidad de los acontecimientos noticiosos derivados de la contingencia sanitaria —confinamientos, muertes, rebrotes, variantes y demás— contribuyó a que los medios prestaran poca atención a la discusión de temas estructurales y se centraran más en los asuntos coyunturales.
Sin embargo, no debemos olvidar ese debate. Están ocurriendo distintos acontecimientos que efectivamente hacen pensar que el Estado de bienestar está de vuelta y empieza a ser visto con buenos ojos en muchos países: por los analistas, los políticos y los líderes de opinión, pero también por los votantes.
En Noruega, la coalición de centroizquierda, encabezada por el Partido Laborista, acaba de ganar las elecciones. Con ello, por primera vez en seis décadas, todos los países nórdicos (Dinamarca, Finlandia, Islandia, Noruega y Suecia) tendrán gobiernos socialdemócratas.
En Alemania, el candidato socialdemócrata, Olaf Scholz, lidera las encuestas y todo parece indicar que será el próximo canciller, luego de 16 años de gobierno de Angela Merkel, que representa al partido Unión Demócrata Cristiana. Merkel es una de las líderes mundiales más reconocidas de nuestros tiempos y será recordada como una auténtica estadista. Pese a ello, los vientos de la socialdemocracia soplan con fuerza en Berlín.
En Francia, el Partido Socialista, de centroizquierda, podría retomar su antigua fuerza en las elecciones presidenciales de 2022. Luce complicado que logre ganar, pues parece más probable que, como ocurrió en 2017, la contienda presidencial se defina entre la reelección de Emmanuel Macron o la irrupción de la ultraderechista Marine Le Pen.
Sin embargo, por primera vez en lustros, el Partido Socialista podría volver a ser competitivo y captar una cantidad respetable de votos: los suficientes para ser una fuerza política protagonista del escenario político francés.
Lo mismo podría ocurrir en otros países europeos en los próximos meses. Hasta el Partido Laborista británico, desgastado por los años del torpe liderazgo de Jeremy Corbyn, está elevando sus niveles de aprobación y, aunque no hay elecciones generales en puerta, parece que está recobrando su antigua fuerza. Los sondeos más recientes indican que cuenta con una intención de voto de 35%, cifra muy cercana al 39% del Partido Conservador del primer ministro Boris Johnson.
Hay otros países que tienen gobiernos de corte socialdemócrata desde antes de la pandemia y algunos de ellos incluso fueron mundialmente reconocidos por la gestión de la crisis sanitaria y económica. Los casos más destacados fueron los de las primeras ministras de Finlandia, Sanna Marin, y Nueva Zelanda, Jacinda Ardern.
También hay países que no tienen gobiernos provenientes de partidos izquierdistas, pero que sin duda están impulsando políticas típicamente socialdemócratas, tendientes hacia un Estado de bienestar, como el ingreso básico universal, el mejoramiento de los servicios de salud pública, el seguro de desempleo, el alza de la inversión pública o ambiciosos proyectos de infraestructura para impulsar la reactivación económica.
Obviamente, el caso más destacado en este rubro es el del presidente Joe Biden en Estados Unidos, pero incluso gobiernos marcadamente neoliberales, como el chileno, se vieron obligados a impulsar políticas keynesianas por la pandemia.
Es muy pronto para saber si la era neoliberal llegó a su fin o si simplemente los dogmas económicos del neoliberalismo pervivirán, aunque con un Estado más robusto y capaz. Lo que se puede sostener desde ahora es que los votantes están considerando a los partidos socialdemócratas que pugnan por la reinvención del Estado de bienestar como una opción atractiva y viable.
Esto llama la atención por dos motivos. Primero, porque, en términos generales, la izquierda que había venido avanzando electoralmente en muchos países era de corte populista, con discursos de reivindicación social, pero con agendas programáticas poco claras y de vocación antiliberal.
Por ello, es esperanzador que ganen terreno los partidos socialdemócratas tradicionales, que cuentan con un ideario articulado, tienen vocación institucional e impulsan agendas progresistas de ampliación de derechos sociales, laborales y de igualdad de género.
Segundo, llama la atención que diversos líderes de opinión que hasta hace poco estaban estrictamente comprometidos con el ideario neoliberal, ahora estén defendiendo políticas para ampliar las redes de protección social en distintos países. Quizá esta defensa sea pasajera, tan sólo mientras persista la contingencia sanitaria, pero no deja de ser relevante que la esgriman, pues hace unos años esto hubiera sido imposible.
Dos buenos ejemplos mexicanos para ilustrar este fenómeno son Héctor Aguilar Camín y Leo Zuckermann, quienes han criticado la falta de políticas públicas para paliar los efectos socioeconómicos de la pandemia por parte del presidente López Obrador, quien privilegió la estabilidad de las finanzas públicas por encima de la ampliación de la red de protección social. Yo respeto a ambos analistas, pero resulta inusual verlos criticando políticas macroeconómicas neoliberales y exigiendo políticas sociales progresistas.
En conclusión, estamos ante el regreso de la socialdemocracia y el Estado de bienestar. Nuevamente, ambos elementos cuentan con legitimidad frente al electorado y la opinión pública. La oposición mexicana debería darse cuenta de esto.