Por Martín Equihua
La de ayer fue una marcha histórica. El poder carismático del presidente Obrador y las políticas públicas de corte social, mostraron su resultado a pesar de las descalificaciones del autoengaño opositor. A los marchistas les había calado hondo la etiqueta anticipada de que eran acarreados, pero con ingenio resignificaron el calificativo. “Yo soy acarreado por mi conciencia”, decía una leyenda al pecho.
En realidad fue una movilización muy alegre, de rotundo respaldo al presidente y al proceso de transformación que encabeza. Son las calles y plazas abarrotadas que las encuestas sugieren al dar cuenta, desde el primer día de gobierno, de la amplia simpatía con el líder tabasqueño. Por eso el torrente humano al que su líder expresó que la suya es una política enmarcada en el “humanismo mexicano”, que sugiere amor al pueblo y sin el cual, dijo, nada se puede hacer en política, “ese noble oficio, de alta jerarquía espiritual”.
Los grandes medios de comunicación continuarán minimizando a la figura presidencial y su poder de convocatoria, y no es gratuito. Los más de 42 mil millones de pesos que han dejado de percibir del gobierno obradorista seguirán pesando en el ánimo editorial. Por eso descalificaron la marcha desde antes, durante y después de su realización. Por eso las etiquetas fáciles y los torpes señalamientos de “presidente en campaña”, o que busca su reelección y otros del autoengaño y la obsesión.
Las primeras planas que circulan desde la madrugada, señalan que “Muchos marchan, pocos lo escuchan”, y hacen recuento pormenorizado de camiones, empujones, desorganización o de la ciudad convertida en megaestacionamiento. Dolidos pues, por esos miles de millones de pesos que ya no colman sus cuentas a cambio de embellecer las acciones de gobierno. La transformación también ha modificado la relación entre el poder y el sistema de medios: ya no son los que fijan la agenda pública. En su tono picaresco, el presidente dirá, tras el ahorro, que recibir la calumnia diaria, al final del día, “ha sido un buen negocio”.
Las carnitas michoacanas
Las carnitas michoacanas estuvieron presentes en la marcha, junto a las danzas de viejitos y del pescado, pero también los tlacololeros y las bandas de chile frito de Guerrero; los diablos de Oaxaca y las tlayudas; las marimbas del sureste y los conjuntos musicales de Linares. Batucadas, mariachi, pireris. Fiesta, celebración. Recarga social de la batería transformadora.
Múltiples pancartas sintetizan el caudal de emociones: “Al peje no se le toca”; “honesto, valiente, así es mi presidente”; “no vine por mi torta, vine por mis huevos”; “orgullosamente indio pata rajada”; “la oligarquía ya no gobierna en México”, y las ya clásicas: “amor con amor se paga” y “es un honor, estar con Obrador”.
En su discurso, el presidente corresponde a ese caudal emotivo, y recuerda que en política vale aferrase en los propósitos, sin fallar a principios éticos y compromisos con la justicia, el desarrollo humano y la mejor distribución de la riqueza. Y recuerda que su lema: “por el bien de todos, primero los pobres”, debería de ser la “esencia de la actividad política”.
Pero en democracia, se dice también con tono clásico, ni las victorias ni las derrotas son para siempre. La oposición tiene tiempo para acuerparse y disputar el voto para su retorno en la elección del 2024. Ya tuvieron su propia y nutrida marcha, primera acción unificada del bloque opositor que incluyó en su promoción al consejero presidente del INE y otros consejeros que, por definición, deberían de ser neutrales en estas lides.
Por su cuenta, los y la aspirante a la sucesión presidencial en el bloque en el poder están ya en el proceso de asignación de la candidatura, que ocurrirá en 10 meses más.
La disputa es clara: o continuar la transformación ofrecida en más de 20 años de activismo político, o regresar a los esquemas de privilegios. En este tiempo de mujeres y de relevo generacional se espera que la señal beisbolera presidencial haya quedado clara.
P.D. Las crónicas de la euforia saudí o japonesa, por los triunfos futboleros sobre Argentina y Alemania, tal vez se quedan cortas para capturar el profundo sabor de la victoria de un David sobre un Goliat de la pelota. Es un estallido pasional que rompe el eterno deseo de que, algún día, triunfen los débiles, los más pequeños, sobre los grandes y arrogantes.