Por Elizabeth Juárez Cordero
La lucha por el poder es sino el objeto de análisis más fascinante, entre quienes hemos hecho de lo público y la política vocación, sí uno de los temas predilectos en la reflexión, lo mismo desde ensayos más académicos con grandes citas, que, en columnas propagandistas, mesas de opinión o charlas de café.
La delirante como seductora escenografía del poder, nos envuelve en cada nuevo movimiento, en la reacción que se convierte estrategia, en los señalamientos desde el poder, en el discurso que desafía, en la inacción del árbitro que empieza también a tomar postura, las reconfiguraciones locales, el surgimiento de una disruptiva candidata en la oposición, la partida de quienes nunca pudieron, el melodrama de la desesperación o el parsimonioso desfile de quienes creyeron que, la elección presidencial sería un paseo dominical.
Son solo algunas de las instantáneas, que a un par de meses de empezar el proceso electoral rumbo a 2024, nos tienen prematuramente pendientes de la disputa presidencial, que por lo pronto y aun con distancia entre ambos, continúa siendo una contienda entre el partido gobernante y el Frente que impulsa la oposición.
Esa misma polarización de grupos contrapuestos, que intencionada o no, se ha construido un día sí y otro también desde el poder; pero que hoy, tiene un ingrediente impensable hace unas semanas, la posibilidad de una campaña electoral en la que las contendientes de ambos bloques sean mujeres. De solo pensarlo, me resulta un acontecimiento inusitado, sin precedentes, que más allá del previsible anecdotario, sentará un antes y un después en la tardía llegada de las mujeres en la política, como en muchos otros ámbitos de la vida pública y social.
Sí el “Es Claudia” era un escenario que apuntaba con amplias posibilidades a contar por primera vez con una Presidenta, hoy con el arribo de Xóchitl Gálvez por el Frente opositor, ese margen en el que no logre acceder una mujer al cargo más importante de representación política de este país, se reduce aún más. Al mismo tiempo que, a la pregunta sobre si México está preparado para que nos gobierne una mujer, por cierto, raras veces cuestionado por otra mujer, queda sino descartada, inaplicable porque serán esas y no otras las opciones posibles; ambas candidatas de las alianzas partidistas que encabezan las preferencias del electorado.
Si bien el escenario que, de confirmarse, no desterraría las prácticas aun adversas en el acceso de las mujeres a los espacios de representación política, sujetas a las oligarquías partidistas masculinas. Como tampoco, los nombres de Claudia y Xóchitl en la boleta electoral podrían garantizar a priori una contienda en la que la perspectiva de género, y la defensa de los derechos y libertades de las mujeres sean el hilo conductor de las propuestas de campaña, por parte de las candidatas y sus equipos.
La sugerente escena de ver a dos mujeres con orígenes y trayectorias públicas propias, debatirse el poder público, Claudia y Xóchitl, es ya un punto de quiebre en el que ser mujer no será el primer freno que haga dudar sobre la viabilidad de sus aspiraciones o capacidades, estas últimas pocas veces centradas en los méritos o trayectorias profesionales si no en su condición de mujer, que en un contexto de poderosas resistencias patriarcales se enmascaran reiterada e insidiosamente en el letargo social que ellos mismos reproducen, los que aun predominan los espacios de poder, al rechazar ver a las mujeres como partícipes de lo público, evidenciada una y otra vez en su repetitiva pregunta: ¿México está preparado para que lo gobierne una mujer?.
Desde luego, una potencial contienda entre mujeres no deshumaniza la lucha por el poder, que aún bajo los marcos normativos e institucionales de la vida democrática, es siempre descarnada, y no es para menos, cuando la apuesta es el futuro del país, que para la elección de 2024 discurrirá de manera inevitable entre la continuidad y el cambio; eso que los expertos describen como una elección plebiscitaria.
Ahí estará el centro de la elección, una vez que se formalicen las candidaturas, desde ahora no se vale adelantar expectativas de una contienda estereotipada, tersa y rosa, en la que sin duda la condición de género será un recurso, pero este será terreno neutro para ambas; lo sustantivo estará en la manera de responder a problemáticas como la inseguridad y la militarización, la corrupción, la distancia y autonomía entre los poderes, la relación con Estados Unidos, los programas sociales, las obras iniciadas en esta administración, pero desde luego también, en la agenda de género que proponga una y otra.
Existen altas probabilidades de que en menos de un año podamos decir ¡Es Presidenta!, ese escenario nos arroja desde ahora elementos nuevos para el debate y el análisis, sí por la elección en si misma pero también por lo que representa para una sociedad como la nuestra con persistentes desequilibrios sociales, en la que la falta de oportunidades, la discriminación y la violencia en contra de las mujeres es un tema cotidiano, con o sin proceso electoral de frente.