Por Elizabeth Juárez Cordero
La configuración de un nuevo régimen político, centrado en las reglas e instituciones, no solo ha modificado el entramado formal de acceso, distribución y control del poder público, sino también, propiciado la implantación de un modelo de sistema político, de reglas no formales, acuerdos y relaciones distintas entre los actores públicos, alineados o replegados ante la fuerza omniabarcante del partido gobernante.
El proceso de (re) acomodo de la clase política, si bien ha venido en principio como resultado del proceso electoral de 2024 y la intención mayoritaria de cuando menos 40% del electorado; este se ha confirmado, en la necesidad del régimen para alcanzar los votos necesarios, que permitan materializar las reformas constitucionales heredadas al segundo piso de la Cuarta Transformación, que, como moneda de cambio, brinda a actores fuera del partido Morena, arropo y permanencia.
En el plano nacional y local se cuentan por decenas los personajes no solo no coincidentes con el movimiento lopezobradorista sino incluso férreos detractores de su política como de los principios, de honradez, honestidad y justicia social, esos mismos que fueron la diferencia con la oposición y que dieron el triunfo electoral de 2018 y luego 2024. De modo que, estos externos, ahora acogidos al morenismo han encontrado en el reacomodo, oportunidad para zanjar diferencias políticas, esas que por históricas y de arraigo local dejaron a su paso profundas heridas en las bases de quienes genuinamente han acompañado el movimiento; tal como ha ocurrido con el rechazo de los liderazgos morenistas en los estados de Veracruz y Oaxaca, ante la adopción de la familia Yunes y los Murat.
Estos acomodos, si bien útiles en ambas direcciones, exhibidos apenas hace un par de semanas en orgullosas fotografías como parte de la campaña de afiliación morenista, reflejan no solo entrar en un cambio de ciclo que coloca los objetivos políticos por encima de los principios y la causa, dejando registro innecesario de su pragmatismo, porque hacen mella en el centro de la legitimidad moral del movimiento, y porque en la exposición burda, no se está sino frente al partido en el gobierno con los porcentajes más altos de aprobación a nivel federal, además de ser el partido que según las encuestas, es también el de mayores positivos e intención en el electorado. Como diría el clásico “qué necesidad”.
Porque en esta distinción a los recién llegados, se dice, queda resulta mucho más que su sobrevivencia política, que, como ejemplo, el de los de los Yunes en Veracruz, guardan en sus cuestionadas trayectorias, lo mismo acusaciones de corrupción, lavado de dinero, pederastia, y otros abusos que, en su ligera habilidad para caer de pie, acoplados al poder, han logrado mantenerse vigentes por generaciones, afianzando riquezas y verdaderos cacicazgos regionales.
Es por ello que con sin nepotismo permitido hasta 2030, en esta y muchas otras entidades federativas, la permanencia de élites familiares que acomodas en el poder, antes y después también, aferradas a la herencia patrimonialista del poder, se adaptan, encuentran y permean la vida pública, dando muestra de ese bien arte aprendido de caer de pie.
Corolario: Las fotografías del Rancho Izaguirre en Jalisco, sin importar las calificaciones a las que concluyan las autoridades, si se trata de un campo de exterminio o de entrenamiento y reclutamiento de grupos delincuenciales, resultan menores frente a los cientos de miles de vidas tocadas por la violencia en nuestro país; uno ya no es menor que el otro.
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