Por Jaime Márquez
El general Emiliano Zapata, jefe del Ejército Libertador del Sur, fue asesinado en la Hacienda de Chinameca en el estado de Morelos, el 10 de abril de 1919 durante del gobierno de Venustiano Carranza, tras una traición y emboscada perpetrada por Jesús Guajardo bajo las órdenes de Pablo González.
En marzo de 1911 se levantó en armas, después de años de despojos de tierras comunales por parte de los hacendados, motivo por el cual los soldados del Ejército Libertador del Sur, fueron perseguidos, cazados con rabia, deportados y asesinados, también muchos pueblos y comunidades de apoyo fueron arrasados con fuego.
En diciembre de 1914 Zapata y Villa entran a Palacio Nacional, después haber tomado con sus ejércitos la ciudad de México.
Los zapatistas fueron excluidos del Congreso Constituyente –que inició el 1 de diciembre de 1916 y se promulgó el 5 de febrero de 1917–. Las razones principales de la marginación fue la exigencia irreductible de reparto de tierras a los campesinos y además que nunca aceptaron entregar las armas. Los villistas tampoco participaron.
Emiliano Zapata encabezó el movimiento más persistente y más puro de la Revolución Mexicana, ya que nunca traicionó los principios que dieron origen a su movimiento armado; fue el único que estuvo en guerra contra los gobiernos de Porfirio Díaz, Francisco León de la Barra, Francisco I. Madero, Victoriano Huerta y Venustiano Carranza.
La lucha por la tierra fue el eje central del levantamiento zapatista, de la cual se cosecharon frutos hasta que Lázaro Cárdenas inició el combate a los latifundios mediante el reparto agrario acompañado de una política para llevar justicia social al campo.
Desde entonces las cosas han cambiado, se reformó el artículo 27 de la Carta Magna con lo que se permite la venta de tierras ejidales y la concentración de grandes extensiones en pocas manos, pero también se abandonaron las políticas de apoyo al campo y a la producción.
La consecuencia es la alta migración y el abandono de tierras, lo que nos ha convertido en un país vulnerable y dependiente de las importaciones de alimentos, porque que no se produce lo que se come.
Somos deficitarios en frijol y arroz, por señalar dos alimentos básicos de la dieta mexicana, lo que nos coloca en la puerta del hambre, ante fluctuaciones graves en los precios, con motivo de conflictos internacionales como las guerras.
Por lo anterior es fundamental implementar una política agropecuaria que tenga como centro, garantizar la seguridad alimentaria mediante el apoyo a los productores de cultivos básicos, impulsar la producción de maíz como una política de Estado para no ser dependientes de compras de emergencia ante eventos catastróficos como las sequías o las heladas.
En julio pasado se anunció la reparación de la planta de Fertinal del puerto de Lázaro Cárdenas mediante la inyección de 218 millones de dólares, en forma paralela ya se reparte fertilizante gratuito en todo el país y en Michoacán, esto ante el enorme incremento del precio del mismo, derivado de la invasión militar de Rusia a Ucrania.
Como puede apreciarse, las anteriores son dos acciones encaminadas a contener la carestía de los fertilizantes y darles alguna viabilidad a los cultivos de maíz; sin embargo, se requieren determinaciones más contundentes que garanticen la seguridad alimentaria en el mediano y largo plazo.