Por Joel Cárdenas
La decisión –no aprobada por el Congreso Nacional- de ceder el registro del partido para la creación de un proyecto opositor al régimen obradorista, arrastra al PRD a tomar su última decisión como proyecto político viable en el país. Con el aval de los Chuchos, lo que queda de ADN y tribus menores, de impulsar por enésima vez una plataforma de salvación –en donde resucitan a personajes como Gabriel Quadri- el PRD ha decidido terminar de forma prematura con 25 años de existencia como partido de izquierda, para correrse al centro derecha, y tratar de ser un proyecto crítico a AMLO y su Morena, que es el único proyecto político que crece en estos momentos en el país.
El PRD nació gracias a que Heberto Castillo les cedió el registro de Partido Mexicano Socialista (PMS) que nace de la fusión de 6 fuerzas políticas de Izquierda a nivel Nacional: Partido Mexicano de los Trabajadores (PMT), Partido Socialista Unificado de México (PSUM), Partido Patriotico Revolucionario (PPR), Movimiento Revolucionario del Pueblo (MRP), Unión de la Izquierda Comunista (UIC; más adelante se unen a la fusión una parte de la militancia del Partido Socialista de los Trabajadores (PST). Su principal líder fue el Ingeniero Heberto Castillo Martínez.
En sus más profundos orígenes, el PRD tiene el ADN del viejo Partido Comunista, sin embargo, tras 30 años de desgaste –sobre todo interno- la fuerza negri amarilla se desdibujó tanto en sus valores, en su ideología y en sus principios fundacionales. EL PRD del 2019 nada tiene que ver con el de 1989, en absoluto.
Atrás quedaron los esfuerzos de Cuauhtémoc Cárdenas, Ifigenia Martínez y Porfirio Muñoz Ledo, así como de Andrés Manuel López Obrador, para dar paso al pragmantismo ramplón de los Zambrano, los Ortega, de Silvano Aureoles, y varios más herederos de una lucha de la que fueron los ganones, pero que poco o nada sacrificaron. Atrás quedaron los más de 600 muertos de los fundadores, la represión de los tiempos priístas, la lucha por la democratización, los fraudes electorales, las primeras victorias, los carros completos y el partido en movimiento.
Lo de hoy, es un PRD hundido en la burocracria dorada, en la corrupción desmedida, en los escándalos, en la división perpetua, en la lucha sin cuartel por candidaturas, la violencia interna, el nepotismo, y un largo etcétera.
El PRD se trasformó en lo que juró combatir, por eso, a los pocos que siguen arriba del Barco, les urge hacer arreglos cosméticos, cambiarle el nombre, el membrete, el logo, los colores, los discursos, hacerlo más millenial, más un producto que sea vendible, viralizable, efectista.
Sin embargo, es esa frivolidad lo que hace que la careta no resista al contacto con los ciudadanos, esa falta de sinceridad para luchar por “cambios” gatopardistas, es el mayor lastre que compromete cualquier objetivo de éxito del proyecto Futuro 21.
Los perredistas sobrevivientes saben que justamente en el 2021 se juegan su última carta, su última oportunidad como alternativa política, como proyecto y como partido. El PRD muere de la peor manera, como una comedia de sus propias vanidades.