Jacques Coste
La posverdad es un fenómeno que se produce cuando los hechos objetivos tienen menos influencia en definir la opinión pública y la percepción de los ciudadanos que las expresiones que apelan a las emociones y a las creencias personales. El filósofo británico Anthony C. Grayling define la posverdad como una posición ante la realidad que se sustenta en la premisa “mi opinión vale más que los hechos”.
La posverdad es una tendencia muy actual, que se ha ido extendiendo por el mundo a la par que han proliferado gobiernos populistas presididos por líderes demagógicos. Estos líderes suelen exacerbar las emociones más oscuras de los ciudadanos, como el resentimiento, el revanchismo y el sectarismo, con el objetivo de generar cohesión en torno a su persona.
En ese sentido, las conferencias mañaneras del presidente López Obrador son un producto de la era de la posverdad y, a la vez, son un ejemplo nítido de cómo opera ésta en los gobiernos y las sociedades contemporáneas.
Cuando el presidente sostiene con total convicción que ya no hay masacres en México, tan sólo unos cuantos días después de la carnicería de Reynosa, o cuando asegura que el crimen organizado se portó muy bien en la jornada electoral, pese a que el propio seis de junio lanzaron una cabeza humana hacia una casilla en Tijuana y privaron de su libertad a operadores del PRI en Sinaloa, estamos frente al fenómeno de la posverdad.
Cuando, contra toda la evidencia, el presidente asevera que no hay desabasto de medicamentos, o cuando dice que el manejo de la pandemia en México fue ejemplar, estamos frente al fenómeno de la posverdad.
En resumen, la posverdad ya es un elemento cotidiano de la esfera pública en México, y el presidente es un especialista en su uso estratégico para controlar la agenda, imponer su narrativa y promover su programa de gobierno.
Dicho esto, lo que presenciamos la semana pasada, con la inauguración de la nueva sección de las conferencias mañaneras, “¿Quién es quién en las mentiras de la semana?”, es un nuevo mínimo en el respeto a la verdad y la garantía de los derechos a la información y a la libertad de expresión; o, si se quiere, un nuevo máximo en el uso, cada vez más descarado y vil, de la posverdad a favor de los intereses del gobierno.
Mucho se ha criticado —y con razón— a la presentadora de esta sección por su falta de profesionalismo, su notorio nerviosismo y su escasez de lenguaje. Un buen amigo incluso comentó que parecía el clásico estudiante de secundaria que tiene el valor de ponerse de pie para exponer un tema frente a todo el salón, pese a que olvidó estudiar para la presentación y desconoce por completo la cuestión de la que habla.
También se ha criticado ampliamente la profunda irresponsabilidad del ejercicio: México es uno de los países más peligrosos del mundo para ejercer el periodismo, por lo que exhibir a los periodistas en la máxima tribuna del país sólo los expone innecesariamente y aviva el peligro de que sufran amenazas o violencia física o psicológica.
No obstante, aquí me quiero centrar en el contenido y el significado del quién es quién en relación con el fenómeno de la posverdad.
La presentadora proyectaba en una pantalla las notas de prensa o publicaciones en redes sociales que el gobierno considera mentiras y supuestamente las desmontaba, pero no con información y contraargumentos, sino con denuestos a los autores. Por ejemplo, el motivo principal para sustentar por qué Raymundo Riva Palacio se ganó el título de “el mentiroso de la semana” fue que trabajó como “asesor de noticias” de Carlos Salinas de Gortari.
Sobra decir que en la pantalla jamás aparecieron periodistas o analistas afines al gobierno, pese a que mienten o emiten medias verdades cotidianamente. No apareció El Fisgón que asegura que hay una conjura golpista de la derecha internacional que quiere derrocar al gobierno de López Obrador. Tampoco apareció Pedro Miguel, un teórico de la conspiración hecho y derecho.
En suma, el ejercicio se sustenta en las premisas “mi opinión vale más que los hechos” y “las opiniones de quienes me apoyan son las únicas legítimas”.
No importa que diversos estudios demuestren con vasta evidencia y con fuentes confiables que hay desabasto de medicamentos. Si el presidente dice que éste no es un problema generalizado ni urgente, entonces deja de serlo.
No importa que un reportaje demuestre que Manuel Bartlett cuenta con un jugoso patrimonio inmobiliario, muy superior al que se puede tener con el sueldo de un servidor público. El presidente simplemente desacredita al autor de la nota, al tildarlo de conservador. Por tanto, el emisor pierde legitimidad y el contenido carece de validez porque así lo dice el mandatario.
La información gubernamental ya no se sustenta en hechos corroborables y en fuentes documentales y testimoniales, sino que se fundamenta en el sentir del presidente y sus seguidores.
Los desmentidos del gobierno ya no se centran en contraargumentos y en presentar información verificable que contradiga una publicación adversa. Más bien, se enfocan en atacar al emisor y en defender la pureza de las ideas y las intenciones del presidente.
Es un auténtico monumento a la posverdad.
Twitter: @jacquescoste94