Jacques Coste
El reciente viraje discursivo del presidente López Obrador al referirse a sus opositores es sumamente interesante y vale la pena analizarlo, pues no es ni casual ni baladí. Por el contrario, es un ajuste estratégico, con una intencionalidad política clara.
Durante la primera mitad del sexenio, AMLO solía referirse a sus opositores como una “minoría rapaz”: una élite privilegiada —“los fifís”— sin los simpatizantes suficientes para disputarle el apoyo popular a su movimiento. Pasadas las elecciones de 2021, en las que Morena se mantuvo como la fuerza política dominante, pero perdió asientos en el Congreso, López Obrador empezó a ajustar su discurso.
La oposición no era solamente una élite sin capacidad de movilización social. Poco a poco, el presidente fue sumando a sectores más amplios a quienes consideraba sus adversarios: las clases medias “aspiracionistas e hipócritas” o las universidades “neoliberales y derechizadas”. En este tenor, AMLO empezó a dibujar a sus adversarios con tintes más amenazantes, reconociéndoles mayor fuerza y arrastre social, pero continuó retratándolos como segmentos minoritarios de la población durante algunos meses.
Lo que dijo al respecto en su conferencia de prensa del lunes 4 de abril es sumamente ilustrativo: “Son sectores conservadores que no están de acuerdo con el programa de transformación, que ese es el fondo; y no necesariamente son fifís, son como aspirantes a fifís, pero son bastantes […] y también muy groseros, porque es un conservadurismo hipócrita. Según ellos, son gentes de bien, se llegan a autonombrar bien nacidos y se creen de la moronga azul, pero son groseros y muy clasistas y racistas, discriminatorios, de los que tratan de manera despectiva a las trabajadoras domésticas. Es un prototipo, o sea, muy individualistas y también muy faltos de información”.
“Tienen como referentes para las letras, para la literatura, a estos escritores de best sellers […] Martín Moreno, Ese es el líder intelectual de todo ese sector, de toda esa franja, y son muchísimos, millones, millones. Afortunadamente, también hay millones de mexicanos que quieren la transformación, sobre todo la gente humilde, la gente pobre, o quienes son de la clase media o forman parte de la clase media o llegaron a la clase media, pero no se ladinizaron, no le dieron la espalda al que se quedó atrás, al que sufre, no renegaron de su origen; al contrario, se sienten orgullosos”.
Así pues, sus opositores antes solamente eran unos cuantos fifís, las élites privilegiadas; pero ahora también son los “aspirantes a fifís”, que son “muchísimos, millones, millones”. Lo bueno —sostiene el presidente— es que también hay millones de mexicanos dispuestos a defender la transformación.
Con esto, el presidente prácticamente está dibujando una paridad de fuerzas entre el movimiento que encabeza y la oposición (a la que presenta como un bloque homogéneo). ¿Por qué? ¿A qué se debe este cambio discursivo? ¿Por qué en el discurso presidencial los opositores dejaron de ser una élite minoritaria, poco numerosa y relativamente débil, y se convirtieron en unos oponentes formidables?
Si los militantes y simpatizantes de determinado movimiento o partido sienten que su dominio está asegurado, entonces es más fácil que haya menor participación electoral. ¿Para qué salir a votar si de todas maneras mi partido ganará sin importar lo que pase?
Del mismo modo, el apoyo a una figura política siempre es mayor cuando su liderazgo se ve amenazado. El sentido de alerta es un poderoso motor para la cohesión en torno al líder y para el activismo en favor de un proyecto político.
Para ejemplificarlo con una metáfora deportiva, imaginemos que un equipo de futbol va ganando 4-0, por lo que sus jugadores disminuyen la intensidad y los contrarios anotan dos goles, aún con 20 minutos en el reloj. Entonces, ¿qué ocurre? Los futbolistas del equipo que va ganando vuelven a emplearse a fondo al palpar la posibilidad real de que les arrebaten la victoria y su afición también aumenta la intensidad del apoyo para alentar a los jugadores y, así, evitar una remontada. El mismo principio opera en política.
Además, de fomentar la cohesión y la movilización de sus simpatizantes, es posible que el presidente López Obrador genuinamente percibe que la oposición es más fuerte que cuando empezó su gobierno y, auténticamente, siente que su liderazgo enfrenta mayores desafíos hoy que ayer.
Esto también explicaría por qué, en tiempos recientes, hemos visto a un presidente más radical y aislado. Ante la percepción de amenazas reales a su liderazgo y conforme se acerca la sucesión presidencial, López Obrador prefiere cerrar filas con sus colaboradores y simpatizantes más duros que intentar competir por el apoyo de sectores indecisos.
Afianzar a sus bases, mantenerlas cohesionadas y activadas de aquí a 2024. Esa es la estrategia. Al final, el presidente sabe que sus apoyos han disminuido respecto a 2018, pero también es consciente de que mantiene el respaldo firme y convencido —a veces hasta incondicional— de amplios sectores sociales. ¿Con eso bastará para conservar la presidencia en 2024? El presidente piensa que sí y, a decir verdad, yo también.