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#ES TIEMPO… // No quemar las naves en política

Por Martín Equihua

Es tiempo de podar los filos gratuitos de la política, de superar el infantilismo apocalíptico que sólo ve panorama oscuro tras cada decisión que se toma u omite. Ciertamente que el país es mucho más que esos dos bandos que se atribuyen a la mirada presidencial, y más que una informe masa sin memoria, sobre la que podría retornar, alegremente, el conjunto de privilegios de unos cuantos.

Huestes de presuntos analistas políticos, quisieran convencer de que México vive atrapado en extremos discursivos irreconciliables, de blanco o negro, cuando en realidad se habita una gran parcela de grises en territorio de moderados, donde, a pesar de cierta estridencia de sus actores, lo cierto es que el espíritu democrático mantiene centralidad como el entramado institucional y legal que se comparte. Extremos, lo que se dice extremos, en otras latitudes y tiempos.

Y es que no es la política la que provoca los conflictos, sino que apenas los amplifica, los visibiliza, los desnuda y enjuicia como malos o buenos. Están ahí, con o sin “mañanera”, con y sin marchas, como heridas o cicatrices en el cuerpo social, como memoria incluso del carácter gregario, del espíritu social que distingue a lo humano, así como a otros vivientes del reino animal.

Se llora porque, se dice, se está polarizando la vida pública y se está generando división. Se queman las naves en cada juicio barato de estos, y hay hasta quien, con singular oportunismo acreditado en décadas, se ofrece como la cara bonita de una presunta “reconciliación nacional” de la concordia y la unidad.

El asunto sigue siendo el poder, o se mantiene para continuar la transformación en curso o se reconquista por una oposición que no atina a decir para qué lo quisiera, cuando hay sobradas sospechas de que busca restaurar a su oligarquía beneficiaria del recurso público. Los pequeños y grandes grupos, los liderazgos de múltiple perfil y otros actores, mueven piezas en sus imaginarios tableros; así la política, que es discusión, acuerdos, acomodos, reacomodos, rupturas, fusiones, estridencia, pasión… anhelo siempre, de poder.

Es risible entonces, que “analistas” se extrañen de la tal polarización, y presenten a diario cápsulas apocalípticas, pronósticos catastróficos, sentencias irremediables, por determinados hechos políticos. Hay tensión entre partidos, es cierto; entre simpatizantes y detractores de personajes de la vida pública, sin duda. Pero se mantiene capacidad institucional para asimilar el conflicto, así como normas y canales de expresión, como no los tuvieron los jóvenes del 68, muchos de los cuales se sintieron orillados a la violencia de las armas, como lo recordaron en reciente reencuentro en Morelia.

El escenario de la disputa por el poder se condimenta con el juego de noticias verdaderas y falsas que, en todo caso, estas últimas no merecen la etiqueta de noticia, sino sólo de rumor y ruido. Se condimenta con pequeños grupos y voces sueltas del odio; y sobre todo, por el chirrido multidireccional que se genera en las “benditas redes”, y en el también sonoro activismo digital, casi siempre inútil, aunque catártico.

Parece que se cierra el paso al argumento y al sentido de las palabras; al debate moderado que desplace la estridencia que, de tan ruidosa, termina por dejar pocas rendijas a la escucha. Parece que cierto realismo maquiavélico se impone, desechando a la política de principios como la justicia, la libertad, la igualdad. Sí, parece, y ante ello conviene recordar que el fin que se persigue jamás justificará el uso de cualquier medio; recordar, con todo y ruido, que se habita una sociedad democrática.

Inevitable pensar en el querido Héctor Cevallos Garibay, quien lamentablemente decidió quitarse la vida hace menos de dos años, haciendo señalamientos póstumos del panorama de hostilidad que advertía y acusando al presidente de ese escenario que adelantaba como buen sociólogo. Lástima que no esté más para dialogar sobre esto, pero es, también, un caso emblemático del ruido de hoy.

P.D. Las marchas, opositora y presidencial son una pinza histórica que, más allá de lo que se diga, terminarán mostrando, metro por metro, dónde está la beta de oro del poder en México. Como quiera, el filtro de estos tiempos estará en las urnas del 2024.

Las opiniones emitidas por los colaboradores de Metapolítica son responsabilidad de quien las escribe y no representan una posición editorial de este medio.

Martín Equihua. Periodista, sociólogo, maestro en políticas públicas, exdiputado federal.

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