Por Eduardo Andrés Pérez Arroyo
Fidel Castro, el último político del Siglo XX, ya no está más. Y su muerte debe obligar a reflexionar con honestidad a todos quienes tienen interés por las ciencias sociales, por la historia del mundo y por los ideales de justicia social.
La Revolución Cubana es hoy una leyenda. Los barbudos fueron capaces de desafiar al imperio, triunfar y convertir a una pequeña isla en un actor relevante en el concierto mundial. Ni Cuba ni América Latina fueron lo mismo desde entonces.
También la Revolución Cubana fue, en su origen, un proceso civilizador y democrático. Se convirtió en otra cosa en el camino, aunque cualquier historiador con realismo político estará de acuerdo en que otra cosa hubiese sido extremadamente difícil dada la cercanía con Estados Unidos; las restricciones, incompatibles con el ideario original de José Martí, fueron el precio de convertirse en pieza vital del rompecabezas geopolítico mandatado por dos bloques hegemónicos y excluyentes.
Pero la Revolución Cubana fue también un real cambio rotundo de estructuras: en 1959 por primera vez América Latina se situó políticamente a la vanguardia del mundo por razones correctas. También, por primera vez, se demostró que no hacía falta ser una potencia mundial para desafiar con éxito a la mayor potencia mundial.
Esos dos hechos, por sí solos, implicaron el inicio de un camino sin retorno en la configuración geopolítica mundial. En ese sentido, la Revolución Cubana de 1959 es equiparable a la Revolución Francesa o a las revoluciones liberales de inicios del siglo XIX que culminaron en la oleada independentista de América Latina.
Cuando se piensa hoy en la Revolución Francesa de 1789 se piensa en la libertad, la igualdad y la fraternidad, y se piensa así pese a los jacobinos, a la guillotina y a Robespierre. Sin minimizar la violencia, el tiempo se encarga de poner en su sitio los hechos y la trascendencia. Con la Revolución Cubana sin duda ocurrirá lo mismo: pese a la violencia, pese a la sangre y los abusos, la historia situará al proceso entre las grandes gestas liberadoras.
Desde una perspectiva histórica la Revolución Cubana no envejece: apenas hoy nace.