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El hombre que puso a Trump en la Casa Blanca

Por Steven Bertoni
Han pasado apenas unas semanas desde que Donald Trump protagonizó la mayor sorpresa en la historia política moderna, y su cuartel general en la Torre Trump en la ciudad de Nueva York es un pararrayos de ónix acristalado de 58 pisos. Barricadas, unidades móviles de cadenas de televisión y manifestantes enmarcan una Quinta Avenida que se ha vuelto un fuerte. Ejércitos de periodistas y turistas en busca de selfies copan el vestíbulo de mármol rosa del edificio, con la esperanza de ver al próximo gran protagonista de la política estadounidense. 26 pisos más arriba, en el mismo edificio donde algunas celebridades se enfrentaron por la bendición de Trump en The Apprentice, el presidente electo elige a su gabinete, y éste concurso tiene todas las vueltas de tuerca a las que su viejo reality show nos tenía acostumbrados.
Los ganadores irán apareciendo poco a poco. Pero hoy los reflectores están sobre el mayor perdedor: el gobernador de Nueva Jersey, Chris Christie, que fue despedido de su rol de liderazgo en la transición, junto con la mayoría de las personas asociadas a él. El episodio ha sido calificado de una “pelea con cuchillos” que terminó en una “purga estalinista”.
Sin embargo, una de las figuras clave en esta intriga no estaba en la Torre Trump. Jared Kushner estaba tres cuadras al sur, en lo alto de su propio rascacielos, en el 666 de la Quinta Avenida, donde dirige Kushner Companies, el imperio de bienes raíces de su familia. Vestido con un traje gris de corte perfecto, sentado en un sofá de cuero marrón en su oficina impoluta, el yerno de Trump hace despliegue de los modales impecablemente corteses que le ganaron, a sus 35 años de edad, una serie vertiginosa de amigos influyentes, incluso antes de que se hubiera ganado el oído, y la confianza, del nuevo líder del mundo libre.
“Hace seis meses el gobernador Christie y yo decidimos que esta elección era mucho más grande que cualquier diferencia que pudiéramos haber tenido en el pasado, y trabajamos muy bien juntos”, dice encogiéndose de hombros. “Los medios han especulado sobre muchas cosas, y como yo no hablo con la prensa, publican lo que quieren, pero yo no estuve detrás de su salida ni de la de su gente”.
La especulación estaba bien fundada, habida cuenta del giro shakespeareano de la historia: Como fiscal de Estados Unidos en 2005, Christie encarceló al padre de Kushner por evasión de impuestos, fraude electoral y cargos de manipulación de testigos. Dejando de lado las teorías de una posible venganza, los rumores en torno a Kushner no eran descabellados. Hace un año tenía cero experiencia en la política y el mismo interés en ella. De repente, está sentado en el centro del control. Ya sea que le haya dado una puñalada por la espalda a Christie, es menos importante que el hecho de que pudo haberlo hecho con toda facilidad. Y que su poder fue ganado de forma legítima.
Kushner casi nunca habla en público —sus charlas con Forbes son las primeras sobre la campaña de Trump o de su papel en ella— pero las entrevistas con él y una docena de personas que le rodean y del equipo de campaña de Trump hacen evidente un hecho ineludible: El tranquilo y enigmático joven le entregó la presidencia al candidato más hambriento de fama y grandilocuente en la historia de Estados Unidos.
“Es difícil exagerar y difícil resumir el papel de Jared en la campaña”, dice el multimillonario Peter Thiel, el único titán de Silicon Valley que apoyó públicamente a Trump. “Si Trump fue el CEO, Jared era efectivamente el jefe de operaciones”.
“Jared Kushner es la mayor sorpresa de la elección de 2016”, añade Eric Schmidt, el ex CEO de Google, quien ayudó a diseñar el sistema de tecnología del equipo de campaña de Clinton. “Creo que él fue quien dirigió la campaña y lo hizo esencialmente sin recursos”.
Sin recursos al principio, quizá. Fondos insuficientes durante toda la campaña, seguro. Sin embargo, al dirigir la campaña de Trump —en particular, su operación de datos secreta— igual que a una empresa de Silicon Valley, Kushner conquistó finalmente los estados de los que dependía la elección. Y lo hizo de una manera que cambiará la forma en que las elecciones del futuro se ganen o pierdan. El presidente Obama tuvo un éxito sin precedentes en llegar a los electores, en organizarlos y en motivarlos, pero muchas cosas han cambiado en ocho años, específicamente en las redes sociales.
Clinton intentó copiar un par de estrategias de Obama, pero también se apoyó en los medios tradicionales. El equipo de campaña de Trump, por su parte, profundizó en la confección de mensajes, la manipulación de los sentimientos y el machine learning (aprendizaje automático de las computadoras). La campaña política tradicional ha muerto –otra víctima de la democracia no filtrada de internet– y Kushner, más que nadie que no se llame Donald Trump, la mató.
Ese logro, junto con la confianza personal que Trump tiene en él, da a Kushner una posición única para ser uno de los jugadores más poderosos al más alto nivel durante al menos cuatro años. “Todos los presidentes que he conocido tienen a una o dos personas en quienes confían incondicionalmente”, dice el ex secretario de Estado Henry Kissinger, quien conoce socialmente a Trump desde hace décadas y en la actualidad aconseja al presidente electo en cuestiones de política exterior. “Creo que Jared podría ser esa persona”.
El ascenso de Jared Kushner de ser el cónyuge desconocido de Ivanka Trump al salvador de la campaña de Donald se dio gradualmente. En los primeros días de la rudimentaria campaña, el equipo necesitaba toda la ayuda que le pudieran prestar, y Kushner se encargó de investigar cuáles eran las mejores posturas en materia fiscal y de comercio.
Pero a medida que la campaña ganó velocidad e inercia, otros jugadores comenzaron a buscarlo como el conducto hacia un candidato errático. “Ayudé a facilitar una gran cantidad de relaciones que no habrían ocurrido de otro modo”, dice Kushner, añadiendo que la gente se sentía segura al hablar con él, sin riesgo de filtraciones. “En Washington se decía que si alguien colaboraba de forma alguna en la campaña de Trump, nunca trabajaría de nuevo con los republicanos. Contraté a un gran experto en política fiscal que aceptó unirse a nosotros bajo dos condiciones: No podíamos decirle a nadie que trabajó en la campaña, y cobraría el doble”.
El papel de Kushner se expandió a medida que Trump ganaba tracción —también lo hizo su entusiasmo—. Kushner se involucró de lleno en noviembre pasado después de ver a su suegro conquistar un estadio con lleno absoluto en Springfield, Illinois. “La gente realmente vio una esperanza en su mensaje”, dice. “Ellos querían cosas que no habrían sido evidentes para muchas de las personas con las que convivía en Nueva York, o en las cenas de la Robin Hood Foundation”. Así fue como este graduado de Harvard se puso la gorra rojo brillante y se arremangó la camisa.
Un vacío de poder le esperaba en la Torre Trump. Cuando Forbes visitó la oficina del equipo de campaña de Trump en la Trump Tower unas semanas antes de la epifanía de Kushner en Springfield, literalmente no había nada. No había gente, y tampoco sillas ni computadoras. Sólo estaba el jefe de campaña Corey Lewandowski, la vocera Hope Hicks y una estrategia enfocada en que Trump hiciera declaraciones mediáticas, con frecuencia en programas de televisión, complementados con sus apariciones en eventos una o dos veces por semana para dar la apariencia de que se llevaba una campaña tradicional. Era el epítome de la startup súper frugal: ver cuán poco podían gastar y aun así obtener los resultados que querían.
Kushner se involucró hasta convertirla en una operación real de campaña. Rápidamente conformó equipos encargados de preparar los discursos y de elaborar políticas, y otros que administraban la agenda de Trump así como sus finanzas. “Donald seguía diciendo, ‘yo no quiero que la gente se haga rica con esta campaña, y quiero asegurarme de que vigilemos a dónde va cada dólar que gastemos”.
Esa estructura sentó los cimientos, aunque sigue siendo un problema pasajero en comparación con la maquinaria de Hillary Clinton que cubría todos y cada uno de los estados. La decisión que le ganó la presidencia a Trump se dio en el viaje de regreso después del evento de Springfield en noviembre pasado a bordo de su avión privado, un Boeing 757 conocido como el Trump Force One. Mientras platicaban y comían hamburguesas de McDonald’s, Trump y Kushner hablaron de cómo el equipo de campaña usaba muy poco las redes sociales. El candidato, a su vez, le pidió a su yerno hacerse cargo de sus iniciativas de Facebook.
A pesar de su afición por Twitter, Trump es un ludita. Según los informes, se informa a través de la prensa escrita y la televisión, y su versión del correo electrónico es escribir a mano una nota que su asistente debe escanear y enviar. De entre su círculo cercano, Kushner fue la elección natural para crear una campaña moderna. Sí, al igual que Trump, él es primero un agente inmobiliario, pero había diversificado sus inversiones, incluso en medios de comunicación (en 2006 compró el semanario New York Observer) y el comercio digital (ayudó a lanzar Cadre, un mercado en línea para grandes negocios de bienes raíces). Más importante aún, conocía a la gente adecuada: sus co inversionistas en Cadre incluyen a Peter Thiel y a Jack Ma, de Alibaba. También ayudó que el hermano menor de Kushner, Josh, fuera un inversionista de riesgo formidable que también cofundó la startup de seguros Oscar Health, cuya valuación actual es de 2,700 millones de dólares.
“Llamé a varios de mis amigos de Silicon Valley, algunos de los mejores vendedores digitales en el mundo, y les pregunté cómo harían para escalar esto”, dice Kushner. “Me contactaron con sus subcontratistas”.
Al principio, Kushner lanzó lo que podría denominarse una versión beta de la estrategia usando mercancía de Trump. “Llamé a alguien que trabaja para una de las empresas de tecnología con las que trabajo, y me dieron un tutorial sobre cómo utilizar el micro targeting de Facebook”, dice Kushner. Emparejada con los mensajes simples y contundentes de Trump, la estrategia funcionó. El equipo de campaña de Trump pasó de vender 8,000 dólares diarios en gorras rojas y otros artículos a 80,000 dólares, generando ingresos, ampliando el número de anuncios espectaculares humanos y, aún más importante, demostrando un concepto. En otra prueba, Kushner gastó 160,000 dólares en la promoción de una serie de videos de política de Trump hablando directamente a la cámara que generó en conjunto más de 74 millones de visitas.
Para junio, la nominación del Partido Republicano estaba asegurada, y Kushner se hizo cargo de todos los esfuerzos que estaban basados en los datos. Tres semanas más tarde, en un edificio anodino a las afueras de San Antonio, había construido lo que se convertiría en un centro de datos de 100 personas diseñado para unificar la recaudación de fondos, la mensajería y el targeting. Dirigido por Brad Parscale, quien había construido previamente pequeños sitios web de la Organización Trump, esta pequeña oficina secreta sustentaría todas las decisiones estratégicas durante los meses finales de la campaña. “Nuestros mejores elementos eran en su gran mayoría los que se ofrecieron voluntariamente a trabajar pro bono”, dice Kushner. “Gente del mundo de los negocios, personas con experiencia poco tradicional”.
Kushner estructuró la operación con un objetivo claro: maximizar el retorno de cada dólar gastado. “Jugamos Moneyball, preguntándonos qué estados tendrán el mejor retorno de inversión en los votos del colegio electoral”, dice Kushner. “Me pregunté: ¿Cómo podemos llevar el mensaje de Trump a esos electores al mejor precio?”. Documentos del Comité Electoral Federal (FEC) de mediados de octubre indican que el equipo de campaña de Trump gastó más o menos la mitad que el equipo de Clinton.
Al igual que el estilo poco ortodoxo de Trump le permitió ganar la nominación republicana mientras gastaba mucho menos que sus rivales más tradicionales, la falta de experiencia política de Kushner se convirtió en una ventaja. Sin una formación en campañas tradicionales, fue capaz de ver el negocio de la política de la forma en que muchos empresarios de Silicon Valley han revolucionado otras industrias.
¿Televisión y publicidad en línea? Una inversión mínima. Twitter y Facebook podrían alimentar la campaña como herramientas clave no sólo para difundir el mensaje de Trump, sino también para llegar a electores potenciales, ofreciendo una cantidad enorme de datos que ayudaban a medir la sensibilidad electoral en tiempo real.
“No teníamos miedo de hacer cambios. No tuvimos miedo al fracaso. Intentamos hacer las cosas de forma muy barata, muy rápidamente. Y si no funcionaba, lo matábamos rápidamente”, dice Kushner. “Esto significa tomar decisiones rápidas, arreglar las cosas que no servían y expandir las que funcionaban”.
Ésta no era una startup que comenzara desde cero. El equipo de Kushner pudo echar mano de la máquina de datos del Comité Nacional Republicano y contratar a sus proveedores, como Cambridge Analytica, para mapear universos de votantes e identificar qué partes de la plataforma de Trump eran más relevantes y valía más la pena invertir en difusión: comercio, inmigración o cambio. Herramientas como Deep Root guiaron la inversión en publicidad televisiva y redujeron los gastos al identificar los programas más populares entre los bloques de votantes específicos en regiones específicas —por ejemplo, NCIS para los votantes que se oponían a ObamaCare o The Walking Dead para aquellos preocupados por la inmigración—. Kushner construyó a medida una herramienta de ubicación geográfica que mostraba la densidad poblacional de unos 20 tipos de electores a través de una interfaz de Google Maps. En vivo.
Rápidamente, los datos dictaron todas las decisiones de campaña: los viajes, la recaudación de fondos, la publicidad, la ubicación de los eventos masivos, incluso los temas de los discursos. “Él unió todas las distintas piezas”, dice Parscale. “Y lo que es curioso es que todos los demás allá afuera estaban tan obsesionados con los pequeños detalles que no se dieron cuenta de que todo estaba siendo orquestado de forma tan eficiente”.
Para la recaudación de fondos acudieron al machine learning, instalando a empresas de marketing digital en un piso de trading para que compitieran entre ellas. Los anuncios ineficaces eran retirados en cuestión de minutos, mientras que los más exitosos eran escalados. La campaña enviaba más de 100,000 anuncios personalizados a los votantes todos los días. Al final, la persona más rica en ser elegida presidente, cuyo esfuerzo de recaudación de fondos fue ridiculizada —con razón— a principios del año, recaudó más de 250 millones en cuatro meses, en su mayoría de pequeños donantes.
A medida que la elección se acercaba a su final, el sistema de Kushner, con sus altos márgenes y sus datos de los votantes actualizados en tiempo real, le dio dinero suficiente y toda la información necesaria para decidir cómo gastarlo. Cuando el equipo de campaña notó que la tendencia en Michigan y Pennsylvania favorecía a Trump, Kushner ordenó la producción de comerciales de televisión a medida, eventos públicos de último minuto y envió a miles de voluntarios a tocar puertas y a hacer llamadas telefónicas.
Y hasta los últimos días de la campaña, hizo todo esto sin que nadie en el exterior lo supera. Para aquellos que no logran entender cómo es que Hillary Clinton pudo haber ganado el voto popular por dos millones y aún perder cómodamente en el colegio electoral, tal vez esto les dé un poco de claridad. Si el sentimiento general de la campaña fue el miedo y la ira, el factor decisivo al final fueron los datos y el espíritu de emprendimiento.
“Jared entendió el mundo en internet de una forma en que la gente de los medios de comunicación tradicionales no lo hacían. Se las arregló para montar una campaña presidencial con poco dinero usando nuevas tecnologías y ganó. Ése es un gran mérito”, dice Schmidt, el multimillonario de Google. “Recuerdas todos esos artículos sobre cómo es que no tenían dinero, gente, ni una estructura organizativa? Bueno, ganaron, y Jared lo dirigió todo”.
Tranquilo, discreto y callado, Jared Kushner no podría ser más distinto de su suegro en cuanto a personalidad y estilo. Ahí está Twitter como muestra. Mientras que los tuits impulsivos de Trump a sus 15.5 millones de seguidores obligaron a su equipo a quitarle el teléfono durante parte de la campaña, Kushner, quien ha tenido una cuenta verificada desde abril de 2009, nunca ha publicado un solo tuit.
Y mientras que la oficina de Trump es, de pared a pared, un santuario del ego de Donald, la sede de Kushner Companies es sobria y discreta. Una copia encuadernada en piel de las enseñanzas judías, el Pirkei Avot, descansa sobre un pedestal de madera en la sala principal y mezuzahs de plata idénticos adornan los costados de la puerta de la oficina. La única decoración en su gran sala de juntas es una pintura al óleo de sus abuelos, supervivientes del Holocausto que emigraron a EU después de la Segunda Guerra Mundial.
Si entras a la oficina de Kushner, ubicada en una esquina, verás, debajo de una pintura al óleo que muestra las palabras Don’t Panic sobre páginas del New York Observer, dos elementos fundamentales que le unen a Trump: columnas de trofeos de negocios de bienes raíces y fotos enmarcadas de Ivanka. Si buscas una ideología coherente, ya sea en Kushner o en Trump, puede resumirse en una palabra: familia.
Jared e Ivanka se conocieron en una comida de negocios y comenzaron a salir en 2007. Durante el cortejo, Kushner se encontró con Donald sólo unas pocas veces, de paso. Más tarde, cuando la relación se volvió más seria, le pidió a Trump reunirse con él. Durante la comida en el Trump Grill (que Trump hizo brevemente célebre con su tuit infame sobre el taco bowl), discutieron el futuro de la pareja. “Le dije: ‘Ivanka y yo vamos en serio, y ya estamos en ese camino”, dice Kushner, riendo.
“Él dijo: ‘más te vale que te tomes esto en serio’”.
“Al principio, los vínculos entre mi padre y Jared eran una combinación de mí y de bienes raíces”, dice Ivanka Trump en sus oficinas de la Trump Tower mientras agentes del Servicio Secreto vigilan los pasillos. “Hay una gran cantidad de paralelismos entre Jared como desarrollador y mi padre en los primeros años de su carrera inmobiliaria”.
Al igual que Trump, Kushner creció en las afueras de Manhattan: Nueva Jersey en el caso de Kushner, en comparación con Queens de Trump. También como Trump, Kushner es hijo de un hombre que creó un verdadero imperio inmobiliario en su mercado local —Charles Kushner controló en algún momento 25,000 departamentos en la zona noreste del país— e involucró a sus hijos en el negocio familiar. “Mi padre realmente nunca creyó en los campamentos de verano, así que nos traía a la oficina”, dice Kushner. “Le acompañábamos a ver las obras, nos enseñó cómo era el trabajo de verdad”. Criado junto con sus tres hermanos en un hogar judío en Livingston, Nueva Jersey, Kushner fue a una preparatoria privada judía y luego a Harvard (un libro de 2006 sobre la admisión universitaria destacó a Kushner como un buen ejemplo de cómo los hijos de donantes ricos reciben un trato preferencial; los administradores citados en esa obra criticaron más tarde su precisión, calificándola de “distorsionada” y “falsa”). Luego asistió a la Universidad de Nueva York por una maestría y un doctorado.
Su padre era un gran partidario de los demócratas, y donó un millón de dólares al Comité Nacional Demócrata en 2002 y 90,000 dólares a la campaña de Hillary Clinton por el Senado en el año 2000. Jared siguió el juego, con más de 60,000 dólares en donaciones a los comités demócratas y de 11,000 dólares a Clinton. Durante la escuela de posgrado Kushner trabajó para el fiscal de distrito de Manhattan Robert Morgenthau, hasta que un escándalo familiar puso su vida de cabeza. En 2004, su padre Charles Kushner se declaró culpable de evasión de impuestos, contribuciones de campaña ilegales y manipulación de testigos. El último cargo atrajo la atención nacional de los tabloides. Molesto porque su cuñado estaba hablando con los fiscales, Charles había pagado a una prostituta para emboscarlo, una cita que grabó en secreto y luego envió por correo a su hermana.
Justo a los 24 años, Jared, el hijo mayor, súbitamente recibió la responsabilidad de mantener unida a la familia. Vio a su madre casi todos los días y viajó a Alabama para visitar a su padre en la cárcel la mayoría de los fines de semana. También desarrolló un vínculo más profundo con su hermano, Josh, quien acababa de comenzar Harvard cuando estalló el escándalo. Josh dice que considera a Jared su mejor amigo: “Él es la persona a quien acudir en busca de consejo o apoyo sin importar la circunstancia”.
“Todo eso me enseñó a no preocuparme por las cosas que no puedes controlar”, dice Kushner. “Puedes controlar cómo reaccionas y puedes tratar de hacer que las cosas sucedan como quieres. Me concentro en hacer todo lo posible para garantizar los resultados. Y cuando no salen a mi manera tengo que trabajar más duro la próxima vez”.
Esto se aplica a la empresa familiar, también, que ahora dirige Kushner. Para empezar desde cero, apuntó a Manhattan, tal como lo hizo Trump 40 años atrás, decidido a jugar en el mercado inmobiliario más lucrativo y competitivo de Estados Unidos.
El momento no podría haber sido peor. Su primera gran compra como CEO de Kushner Companies, el edificio en el 666 de la Quinta Avenida, por un récord de 1,800 mdd, fue cerrada en 2007, justo a tiempo para la gran crisis financiera. Las rentas cayeron, los arrendamientos se derrumbaron, el financiamiento se esfumó. Para mantener su solvencia, Kushner vendió 49% del espacio comercial del edificio al Grupo Carlyle y otros por 525 mdd y aparentemente reestructuró cada contrato crediticio posible, mostrando una disposición para pagar en el futuro a cambio de espacio para respirar en el corto plazo. Al final, evitó el tipo de maniobras a las que Trump ha recurrido desde la década de 1990 —la declaratoria reiterada en bancarrota— y resistió la tormenta.
Kushner había aprendido una lección. En vez de perseguir las joyas de la corona de Nueva York, se enfocaría en los vecindarios que comenzaban a ponerse de moda. Así, hizo compras por 14,000 millones de dólares en lugares como el Soho de Manhattan y el East Village y Dumbo de Brooklyn. “Jared aporta una perspectiva juvenil, una forma de pensar innovadora, a un sector muy tradicional que se compone de hombres predominantemente septuagenarios”, dice Ivanka Trump. También ha impulsado del resurgimiento de varias áreas –Astoria, Queens, y Journal Square en Jersey City–, que alguna vez fueron dominios de Fred Trump y Charles Kushner, respectivamente.
Parte de la razón por la que Jared Kushner ha despertado tal interés público, además del poder que tan súbitamente maneja y la curiosidad generada por su presencia casi inexistente en los medios, es la paradoja que representa.
Él aportó el espíritu de Silicon Valley, que valora la transparencia y la inclusión, a una campaña que prometía el cierre de fronteras, de protección del comercio y la exclusión religiosa. Él es descendiente de donantes demócratas y aun así dirigió una campaña presidencial republicana. Como nieto de sobrevivientes del Holocausto, sirve a un hombre que ha abogado por la prohibición de los refugiados de guerra. Como abogado cuyas decisiones son impulsadas por los datos ha elegido a un candidato que califica al calentamiento global de una “farsa”, ha vinculado a las vacunas con el autismo y cuestionó la ciudadanía del presidente Obama. Es un magnate de los medios en una campaña alimentada por noticias falsas. Un devoto judío que asesora a un presidente electo abrazado por la derecha más radical y apoyado por el KKK.
Las respuestas de Kushner a estos conflictos se reducen a una convicción fundamental: su inquebrantable fe en Donald Trump. Una fe que, irónicamente, dado su papel en la campaña, defiende con los “datos” que ha acumulado sobre el hombre a través de una relación de más de una década.
“Si conozco a alguien y todo el mundo dice que esa persona es terrible”, dice, “yo no voy a pensar que es terrible ni me voy a precondicionar, cuando mis datos empíricos y mi experiencia son mucho más informados que muchas de las personas que emiten esos juicios. ¿Qué diría de mí el que cambiara mi punto de vista sobre alguien debido a lo que otros piensan, en vez de ceñirme a los hechos que en realidad he conocido por mí mismo?”.
En cuanto a la visión del mundo de Trump: “No creo que sea muy controvertido decir en una elección para convertirse en el presidente de Estados Unidos que tu posición es poner a Estados Unidos en primer lugar y ser nacionalista en oposición a la ola globalista”.
En cuanto al flujo sin fin de declaraciones de Trump que han insultado y amenazado a musulmanes, mexicanos, mujeres, prisioneros de guerra y generales de Estados Unidos, entre otros: “Sólo sé que muchas de las cosas con las que las personas tratan de atacarlo simplemente no son ciertas o son exageraciones. Conozco su carácter. Yo sé quién es, y yo, obviamente, no lo habría soportado si pensara lo contrario. Si el país le da la oportunidad, descubrirá que no tolera la retórica ni el comportamiento de odio”.
Sobre su afiliación política, él se define a sí mismo así: “Aún está por determinarse. No he tomado una decisión. Las cosas aún están evolucionando. Hay algunos aspectos de la Convención Demócrata que no me llegan, y hay algunos aspectos del Partido Republicano que tampoco lo hacen. La gente en el mundo político trata de ponerte en diferentes cajones dependiendo de las circunstancias. Creo que Trump creará su propio cajón, una mezcla de lo que lo que sí funciona y que desechará lo que no”.
Las acusaciones de antisemitismo le afectan un poco más.
En julio, Trump tuiteó una imagen de Hillary Clinton sobre un fondo de billetes de dólares y una estrella de seis puntas que contenía las palabras “la candidata más corrupta en la historia”, una imagen que supuestamente se había originado en un sitio de supremacistas blancos. Dana Schwartz, reportero del Observer de Kushner, escribió un artículo muy leído instando a su jefe, dada la importancia que le da a su fe y su familia, a denunciar el tuit. Kushner respondió con un artículo de opinión en el que defendía a Trump usando la línea de siempre: que él conoce a Trump. “¿Si incluso la más mínima infracción contra el discurso políticamente correcto es considerada instantáneamente como ‘racista’, entonces qué dejaremos para condenar a los racistas de verdad?”.
Kushner insiste hoy que no habrá ningún elemento de odio en la Administración de Trump, comenzando en la cima. “No puedes no ser racista durante 69 años y luego de repente convertirte en uno, ¿verdad?”, dice. “No se puede no ser un antisemita durante 69 años y, de repente convertirte en uno porque buscas la presidencia”.
Su reacción a algunos temas delicados, como el KKK y el apoyo de la derecha radical hacia Trump: “Trump ha rechazado su apoyo 25 veces. Él rechazó el odio, la intolerancia y el racismo. No sé si alguna vez podría rechazarlos lo suficiente para algunas personas”. Y luego parafraseó una cita que atribuye a Ronald Reagan: “El hecho de que me apoyen no quiere decir que los apoye”.
El apoyo de Kushner se extiende a Steve Bannon, asesor estratégico de Trump, quien ha sido acusado por su ex esposa de hacer comentarios antisemitas (él lo niega) y cuya página web, Breitbart, ha publicado con frecuencia artículos que apelaban a los grupos racistas y antisemitas.
“¿Soy responsable por todas y cada una de las historias que el Observer ha escrito como si fueran mías?”, dice Kushner. “Todo lo que sé acerca de Steve proviene de mi experiencia al trabajar con él. Es un sionista increíble y ama a Israel. Fue uno de los líderes en la campaña contra la desinversión. Y lo que he visto desde que trabajamos juntos es que es una persona no se ajusta a la descripción que las personas hacen de él. Elijo juzgarlo con base en mi experiencia y ver el trabajo que ha hecho, a diferencia de lo que dicen otras personas acerca de él”.
Y eso parece reflejar cómo Kushner se siente acerca de la molestia que algunos de sus amigos muestran por su papel en la elección de alguien que ofende sus valores, hasta el punto que, antes de las elecciones, varios le escribieron con resentimiento. “Yo lo llamo exfoliación. Cualquiera que esté dispuesto a cambiar una amistad o a dejar de hacer negocios debido al apoyo político que le das alguien seguramente no tiene mucho carácter.
“La gente es muy inconstante”, añade. “Tienes que descubrir en qué crees, desafiar tus verdades. Y si crees en algo, aunque sea impopular, tienes que seguir hasta el final”.
Muchos de esos amigos volubles han mostrado una propensión a retomar la amistad con Kushner ahora que, luego de ser el autor intelectual de la sorprendente victoria de Trump, tiene el oído del futuro presidente.
¿Qué hará con ese poder? Eso es aún una incógnita.
Por ahora, Kushner muestra un bajo perfil: “Hay muchas personas que me han pedido involucrarme a un nivel más oficial. Sólo tengo que pensar en lo que eso significa para mi familia, para mi negocio y asegurarme de que sería lo correcto por muchas razones”.
Es poco probable que pudiera mantener una posición formal en la Casa Blanca de Trump. Las leyes contra el nepotismo establecidas después que el presidente Kennedy hiciera a su hermano Bobby Fiscal general prohíben al presidente dar roles gubernamentales a sus familiares –incluyendo a la familia política—.
Algunos informes han indicado que la administración está explorando todos los ángulos legales para dar a Kushner un cargo oficial, incluyendo la posibilidad de añadirlo como asesor no remunerado, aunque incluso eso podría estar prohibido por la ley, que fue escrita para asegurar fidelidad a la Constitución en vez de a los individuos.
Pero éste podría ser un punto discutible. Con o sin un cargo oficial o un sueldo federal de 170,000 dólares no hay ninguna ley que prohíba a un presidente buscar el consejo de quien quiera.
Es claro que los líderes tecnológicos y empresariales de Estados Unidos, que en gran medida respaldaron a Clinton y colectivamente denunciaron a Trump, utilizarán a Kushner como intermediario y que Trump también se apoyará en él en gran medida.
“Asumo que estará en la Casa Blanca durante toda la presidencia”, dice el multimillonario de News Corp., Rupert Murdoch. “Durante los próximos cuatro u ocho años será una voz fuerte, quizá incluso más fuerte después de la del vicepresidente”.
 
Vía Forbes Mx

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