¿Maquiavelo en el Elíseo? | Carlos Herranz

Macron realiza un movimiento estratégico que divide a la derecha tal y como pasó durante la campaña con el caso Fillon. El nuevo jefe de Gobierno francés, Edouard Philippe, fue uno de los más próximos colaboradores del ex primer ministro Alain Juppé, a quien apoyó en las primarias de Los Republicanos
 “Un príncipe, para conservar su poder, tiene en ocasiones que ser perverso” reza uno de los pasajes de El Príncipe de Maquiavelo. Cuando el expresidente Hollande nombró a Macron ministro allá por 2014 y todas las redacciones de las grandes cabeceras mundiales buscaban datos del flamante joven titular de Economía, el diario New York Times afirmaba en sus páginas que Macron era un gran conocedor del filósofo político italiano y que gracias a ello, había conseguido orientarse en los difíciles pasillos de la política parisina. Su fama de maquiavélico y de buen estratega napoleónico le han acompañado desde entonces, aunque ya escudriñando en su currículum existen buenas pruebas de ello en la red de influencias que se labró para ir conquistando círculos de poder desde su salida de la Escuela Nacional de la Administración.
La derecha francesa contempla estos días la estrategia con la que el presidente les ha preparado el escenario de cara a las legislativas y las reuniones en la sede de Los Republicanos se suceden para estudiar, cual batalla de tablero, qué pasos hay que dar para adelantarse a las fichas del que ya ha demostrado ser el primer alumno de la clase política francesa.
“Pretende aniquilarnos como ya ha hecho con los socialistas” decían ayer algunos cargos del partido conservador francés tras el nombramiento de uno de los suyos, Edouard Philippe, como nuevo primer ministro. Paradójicamente, la derecha, después de haber soñado durante cinco años con tener un jefe de gobierno de los suyos, pone cara de circunstancias cuando lo acaba de conseguir.  ¿Caramelo envenenado? Colocando a un afín de Alain Juppé en el palacio de Matignon, Macron ha puesto a la derecha francesa frente a su propio fantasma de fracturación, ése que se intuía cuando en campaña saltó el “caso Fillon” y que tuvo que ser más tarde enterrado por el bien común. Macron ha resucitado de un plumazo a ese muerto tan vivo, previsiblemente con la connivencia del patriarca de la derecha moderada, Juppé, que no olvida el fracaso para orquestar el “Plan B” que nunca exisitió para dar el relevo a Fillon en la carrera presidencial.
Después de la nominación del alcalde de Le Havre como nuevo primer ministro francés, basta con observar las reacciones de unos y otros dentro del partido para intuir la batalla intestina. Felicitaciones y manos tendidas a la colaboración en forma de documento firmado por una veintena de representantes del ala moderada del partido, que, curiosamente aparece a los pocos minutos de la designación. El secretario general del partido, Bernard Accoyer, tacha el nombramiento de “poco sano para la democracia” y su líder para las legislativas, François Baroin habla de “intento de dinamitar a la derecha”. Si la estrategia de Macron, pasaba por este golpe de efectos, su resultado fue inmediato.
A partir de ahí, habrá que calibrar hasta dónde llega el distanciamiento de las dos derechas y cuántos diputados estarían dispuestos a permitir articular una mayoría parlamentaria para que el gobierno pueda llevar a cabo el programa del presidente Macron. Se trata de la primera vez en la historia política de la Francia moderna que un presidente ha nombrado a un primer ministro de otro partido político sin haber estado forzado por una derrota en las elecciones parlamentarias. Lo inédito de la situación también divide a Francia en dos: los que piensan que los nuevos tiempos son transversales y aquellos convencidos de que Macron sigue teniendo a “El Príncipe” en su mesita de noche.