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Salvador y los periodistas sin redención | Antonio Aguilera

Quizás sea por la cercanía con el poder, o por el halo de petulancia que nos puede dar los reflectores, es decir esa fama pasajera, los periodistas nos hemos sentido parte de círculos a los que no pertenecemos: nos codeamos con la clase política y solemos ser cómplices de sus intereses, pero ganamos diez veces menos que ellos; nos sentamos detrás de un micrófono o frente a una cámara, y nos transformamos en jueces patibularios o nos sentimos dueños de la razón; pero también nos creemos detectives, especialistas de todos los temas, sacerdotes de la moral y doctores de la soberbia.
Esos suelen ser nuestros mayores pecados, pero uno de los más graves, que se expresa cuando nos adentramos a esa burbuja confortable, es no voltear a ver a nuestros propios colegas, valorar su trabajo, leerlos, escucharlos, analizarlos, criticarlos con elementos, pero al final entender sus posturas, debatirlas y enriquecer el punto de vista.
Al final, ni somos seres privilegiados, ni ganamos los grandes salarios, digo, ni prestaciones tenemos; simplemente somos parte de esa sociedad vilipendiada y ultrajada por los dueños del dinero y del poder; al final somos una especie de pueblo informado y nada más, pero con el privilegio  de poder informar a una sociedad desinformada y manipulada, en donde en no pocas ocasiones nos prestamos a mantenerla en la ignorancia.
Hoy a muchos sectores, sobre todo nuestro gremio el de periodistas, nos indigna el caso del colega Salvador Adame Pardo de Nueva Italia, un periodista de esos duros, críticos, lengua larga como dirían esos ojetes que le quitaron la vida a Miroslava Breach o Javier Valdez.
Hoy todos somos Salvador, pero apenas hace una semana todos éramos Javier Valdez, y nos sumamos a la indignación colectiva, y fuimos a movilizaciones en donde participaron –lamentablemente- hasta algunos que hacían las veces de correo de la bestia, del crimen pues.
Hoy todos somos Salvador , sin embargo muchos no conocíamos de su trabajo, de sus notas, de sus reportajes, en los que denunció los malos pasos en los que se movía presidente municipal de Múgica, Salvador Ruiz Ruiz, quien con ese descaro que sólo permite la impunidad del saberse político o gobernante, llegó a decir que “Salvador si era (sic) muy crítico, y nosotros nos pasamos de pacientes”, como si ya se le hubiera acabado la paciencia al muy infeliz.
Pero cuando sucede algo grave, claro que nos indigna, nos molesta, nos encabrona, aunque en algún momento ni siquiera conociéramos a Salvador personalmente. Quien esto escribe, en un fugaz y transitorio cargo gubernamental, me tocó atenderlo cuando sufrió la terrible represión de la policía estatal cuando cubría el no menos terrible desalojo de un grupo de personas que exigían la instalación de una Ciudad Mujer en Múgica. Entonces, el aparato burocrático resolvió en parte su caso, y la atención médica para él y su mujer, pero quedó pendiente su reclamo de justicia ante el acto represivo que sufrió, y al poco tiempo, yo también opté por renunciar.
Ya por entonces, Salvador Adame había llevado su caso a muchas instancias de orden estatal y federal, muchas dependencias y funcionarios sabían que Salvador trabajaba en un contexto de riesgo, en donde su trabajo, sus dichos y sus posturas estaban colmando el plato de un poder autoritario que no se la piensa a la hora de actuar. Muchos ya sabían que Salvador corría peligro, pero todos –déjenme decirlo con todas sus letras- se hicieron pendejos.
Por entonces, nadie o pocos de los colegas, de ese pueblo informado que somos, sabíamos o poníamos atención a su caso o al de muchos otros iguales que aún persisten en la tierra caliente y en otras regiones de Michoacán y de México. Hoy deseamos de todo corazón que Salvador Adame esté vivo, aún en las inescrutables  garras de un poder fáctico, pero con vida. Así lo deseamos todos.
Ahora toca a los poderes del estado salir de su indiferencia, y no permitir que andemos en Michoacán los terribles pasos de la ignominia que ya caminaron entidades sarcófago como Veracruz, Sinaloa, Oaxaca o Tamaulipas. Estamos muy a tiempo, para evitar que volvamos a salir a las calles a un reclamo de justicia y con los puños cerrados de la impotencia al saber que jamás la encontraremos.
Pero creo que ha llegado el tiempo de voltear a vernos, de curarnos nuestras heridas como gremio, y de por lo menos, conocernos y valorarnos más, de leer nuestras notas, de mejorar nuestras condiciones  de trabajo, de solidarizarnos, ya que somos parte de esa sociedad a la que nadie o ya casi nadie le importa, de esos seres sin redención, por ello no hagamos de esa indiferencia o de esa indolencia con la que suele el poder y la sociedad mirarnos, una ley entre nosotros.
@gaaelico

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