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El complejo del Salmón | Antonio Aguilera

“¿Cómo podéis llamarme tirano, a mí, a quien todos los tiranos del mundo temen?”

 Maximilien Robespierre.

@gaaelico
Sucedió el día 9 de Termidor del Año II (domingo 27 de julio de 1794), Robespierre se levantó decidido a intervenir en la Convención, a fin (supuestamente) de dar una lista de los últimos enemigos de la Patria, de los responsables del Terror con mayúscula. Pero fue recibido a gritos de “¡Abajo el tirano!” y se le impidió tomar la palabra. “Si habla, se salvará” exclamó alguien. Los conjurados habían logrado extender el miedo entre los bancos de la Convención: la Patria francesa estaba de nuevo en peligro, porque una conjura robespierrista contra los diputados estaba en marcha. La fatídica sesión concluyó con la votación del arresto de Robespierre, Saint-Just y sus afines.
Los horas entre el 9 y el 10 de Termidor transcurrieron: pasado el conato inicial de motín en la Convención Revolucionaria, no fue difícil capturar de nuevo a Saint-Just y Robespierre, quien apareció vivo pero con el rostro destrozado por un disparo (¿suicidio fallido? ¿Resultado del forcejeo con su captor?). El Incorruptible aún aguantó vivo para llegar a su destino natural: la guillotina.
Ese mismo año, el líder jacobino había legado su testamento político, el cual resume el destino de la izquierda en todo el mundo: “La democracia no es un estado en el que el pueblo –constantemente reunido– regula por sí mismo los asuntos públicos; y todavía menos es un estado en el que cien mil facciones del pueblo, con medidas aisladas, precipitadas y contradictorias, deciden la suerte de la sociedad entera. Tal gobierno no ha existido nunca, ni podría existir sino fuera para conducir al pueblo hacia el despotismo” (Robespierre, Sobre los principios de la moral política, Discurso del 18 de Pluvioso del Año II, 5 de febrero de 1794).
Como en la lógica actual de Andrés Manuel López Obrador y en sectores del PRD vinculados a los Chuchos, en la Francia revolucionaria el papel de la izquierda encabezada por Danton y Robespierre fue siempre cainita, exacerbando –por medio de Marat– el resentimiento y el odio de ciertos sectores sociales, para adueñarse de la calle. Se trataba de un discurso incendiario sólo para polarizar y justificar los fines, y también los medios.
Como los sectores más radicales de  la izquierda mexicana actual –léase no sólo los que dicen “son paleros”, sino los que también señalan “ese mesías tropical”-  en la actualidad, fue precisamente Marat quien insufló la división de las izquierdas, y quien tanto le gustó de ponerle el mote de “traidor” a quien se atentaba contra el objetivo último del movimiento.
Como acaece en la izquierda miope de nuestra realidad mexicana, parece que la insistencia de Marat había terminado por agotar su paciencia. En suma, Marat comenzaban a ser insultante, pues parecía considerarnos a todos idiotas (exceptuándose a sí mismo, claro). Básicamente, nos habían dado a todos gato por liebre en nuestras mismísimas narices, sin que lográramos siquiera darnos cuenta.
Por un lado AMLO, a un año de las elecciones del 2018 (las terceras en las que contenderá) ha reventado toda posibilidad de un amplio frente de izquierda, y en su lógica aduce argumentos moralinos, típicos de la izquierda más vetusta: yo y sólo yo soy dueño de la verdad, y yo y solo yo soy más de izquierda.
Pero por el otro, están esos que también se dicen de izquierda, que no les gusta el movimiento social y los partidos de calle y que sólo se sienten a gusto en salones de oropel firmando pactos y acuerdos, también rechazan ir con los “radicales” y no ven con malos ojos sentarse a departir con quienes han esquilmado al país por 90 años.
Todo apunta que en México no habrá acuerdo de izquierdas, porque en las trincheras de los matices nadie asoma la cabeza.
La izquierda no se pondrá de acuerdo y gobernará la derecha, porque la izquierda se atasca en sus complejidades intrínsecas, en sus devaneos y en sus poses, en sus rencillas y en sus rencores, en su pasado y en sus placeres venideros, como una especie de temor del que nacen anacronismos.
Gobernará la derecha, porque el éxito de una izquierda (que dice no ser izquierda) es el fracaso de una izquierda que dice ser izquierda aunque no lo sea del todo, y viceversa.
¿Qué mueve a un individuo o un grupo de intereses, ya próximo al final de su vida política, a comportarse como el salmón, a descender de una sumergida a contra corriente, en soledad, contra la fuerza de la naturaleza y sin más respaldo que la necedad misma?¿Qué explica su involución desembozada y proclamada a los cuatro vientos? Seguramente las respuestas son muchas, intrincadas, y hasta contrapuestas, y apuntan entre otros rasgos, a la vanidad inherente al individuo, o de quienes se golpean el pecho con la mano izquierda pero no sueltan la cartera con la derecha.
Al final el Salmón llega a lo más alto del río, pero sólo para morirse…
 

 
*Las opiniones expresadas aquí son responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la posición oficial de Metapolítica.mx




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