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Sistema asesino | Antonio Aguilera

¿Qué lleva a un hombre, que trabaja en una empresa de transporte de pasajeros que se publicita como segura, para aprovecharse de una mujer joven que está alcoholizada, para violarla y matarla, sólo para darse un placer individual? ¿Qué lleva a un grupo de mexicanos que se asumen como parte de un “ejército” para cometer atrocidades contra civiles a fin de defender su supuesta pertenencia a un cártel de drogas? ¿Qué influye en un grupo de mujeres que optan por subordinarse a un patrón cultural patriarcalista, que les impone una forma de ser, pensar y desenvolverse, llámese cultura buchona, reggaetonera, o del mirreynato, que les exige humillación? ¿Qué obliga a una sociedad a denigrar y vilipendiar a las víctimas de la violencia, a aquellas mujeres que han muerto por la sed de sangre de su machismo más exacerbado y juzgar que ellas “se lo buscaron”?
A casi a un ritmo mensual algún feminicidio estremece, que indigna a importantes sectores de la sociedad, la vejanía, la crueldad, la violencia y el abuso que acompañan el asesinato de esta joven, de aquella niña o de alguna mujer, sacude la conciencia social, pero eso es todo, la sacude, pero no la transforma. El tiempo sepulta la rabia y el asombro hasta que un nuevo y quizás más brutal episodio revive de nuevo el malestar que provoca.
Pero ¿qué mata a las mujeres? ¿el machismo? ¿el tráfico ilegal de armas? ¿el fracaso de la educación y la cultura?, en síntesis una combinación de todos, pero sobremanera, el que mata es el sistema, el sistema político, económico, social, educativo y cultural que conocemos llanamente como neoliberalismo.
A Mara Castilla la mató un infame cabrón (así, sin comillas y sin disculpas) que sabe que en este país las leyes se compran o se comercian, y por ende, sólo buscó dar rienda a sus oscuros instintos aprovechándose de su estado inconveniente y de indefensión, porque de lo contrario ella hubiera luchado. Pero este infame cabrón es hijo de un sistema, de un contexto que somete a todos a quienes formamos parte de un modelo de mercado, ya que todo se vende y todo se consume.
En México a muchos les gusta quemar incienso al modelo neoliberal que se desarrolla en los países del llamado primer mundo (ya no sólo occidentales, sino en particular asiáticos y hasta sudamericanos). Sin embargo, a diferencia de esos países, en donde el modelo económico está regulado por instituciones que en los hechos funcionan, aquí se rompe el equilibrio, ya que el mercado está libre de toda atadura, de toda regulación posible, y nos hace sufrir todos los monstruos que acompañan a un sistema de mercado desbocado: corrupción, tráfico, violencia, segmentación, exclusión, pobreza, discriminación, muerte…
El cuadro es terrible, sorprende a los incautos defensores del neoliberalismo a la mexicana, que no perciben la inmensa corrupción que es el sistema capitalista, capaz de lanzar bombas, de genocidios, de asesinar líderes, envenenar al planeta, todo por ampliar los mercados, proteger sus intereses. Entonces, para ser honestos, para no ser cómplices de corrupción, no perseguir sólo a los síntomas y no a la causa de la peste, debemos hablar de la corrupción del sistema.
Un clásico se preguntaba “¿quién es más ladrón, si el que roba un banco o el que lo funda?” y así resumía la situación del capitalismo: un robo, una corrupción generalizada, legitimada por la ética. Nosotros podríamos preguntar ¿quién es más corrupto, si el que permite que el sistema forme parte de su vida, o el que aprovecha todos sus resquicios para lucrar con él?¿quién es más extorsionado, el imperio amenazando al mundo con su poderío militar o el tonto que cambió por treinta monedas, por unos cuantos dólares, la oportunidad histórica de ser grande, de servir a la humanidad y ahora corre por el mundo con su maletín lleno de billetes y el corazón vacío?
Lo de Mara Castilla es una terrible expresión de la forma en la cual el mercado se regula asimismo: violencia y muerte. Y es ésta una mera fórmula para abordar y destacar cómo los feminicidios van en aumento, cómo la libertad y la seguridad a la cual toda persona tiene se reduce y es una fórmula, es una realidad cada vez más lamentable.
La lista negra perece interminable, irrefrenable: en abril fue Mar, encontrada violada y muerta al pie de una jardinera en Valle Dorado, en el Estado de México; en mayo fue Lesvy, encontrada colgada y asfixiada del cordón telefónico de una caseta en Ciudad Universitaria, en la Ciudad de México; en junio fue la niña Valeria, secuestrada, violada por el conductor de micro en una ruta de Ciudad Nezahualcóyotl, en el Estado de México; en julio fue la joven Mariana Joseline que al ir a la tienda fue llevada hasta carnicería donde fue víctima de abuso sexual y liquidada en Ecatepec, Estado de México; ahora, es el turno de Mara, secuestrada, violada y asesinada en San Andrés Cholula, Puebla, por el conductor de un taxi de Cabify, un modelo de transporte que se vende en el mercado como “disfruta tu viaje”. El horror.
Pero hasta que la  muerte nos une, nos damos cuenta de los infiernos en los que vivimos: sea por la irritación o la indignación social o el coraje de los familiares que se resisten en buscar a su hermana, a su hija o a su esposa entre los desaparecidos, la autoridad se mueve dejando ver que cuando la presión es fuerte sí pueden dar con los presuntos culpables y detenerlos. Sólo así, y sobre todo cuando son tiempos electorales.
Los casos mencionados, sin embargo, son la excepción, si la muy breve e incompleta cronología que acabo de hacer se profundizara con rigor, la indignación no sería una vez al mes, sino siete veces al día, 7.3 veces al días, sí, por increíble que parezca y tan solo el año pasado a lo largo y ancho de país, aunque destacadamente en el Estado de México, en Michoacán, Guerrero, Chihuahua y la Ciudad de México, así como Puebla, dos mil 735 mujeres perdieron la vida a manos de un delincuente que quizá no sería aventurado calificar de un auténtico depredador.
Pero el depredador es el sistema, el mercado que permite que miles de armas entren sin el mínimo impedimento a México; el mercado que cosifica a las mujeres como objetos para todo tipo de lascivias patológicas; el mercado que fomenta la indiferencia social ante la muerte; el mercado, que nos obliga hasta idolatrar al criminal y al asesino, gracias a las series televisivas; el mercado que nos hace cerrar los ojos ante el sufrimiento y la marginación de los demás, ya sea en un semáforo, o hasta en la mesa de un café; el mercado que nos dice que Mara y las demás “se lo buscaron” porque salieron a divertirse. ¿Acaso el encierro es garantía de felicidad? ¿De vida?
 
En México estamos a punto enfrentar un proceso electoral, en donde los candidatos presidenciables nos ofrecerán sacarnos del infierno de la corrupción y la violencia, pero sólo hay que ver quienes los postulan para dar cuenta de sus compromisos. Pero al momento ninguno ofrece cambiar de modelo, de este sistema que nos mantiene avasallados. Todos menos uno, usted póngale el nombre…
 
@gaaelico
 
 

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