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En defensa de la política | Hugo Rangel Vargas

Son tiempos difíciles para hablar de política a una sociedad lastimada que ha dejado sueños y anhelos en el camino. Las utopías se han convertido en prescindibles para abrir paso a lo necesaria y estrictamente posible. Las urgencias cotidianas han impuesto su dictadura a lo importante y lo trascendente. Estamos pues en el desamparo total en contra de los demonios que ha traído consigo el sueño de la razón.
El régimen democrático se ha reducido a la mera rotación de personeros, gerentes y emisarios de un sistema de privilegios y canonjías que han arrebatado a los ciudadanos el carácter protagónico que se supone debiesen asumir. Asistimos a un sacrificio del sentido popular de la vida pública y a una privatización de facto de las instituciones.
Mientras esta crisis es atizada por la cancelación del más básico parámetro de la moral y el pudor por parte de la casta gobernante en el país; los pregoneros del conservadurismo se frotan las manos y abren fuego presentando a la ciudadanía “el nuevo rostro de la vida política”. Entre “independientes”, “ciudadanos”, “empresarios” y maniobras retoricas como los “gobiernos de coalición”; el enorme gigante ya ha arrebatado a la sociedad el control de la vida pública, so pretexto del desastre en el que se encuentra ésta.
El fin de la historia, la superación de la lucha de clases, la cancelación de todo conflicto social llegará al país con el arribo de estas nuevas sorpresas que nos depara el “reality show” que nos han preparado para distraernos mientras nos arrebatan el destino de la patria.
Atrás han quedado los anhelos de la justicia social, de la lucha por los derechos más básicos como es la vivienda, la salud, la alimentación, el vestido, el sano esparcimiento, la vida digna, el desarrollo humano en un entorno sano y sustentable. Olvidemos eso, ahora dejemos que los que sí saben de política; “los empresarios”, “los ciudadanos”, “los impolutos”, “los que saben ponerse de acuerdo”; nos digan cual es el unívoco camino que debe seguir el país.
Este camino tiene, para quien lo sigue, el oscuro recodo de la cancelación de la política como mecanismo democrático de construcción de alternativas y la privatización de la condición de “político” en favor de una plutocracia, que abroga para si la tarea pública. Dos ejemplos recientes dan cuenta de ello: la Italia de Berlusconi y la Norteamérica de Trump.
Ambos, magnates encumbrados, construyeron su asenso basándose en una retórica que presentaba como única alternativa, al desorden que habían dejado “los políticos”, el traslado de la estafeta a la supuesta probidad y habilidad administrativa de la clase empresarial de la cual ellos eran dignos y exitosos representantes.
La antipolítica privatiza la política. En defensa de esta última debemos acudir nuevamente los ciudadanos para volver a secuestrar su quehacer en favor de los grandes anhelos que ha abrazado la humanidad. Debemos cercenar las manos a quienes quieren hacer que los habitantes de la polis moderna, sólo hagamos política a través de una urna y firmando un cheque en blanco con el que únicamente decidimos, como diría Galeano, con qué salsa seremos servidos como manjar a los intereses de los poderosos.
Defender la política es abrirla, dársela a sus eternos protagonistas, arrebatársela a quienes la prostituyen y la venden, negándonos la discusión y el debate; ofreciéndonos en cambio, falsas salidas vestidas en absurdas “independencias” y falsas “autonomías”. Hagamos política para enfrentar al gatopardismo que inunda la vida del país y que retorne al fin el reino de las ideas y el pensar colectivo.
Twitter: @hrangel_v

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