2018: La desmesura política | Antonio Aguilera

Muchas de las más candentes páginas de la historia de la humanidad, abordan algunos de los episodios más sorprendentes de las decisiones que toman los que tienen el poder en sus manos: el exterminio de judíos dictado por Hitler que mandó a la tumba a más de 6 millones de personas; las purgas ordenadas por Iosif Stalin, que representó la muerte para centenares de miles de personas; el bombardeo de Dresde ordenado por Churchill y los 70 mil muertos o las bombas atómicas de Hiroshima y Nagazaki, entre muchos otros episodios.
David Owen, un médico británico metido en política, escribió una obra llamada “En el poder y en la enfermedad”, la cual retrata la interrelación entre la política y la medicina. El médico inglés, uno de los mayores impulsores de la social democracia en el Reino Unido, aborda las patologías en los personajes públicos y su influencia sobre la toma de decisiones, los peligros de mantener en secreto la dolencia o la dificultad para destituir a los dirigentes enfermos. Sin ir más lejos, en Michoacán padecimos un caso semejante en el gobierno de Fausto Vallejo, quien en todo momento negó que estaba enfermo y ocultó por muchos meses sus padecimientos.
La obra de David Owen recorre la salud y el papel político de 32 jefes de gobierno. El lector entra en la hipertensión y arterioesclerosis de Woodrow Wilson, en el cáncer del Primer Ministro británico Neville Chamberlain, quien negoció con Hitler en 1938 en Múnich. La depresión es quizá la enfermedad más repetida entre los treinta y dos estadistas estudiados por Owen. La sufrieron, entre otros, los norteamericanos Warren Harding y Calvin Coolidge. Churchill añadía a su severa depresión insuficiencia de miocardio. Owen insinúa que Ronald Reagan pudo sufrir Alzheimer ya desde el comienzo de su mandato.  Analiza la salud del depresivo presidente norteamericano Theodore Roosevelt, enfermo crónico de asma y diarrea, y cierra con Ariel Sharon, obeso primer ministro israelita y víctima de una grave dolencia cardiaca en los años de su mandato.

Ahora, que en esta semana entraremos de lleno al proceso electoral 2018, con el arranque de las precampañas, en donde se nos vienen encima casi 60 millones de spots, miles y miles de menciones de los apellidos de los contendientes, su imagen repetida ad nauseam por miles y miles de afiches, espectaculares y demás promoción.

Por ello, no está por demás hablar del riesgo en los políticos en general -y creo que los nuestros no son la excepción- de esta embriaguez del poder, de la intoxicación por el poder. Fue el propio Owen quien le puso un nombre a esa desmesura por el poder: el Síndrome de Hybris, como un mal derivado del ejercicio del poder.
Dicho Síndrome tiene que ver con la desmesura, tiene que ver con esta actitud de sentirte superior porque se ostenta el poder, y entonces surgen las actitudes de superioridad, lo que implica despreciar a los otros, desdeñarlos: este estudio habla de la embriaguez por el poder. A grandes rasgos, es la “enfermedad” conductual común en los políticos.
El propio David Owen la padeció, ya que estuvo 26 años como miembro de la Cámara de los Comunes. Al renunciar en 1994 se había convertido en el legislador que más tiempo ha estado en el cargo.
Owen estuvo siempre en las primeras filas de la política británica y de la acción internacional. La Reina de Inglaterra le nombró Barón Owen de la Ciudad de Plymouth en 1992, y como miembro de la House of Lords se ha convertido en Lord Owen. Entre 1996 y 2009 fue rector de la Universidad de Liverpool.
Este síndrome, que él caracteriza, no es nuevo y su simiente viene desde los mismos griegos. Ya escritores como Shakespeare lo retrataron en dos grandes obras: Hamlet y Macbet.
El mal de la hybris puede afectar con frecuencia a los políticos que creen saberlo todo; y entonces en consecuencia, pues no escuchan, construyen la realidad en función de lo que ellos perciben y de lo que los aduladores les dicen, se empiezan a desconectar cada vez más de lo que realmente está pasando, y empiezan las cadenas de errores que a veces han tenido consecuencias trágicas.

Serían muchos los actores políticos mexicanos a los que pudiéramos haberles diagnosticado la Hybris, y no falta ahora que muchos quieran apuntar a alguno de los actores presidenciables que van a jugar el proceso electoral 2018: que si AMLO es un obsesionado, que si Meade es un simple subordinado de los grandes poderes, o que si Anaya es el más grande traidor la política contemporánea, etc.

El propio Juan Ramón de la Fuente, conocido estudioso de la psiquiatría, es uno de los estudiosos de la relación entre la medicina y la política,  y es uno de los mejores promotores de la obra de David Owen. El ex rector de la UNAM ha señalado que le interesa esta relación, ya que los políticos al igual que los médicos tienen en sus manos, literalmente, la vida de muchas personas: “sus decisiones nos afectan a muchísimas personas y a veces con graves consecuencias”, ha señalado en algunas entrevistas.
De la Fuente ha dicho que hay aspectos de la forma de proceder de los médicos que pueden ser aplicables para los políticos: “lo primero que diría yo en las similitudes entre médicos y políticos, es la máxima de la medicina que dice: “primero no hacer daño”; es decir, “pues no empeores las cosas”, porque si tienes que resistirte a la idea de actuar por actuar, hay que actuar cuando se puedan mejorar las cosas, cuando haya posibilidades de incidir”.
Y bien, el propio canciller Bismarck, padre de la geopolítica moderna, decía que la política es el arte de lo posible, entonces los políticos deben hacer que las cosas sean posibles.
Tras haber mostrado cómo a lo largo de los últimos cien años han sido numerosas las decisiones políticas tomadas de forma errónea por dirigentes públicos enfermos, Owen busca establecer barreras de protección. Al mismo tiempo, advierte del negativo papel de los médicos personales o de los parientes, incapaces con demasiada frecuencia de advertir la gravedad de ciertas situaciones.
Ahora, con el aluvión político que se nos viene en México, aquellos que aspiren a cargos de representación popular –en particular los presidenciables- deben de resistir a la idea de actuar por actuar (ojo seguidores de AMLO); resistirse al afán excesivo por lo nuevo y el desprecio por lo antiguo; como si sólo lo nuevo, como si sólo lo novedoso fuera siempre lo mejor (ojo promotores de Meade y de Anaya). Tanto en medicina como en política se han registrado muchas falsas salidas cuando se piensa que hay remedios novedosos que acaban por no serlo, y ser más dañinos de lo que en un principio parecía (ojo defensores del neoliberalismo).
Ante lo que se viene, que es un tsunami de promesas y propaganda, se vislumbran dos palabras: continuidad y cambio, pero ambas se tratarán de exhibir como si fuera un producto novedoso. Para ello echarán mano de la tecnología y la ciencia, y aquí nos preguntamos: ¿dónde queda el papel de las humanidades y de la ética y de las artes?
Como ciudadanos y como votantes deberíamos de resistirnos al insidioso encanto de la adulación, de la manipulación y de la polarización. Para ello, deberíamos de no poner a la información por delante de la sabiduría. Hoy por hoy estamos llenos de información, y no se pueden tomar todas las decisiones con base en una información que no está suficientemente decantada, porque esto nos lleva también a poner por delante las ocurrencias antes del sentido común, que siguen siendo muy válidos en medicina y podrían ser muy válidos en la política.
Si leyésemos un poco la historia de México y de la propia humanidad, sabríamos que el  poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente, esa es la realidad. El mal de la hybris  puede volver a llevar a nuestros políticos a una situación de esa naturaleza, ya que la desmesura, la intemperancia no son buenas compañeras para quienes toman decisiones que nos afectan a todos.
@gaaelico