El día en que cada año se conmemora el Holocausto, el 27 de enero, es un homenaje a los seis millones de judíos que murieron durante la Segunda Guerra Mundial y las millones de personas que fallecieron por la persecución de los nazis y los subsiguientes genocidios.
Esta semana, acompañé al escritor británico Derek Niemann a una reunión en Londres en la que le habló a una audiencia judía sobre su abuelo, un funcionario de la SS en los campos de concentración.
Descubrir el secreto que la familia había mantenido por más de 50 años se convirtió en el golpe más profundo que Derek ha sufrido en su vida.
La familia se había esforzado en que él nunca descubriera ese secreto.
Derek había acompañado a su esposa Sarah a una conferencia en Berlín y decidió visitar la casa en donde su padre creció durante la guerra para tomar algunas fotos.
Buscó la dirección por internet.
“Apareció una hoja que decía SS-Hauptsturmführer Karl Niemann [el nombre del abuelo de Derek]… crímenes de lesa humanidad, uso de mano de obra esclava“, recordó Derek.
“Recuerdo recostarme de golpe sobre el respaldo de mi silla, ir al cuarto de al lado y decirle a Sarah: ‘Acabo de encontrar a mi abuelo‘“.
Sarah recordó así aquel momento:
“Le dije: ‘¿Qué quieres decir con que acabas de encontrar a tu abuelo?’ Y él me lo explicó. Puedo recordar la expresión de completo y absoluto shock en su rostro”.
Ese fue el momento en el que la vida de Derek dio un giro completo.
“Soy un escritor, escribo sobre naturaleza. Escribo sobre abejas y mariposas. No escribo sobre nazis”, dijo.
Todo estaba a punto de cambiar.
Años de investigación y exploración de archivos, viajes a Alemania y conversaciones difíciles con miembros de la familia construyeron la compleja historia de un hombre ordinario que quedó capturado vívidamente en el libro de Derek titulado “Un nazi en la familia”.
Un burócrata de oficina. Así era como el padre de Derek, Rudi, describía a su abuelo. Pero descubrieron que, en realidad, tenía un rango equivalente al de un capitán de la SS y que organizaba la mano de obra esclava en los campos de concentración a una escala colosal.
A Derek y Sarah les ayudó en su investigación uno de los hobbies de Karl: la fotografía.
Descubrieron un tesoro de aproximadamente 500 negativos antiguos, los cuales habían sido dejados en la casa en Berlín cuando fue abandonada apresuradamente al final de la guerra.
Increíblemente, los negativos fueron salvados por la familia judía a la cual se le dio la casa en el proceso de reparaciones tras la guerra.
Los negativos revelaban la intimidad de la amorosa familia de un agente de la SS y un hombre que llevaba una contradictoria doble vida.
Viajó a todos los campos de concentraciones, llevaba los libros financieros y dirigía una empresa comercial de la SS que fabricaba muebles y suministros de guerra, todo hecho por mano de obra esclava.
Pero en la noche, llegaba a casa, cuidaba el jardín y ayudaba a criar a sus cuatro hijos.
Su hijo mayor, Dieter, fue asesinado en los últimos días de la guerra mientras luchaba con la división nazi de tanques Panzer.
Hombres esqueléticos con uniformes a rayas llegaron a visitar su casa para hacer trabajos ocasionales. Su esposa Minna les daba comida, pese a que le decían que no lo hiciera.
El libro de cuentas de Karl incluso parecía lamentar los desafíos financieros de dirigir un negocio que seguía matando a sus trabajadores y la desafortunada necesidad de tener que comprar ataúdes para ellos.
“Mi abuelo tenía algo de fracasada mediocridad“, dijo Derek, “Había sido despedido de su trabajo. Se sentía decepcionado con la vida. Y creo que la idea de usar este glamoroso uniforme y de ser alguien le pareció atractivo”.
“Se sentía importante. Llegó al punto en que un chófer aparecía y lo llevaba al trabajo. Le obedecían. Era un hombre de poder. Creo que le gustaba”.
Esta semana, Derek dio una charla sobre su abuelo a un público judío en el noroeste de Londres. Fue invitado allí por la organización de servicio judía B’nai B’rith. Se le pidió a la BBC que no reveláramos la ubicación.
Derek le habló a su público -en el que había muchos descendientes de víctimas de los campos de concentración–sobre un recuerdo infantil particularmente impactante que su padre le contó, a pesar de que sufría demencia.
“Él podía recordar a la familia en el cuartel de la SS [en el campo de concentración de Dachau] y sus padres en la ventana, mirando hacia un edificio bajo con humo que salía de una chimenea.
“Su madre le dijo a su marido: ‘¿Sabes lo que están haciendo allí?'”.
“Y su padre respondió: ‘No'”.
“Su madre dijo: ‘Están quemando a los judíos. Los están matando y luego están quemando los cuerpos'”.
“Mi abuelo dijo: ‘No, no harían eso'”.
“Mi abuela dijo: ‘Sí, lo harían. ¿No puedes oler la carne?'”.
Durante su investigación, Derek preguntó a historiadores del Holocausto sobre la negativa de su abuelo a querer reconocer los asesinatos masivos.
“¿Es posible que mi abuelo no supiera lo que estaba pasando? ¿Es posible que pudiera ir a los campos y ver figuras esqueléticas, ver golpes, ver a gente siendo asesinada y no saber lo que estaba pasando?'”, les preguntó.
“Es imposible”, le respondieron.
Una persona del público le preguntó a Derek si el proceso de desnazificación después del final de la guerra había sido efectivo.
Derek respondió que no creía que hubiera tenido ningún efecto en absoluto.
“Mi abuelo, al igual que otros oficiales de la SS, fue sometido a un intenso ejercicio de lavado de cerebro. Si te fijas en unos 300 criminales nazis que estaban en la prisión de Landsberg esperando la pena de muerte, ninguno de ellos -ni uno- mostró remordimientos por lo que había hecho“.
“Se refugiaban felizmente en la religión. Encontraban sacerdotes que los absolverían de sus pecados, pero no mostraban arrepentimiento alguno. Les lavaron el cerebro”.
Karl fue internado en campos de prisioneros durante unos tres años después del final de la guerra. Fue enviado a la comisión de desnazificación y se le acusó de crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad.
Pero tuvo la suerte de ser solo declarado culpable de ser el menor grado de criminal -el de ser un seguidor nazi-, en gran parte porque las pruebas más incriminatorias contra él habían sido enviadas a los Juicios de Crímenes de Guerra en Nuremberg para condenar a su superior inmediato, quien fue ejecutado .
Las personas del público judío estaban visiblemente conmocionadas por lo que estaban escuchando.
“Creo que es muy impactante escuchar que ninguno de ellos mostró remordimientos“, dijo una mujer.
“Fue como un espejo. Él estaba describiendo un lado del espejo, el lado alemán. Y yo lo estaba mirando desde el otro lado, porque mi abuelo estaba en Dachau”, dijo un hombre.
“La banalidad del mal es una expresión que todos hemos escuchado antes, pero es un ejemplo exacto de eso, ¿no? Un hombre común que hace cosas extraordinarias, cosas extraordinariamente malvadas”, contó otro hombre.
Otra persona del público, Noemie Lopian, tradujo un libro que su padre había escrito titulado The Long Night sobre sus cuatro años en campos de concentración.
“Al final del día todos somos, entre comillas, seres humanos comunes. Y todos tenemos una opción. Todos tenemos la capacidad de hacer el mal”, dijo.