sábado, 7 - septiembre - 2024
21.5 C
Morelia
MXN - Peso mexicano
USD
19.98

“Democracia” hereditaria | Por Antonio Aguilera

En México sólo existieron dos intentos para establecer una monarquía hereditaria encabezada por aspirantes a soberanos en una incipiente República, y ambos lo pagaron con la muerte: Agustín de Iturbide y Maximiliano de Hasburgo. Las dos testas se coronaron con una tiara que ardía y que les quemó las sienes. México había logrado sacudirse de los virreinatos y expulsó al país al ejército de Fernando VII. Por ende, era inconcebible transmutar una república en ciernes en un nuevo modelo monárquico.
Iturbide y Maximiliano probaron las balas del repudio del nuevo ciudadano mexicano, quien no estaba dispuesto a soportar más las ínfulas hereditarias de delfines, válidos, protegidos y demás corte en torno a los dos imperios que hacían agua por todos lados.
Sin embargo, más allá del triunfo del republicanismo y del federalismo, las ansias de heredar el poder se quedaron y forjaron una actitud lacerante y vigente en el México “democrático”. Antes se le llamaba derechos de sangre, ahora sólo se le conoce como nepotismo.
Y los ejemplos sobran y bastan: Cuenta el ex presidente José López Portillo en sus memorias “Mis Tiempos”, como el nepotismo era el mecanismo necesario para mantener vigente el poder y la impunidad política: “Me pidió acuerdo especial Miguel de la Madrid y al único candidato que me propuso para el puesto (de subsecretario) fue a José Ramón (mi hijo). Me negué, le advertí que tenía riesgos políticos para mí y para él. A uno, lo atacarían vía nepotismo y al otro de halagar la vanidad de padre, para avanzar en calificación política (rumbo a la sucesión presidencial).”
“Él (de la Madrid) insistió en dos o tres acuerdos en los que me suplicó. Dijo que no había otro prospecto. En fin, después de mucho porfiar con plena conciencia de lo que ocurría, pero también seguro de que el mejor hombre para ese puesto era José Ramón, acepté la proposición de De la Madrid.”
Cuando se dio la oportunidad, el presidente López Portillo, en una declaración pública explicó con un cinismo portentoso la decisión: “Es el orgullo de mi nepotismo”, dijo el ex presidente.
Y desde entonces, ha sido el orgullo de todos: alcaldes que heredan a sus mujeres los “interinatos” y hasta las suplencias; diputados que logran colar a sus hijos en las listas plurinominales; Gobernadores que pretende ceder el poder a sus hermanos (nos referimos a Coahuila, no sean mal pensados) y Presidentes de la República que otorgan facultades plenas a primeras damas y a sus hijos e hijastros. Recordemos sólo el caso de los Cárdenas, como una pequeña muestra michoacana, en donde más que nepotismo, se trata de una auténtica dinastía. O los abusos de los hijos de Fausto Vallejo, quienes dispusieron de recursos, dinero e instituciones a su antojo.

En este 2018, el retrato vivo de estos “derechos de sangre”, son insultantes y exultantes: En Puebla, Rafael Moreno Valle busca imponer a su esposa, Martha Érika Alonso como gobernadora del estado de Puebla; en Veracruz, el gobernador Miguel Ángel Yunes Linares tiene sus prioridades: preparar el terreno a su hijo Miguel Ángel Yunes Márquez para que lo suceda en 2018. Incluso ya puso en marcha un mecanismo político-electoral para posicionarlo; en Morelos, Graco Ramírez repite la dosis pero con su hijastro, Rodrigo Gayosso, quien busca ser su sucesor. Y en Michoacán… mejor así le dejamos.
La práctica del nepotismo goza de cabal salud en nuestro país: en la administración pública, en los partidos políticos, en los cargos de elección popular, en las plazas sindicales, los favores en virtud de la consanguinidad son inmorales, pero la impunidad es tan inmortal como la corrupción.
¿Los volveremos a ver a todos en el Cerro de las Campanas?, todo depende de los mexicanos.
 
@gaaelico

SIGUE LEYENDO

Más recientes

Telegram