Desde el nacimiento de la CNTE en diciembre de 1989 el magisterio rebelde de México no había recibido tantas y tan graves agresiones del PRI Gobierno como en este sexenio de Peña Nieto. El régimen necesitaba someter al único sector que ha sostenido una lucha de resistencia sin precedentes en la historia del país por dos grandes motivos: en primer lugar, porque el magisterio democrático ha demostrado en diversos momentos de estos casi cuarenta años, que cuenta con una fuerza estructural enraizada en comunidades, pueblos y ciudades de diversas entidades del país a través de las red de escuelas en las que trabaja cotidianamente y se convierte en una barrera política formidable a la hora que se trata de desmantelar la educación pública.
En segundo lugar, porque la CNTE ha podido aglutinar etapas de lucha social muy importantes convocando a otros gremios y sectores para emplazar al régimen frente a toda política pública antisocial y regresiva como ha sucedido en muchos casos en el centro y sur del país y como sucedió frente a la aplicación del paquete de reformas estructurales que anunció y aplicó el gobierno de Peña Nieto.
En efecto, para el Gobierno y para todo mundo quedó demostrado y a la vista que no es lo mismo disciplinar a un personaje del sistema que se sale del control del poder del Estado como fueron los casos de Jonguitud o de Elba Esther Gordillo que someter a un gremio insurgente que cuenta con cientos de militantes a quienes no se les puede controlar ni someter -sin pagar un costo muy alto- y cuya fuerza no depende de líderes susceptibles de “venderse” o de entregar al movimiento.
Lo anterior explica el magro resultado neto logrado por el Estado mexicano en su confrontación contra la CNTE en el álgido espacio de las reformas educativas, particularmente la Alianza por la Calidad de la Educación de Calderón y la llamada Reforma Educativa y el nuevo modelo anunciados por Peña Nieto.
La Reforma Educativa de este sexenio significó un duro golpe a las condiciones laborales del magisterio mexicano y representó un retroceso para el gremio no visto desde el inicio del modelo neoliberal en 1982. Sin embargo, el régimen no logró legitimar tal medida ni en el terreno científico y académico, ni en el espacio político. Por ejemplo, el propio Andrés Manuel López Obrador fijó una postura de rechazo que lo ha hecho comprometerse con la nulificación de ésa y las demás reformas peñanietistas, al tiempo que llama a discutir –de ganar la Presidencia- con todos los actores y particularmente con el magisterio un verdadero nuevo modelo educativo.
En el marco anterior, ya se han sumado miles de profesores democráticos a las filas de AMLO y de Morena y algunos de ellos plantean la necesidad de manifestarse como gremio en apoyo abierto y activo a ese proyecto. Sin embargo, si algo ha quedado demostrado desde 1989 es que la CNTE como movimiento social no puede, a riesgo de fracturarse o negar su esencia, sumarse corporativamente a ningún partido por más que haya identificación programática con él. El corporativismo al que son muy dados los charros del SNTE y su escalamiento a puestos de representación popular utilizando la estructura y los espacios sindicales son y han sido mecanismos ajenos al movimiento magisterial.
Cuando algunos profesores han dado el paso de espacios de representación en la CNTE a puestos de elección popular, el movimiento magisterial ha sabido deslindar tales decisiones personales -que forman parte de los derechos políticos de todo ciudadano- respecto a la marcha independiente del movimiento como ente social y político independiente. Ese ha sido uno de los aciertos que explican la larga vida de la CNTE como fenómeno único en la historia de México.
La libertad y decisión de apoyar en lo individual a AMLO por parte de miles de profesoras y profesores de la CNTE deja todo el espacio a ésta para continuar siendo el bastión crítico e independiente que requiere el magisterio y el pueblo de México aún con AMLO como Presidente.