Un equipo de jóvenes investigadores de la Universidad Johannes Gutenberg de Maguncia (Alemania) acaba de anunciar, en el encuentro anual de la Unión de Geofísicos Europeos, los sorprendentes resultados de su investigación sobre los anillos de crecimiento de los árboles de la zona. “Nos dimos cuenta de que había una disminución inusual en los anillos en 1945 que no se había dado en ningún otro sitio del norte de Escandinavia. Alrededor del 60% de los árboles no crecieron aquel año”, relata la dendrocronóloga Claudia Hartl-Meier, investigadora principal del estudio. “Eso solo podía significar que habían sufrido un fuerte impacto ambiental. Entonces pensé que podría tener relación con la II Guerra Mundial”. Nunca antes había observado un decrecimiento similar.
Hartl-Meier comenzó hace tres años unas excursiones estivales con estudiantes de Geografía por Suecia y Noruega para estudiar los efectos del cambio climático en los bosques boreales. Poco podía imaginar entonces que las muestras recogidas en 2016, procedentes de unos troncos cerca de Kåfjord, un pueblo de poco más de 2.000 habitantes, le llevaría a rememorar una de las épocas más aberrantes de la historia.
La confirmación llegó gracias a un colega noruego de Tromsø, Andreas Kirchhefer, que puso al equipo alemán sobre la pista del Tirpitz. “Al principio pensé que la causa podía deberse a los incendios y las evacuaciones de la zona de Finnmark, la más septentrional de Noruega. O quizá a que esa área sirvió de campo de tiro durante la ocupación”, cuenta Kirchhefer, que decidió recabar más información con el historiador local Arvid Petterson. “Él me explicó que con el fin de proteger al acorazado de las bombas aliadas, los alemanes emplearon humo artificial para ocultarlo mientras estuvo en el fiordo, cerca de Kåfjord, en 1943 y 1944. Instalaron tuberías de niebla artificial por todo el fiordo. Aún quedan algunos restos. La gente se quejaba de que no podía respirar”.
Aquella niebla química contenía un compuesto muy corrosivo, el ácido clorosulfúrico, un material capaz de quitar la pintura de los barcos y de impedir que la gente pudiera estar cerca. “Cuando volvimos a la zona en 2017 a recoger más muestras, vimos que los árboles que perdían anillos de crecimiento se extendían en un área de hasta cuatro kilómetros de distancia de donde estuvo anclado el Tirpitz”, señala Hartl. Tuvieron que pasar doce años para que los árboles de la zona más cercana al acorazado pudieran recuperarse de aquel impacto ambiental.
El Tirpitz fue hundido por los bombarderos británicos en 1944. “Un árbol no creció durante los nueve años siguientes. Pero sobrevivió. Me ha sorprendido mucho su resiliencia”, confiesa esta investigadora.
Scott St. George, investigador de la Universidad de Minnesota y colaborador del estudio, comenta: “Este proyecto ayuda a evaluar el coste a lo largo del tiempo de un conflicto. Más de setenta años después, la guerra puede haber empezado a desaparecer de nuestra memoria, pero en Kåfjord los árboles todavía la recuerdan muy bien”, concluye.
El “gemelo” del Bismarck
Con una tripulación superior a 2.600 hombres, 250 metros de eslora y 41.000 toneladas de peso, el Tirpitz era, junto con su hermano gemelo Bismarck, el mayor acorazado de la Marina de guerra del Tercer Reich. Hundir a este gran buque de guerra se convirtió en la obsesión del primer ministro británico Wiston Churchill, quien llamaría “la Bestia” al acorazado, dado que su presencia en la costa noruega comprometía toda la estrategia marítima en el Atlántico y el Mar del Norte desatendiendo los escenarios del Pacífico y el Mediterráneo. Tras varios ataques por aire y por mar, con minisubmarinos, el 12 de noviembre de 1944 “la Reina solitaria del Norte”–como apodaron al Tirpitz los marinos noruegos– sucumbió a los bombardeos aéreos de la Fuerza Aérea Real británica cerca de Tromsø.
Los restos del Tirpitz no solo reposan en museos militares de Reino Unido y Alemania. En las calles de Oslo, según informaba la prensa noruega, todavía es posible encontrar algún fragmento de aquel gigante del mar. También en Noruega, otro espacio que alberga recuerdos de la tripulación del gran acorazado alemán se ubica desde 2005 en el museo del Tirpitz en Kåfjord, la localidad donde la nave estuvo anclada y donde se han estudiado los árboles contaminados por la niebla artificial.
El gerente del museo, Even Blomkvist, nieto de combatientes en Narvik, recuerda que empezó a interesarle la historia del Tirpitz a través de Harry Pettersen, un héroe local de guerra. “Él fue el conductor de autobús que nos llevaba todos los días a la escuela, pero también había sido uno de los agentes que espiaban al Tirpitz en Kåfjord y que envían mensajes a la inteligencia británica”, explica a este diario Blomkvist, al recordar que la inauguración del museo convocó a los veteranos alemanes y británicos que, antiguos enemigos, se renconciliaron en aquel encuentro.
La flota de Hilter jugó un papel clave en el desarrollo de la guerra, recuerda el periodista y escritor Alf R. Jacobsen, autor de obras sobre la Segunda Guerra Mundial como Konges nei,en la que se basó la película La decisión del Rey. Procedente de Hammerfest, la ciudad más septentrional del mundo, Jacobsen también noveló el ataque británico al Tirpitz, inspirado en los recuerdos de su madre, que le hablaba del barco gigante que navegaba amenazante y oscuro por la costa noruega.
“Desde que Hilter intentó presionar a Franco para establecer una base naval atlántica en el norte de España en 1941 hasta su traslado al norte de Noruega, la Marina alemana siempre ha fascinado a las personas interesadas en la historia marítima. El Tirpitz fue uno de los más importantes símbolos del poder tirano de los nazis. Hoy tenemos que recordarlo por vivir un momento en el que el totalitarismo está avanzando de nuevo, y tenemos que estar dispuestos a defender las libertades fundamentales”, anhela el conocido escritor noruego.