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OPINIÓN / Nuestra responsabilidad social, a prueba

Por: Kali Tapia Martínez

Lo sabemos. La inmensa mayoría de la población mexicana no se puede dar el lujo de acatar la cuarentena sin percibir los ingresos con los que vive al día. Tampoco, de adquirir con oportunidad productos útiles que le permitan practicar el distanciamiento social -con ello no me refiero a las compras de pánico, sino a la previsión moderada y necesaria para resguardarse-.

Hay múltiples ejemplos en redes sociales de la preocupación genuina de mucha gente. El sustento con el que creían contar disminuye mientras los casos confirmados de COVID-19 incrementan.

Hoy, aún podemos ser conscientes y proceder con responsabilidad social. Porque lo que hacemos, para bien o para mal, afecta a nuestro prójimo y determinará los resultados de la pandemia en el país, tanto sanitarios como económicos.

Si nos mueve el egoísmo, la negligencia y el valemadrismo, las pérdidas serán irreparables y no tendremos otra alternativa que la reclusión coercitiva, como ya sucede en otras naciones.

En cifras

De acuerdo con la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), correspondiente al cuarto trimestre de 2019, la Población Subocupada -aquella que tiene necesidad y disponibilidad de ofertar más tiempo de trabajo de lo que su ocupación actual le demanda-, alcanzó 4.3 millones de personas.

Mientras que la Población Ocupada Informal -trabajo doméstico remunerado de los hogares, agropecuario no protegido y personal subordinado que trabaja en unidades económicas formales pero fuera de la seguridad social-, llegó a 31.3 millones de personas.

Y la Población Ocupada en el Sector Informal -en unidades económicas no agropecuarias operadas sin registros contables y que funcionan a partir de los recursos del hogar o de la persona que encabeza la actividad sin que se constituya como empresa-, registró un total de 15.3 millones de personas.

Proporcional sería la magnitud de los perjuicios.

Predicar con el ejemplo

Durante la mañanera de este miércoles, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, emitió otra desafortunada declaración, que evidencia -una vez más- la nula seriedad con la que trata la contingencia epidemiológica: “El escudo protector es la honestidad, eso es lo que protege, el no permitir la corrupción.”

El pasado lunes 16 de marzo, antes de comenzar la acostumbrada conferencia matutina, el mandatario rechazó el gel sanitizante que una auxiliar le ofreció, a diferencia de los miembros de su gabinete que lo acompañaban.

Su resistencia a predicar con el ejemplo, ya trascendió a medios de comunicación internacionales como The Washington Post, The New York Times y Bloomberg, que criticaron la determinación de López Obrador de continuar presidiendo eventos multitudinarios, transgrediendo el distanciamiento social.

Entonces, ¿cómo podemos contribuir?

Ayudemos a quienes no pueden quedarse en sus casas, porque necesitan los recursos que reciben de los productos y servicios que ofertan diariamente. Sigamos las medidas de higiene básicas, como las que promueve el Gobierno de Michoacán.

Con o sin Coronavirus, debemos lavarnos las manos con frecuencia y utilizar gel sanitizante; toser y estornudar en el ángulo interior del brazo flexionado; desinfectar superficies y objetos de uso común; usar cubrebocas si padecemos alguna enfermedad respiratoria; no automedicarnos e, incluso, abstenernos de saludar de mano o de beso.

Ahora, es crucial evitar lugares concurridos y aglomeraciones, porque la propagación del virus tendría consecuencias letales para personas con la tercera edad, con enfermedades crónicas, inmunodeprimidas y las mujeres embarazadas.

Aunque no es un padecimiento de alta letalidad, sí es muy contagioso, por lo que su esparsión masiva rebasaría la capacidad de atención del sistema de salud pública a nivel nacional.




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