OPINIÓN // Silvano, Sinhué y Alfaro: la sumisión de los coléricos

Por Eduardo Pérez Arroyo

Los gobernadores mexicanos, tan entrones cuando pululan por las redes sociales o por los videos grabados a modo, parecen acobardarse ante la presencia de Andrés Manuel López Obrador. La situación tuvo tres actos distintos en el último mes, que no pasaron desapercibidos para politólogos, periodistas y el público en general que se expresó a través de las —siempre imprecisas— redes sociales.

El pasado 26 de junio AMLO visitó Michoacán. No se esperaba virulencia, sí una confrontación razonable de ideas. Silvano había denostado ácidamente el manejo federal de la pandemia —en su momento llegó incluso a acusar a la Federación de uso político de los muertos—, interpuso una controversia constitucional contra la salida de militares a las calles que él mismo —en una voltereta olímpica— había aprobado como diputado federal, y acusó una rebaja de recursos a Michoacán.

El panorama parecía suficientemente espinoso, pero en cambio el gobernador se comportó con una gentileza que muchos calificaron directamente de sumisión.

“Lo recibo con los brazos abiertos”; “no tengo nada contra usted”; “reconozco su vocación por la libertad”, dijo Silvano, que para coronar su intervención llegó al extremo de citar literalmente —como si se tratara de su maestro— a López Obrador.

“Lo recibo con los brazos abiertos”; “no tengo nada contra usted”; “reconozco su vocación por la libertad”, dijo Silvano, que para coronar su intervención llegó al extremo de citar literalmente —como si se tratara de su maestro— a López Obrador.

El aprecio, era de esperarse, duró poco: bastó la distancia geográfica para que Silvano recordara que es un hombre audaz.

“A nombre de millones de mexicanos, actúe con dignidad como presidente de México”, le dijo —otra vez desde bien lejos— a propósito del viaje presidencial a Estados Unidos. Y en twitter fue más allá: “Pobre México; sus enemigos son los amigos del presidente López Obrador”.

La segunda parada —para efectos de esta columna— fue el 15 de julio en Guanajuato. Y también fue el contraste más evidente. El mandatario estatal Diego Sinhué Rodríguez casi pidió disculpas a AMLO. Su obediencia contrastó con la virulencia mostrada en ocasiones anteriores, cuando desdeñaba las juntas de seguridad porque “solo voy adonde se toman las decisiones”.

“He cambiado mi postura; es de sabios reconocer”, dijo Sinhué, que además buscó la aprobación directa del secretario Alfonso Durazo —“¿verdad, secretario?”— al explicar que ahora sí, cual niño regañado, asistía gustoso a las reuniones del gabinete de Seguridad. Finalmente se dio el tiempo de agradecer la preocupación del presidente. El mismo presidente cuyas medidas resultaban completamente inútiles apenas pocos días atrás.

“He cambiado mi postura; es de sabios reconocer”, dijo Sinhué, que además buscó la aprobación directa del secretario Alfonso Durazo —“¿verdad, secretario?”— al explicar que ahora sí, cual niño regañado, asistía gustoso a las reuniones del gabinete de Seguridad.

Finalmente, el día 16 de julio tocó el turno de Jalisco. En este caso, el mandatario Enrique Alfaro sí fue capaz de confrontar a López Obrador, aunque el tono también fue distinto al que frecuentemente utiliza en otros momentos y otras vías de comunicación.

Citando a autores clásicos, Alfaro reivindicó el valor de las diferencias: “en tiempos de tanta incertidumbre creo pertinente citar al filósofo y humanista francés Michel de Montaigne, cuya obra se construyó a partir de una pregunta básica: ¿qué sé yo?” Y también declaró explícitamente que su mensaje no sería de sometimiento: “Hay quienes apuestan por que este será un discurso de confrontación; otros imaginan tal vez que mi mensaje implicará un acto de sometimiento; tengo que decir que no tomaré ninguno de esos caminos”.

Sin embargo —hay que recordar— se trató del mismo gobernador que acusó directamente a AMLO de mover los hilos de las protestas en Jalisco por el caso Giovanni, que terminaron con una represión criticada incluso por la prensa mundial. La acusación fue tan grave que el propio presidente le respondió: “si tiene pruebas, que las muestre”.

Sin embargo —hay que recordar— se trató del mismo gobernador que acusó directamente a AMLO de mover los hilos de las protestas en Jalisco por el caso Giovanni, que terminaron con una represión criticada incluso por la prensa mundial.

En resumen, uno acobardado —Silvano—, uno completamente patético —Sinhué— y uno razonablemente crítico —Alfaro—. Pero en los tres casos las intervenciones distaron mucho cuando se estuvo ante el presidente y cuando se estuvo lejos de él.

“Es el síndrome del tlatoani mexica moderno”, me comenta mi querido colega, el maestro en Ciencias de la Comunicación Alejandro Báez. “Se puede hablar mal del político distante, pero nunca del cercano y menos si está en casa, por aquello de la hospitalidad. Es una vieja práctica de la dictadura priísta: caravana con sombrero ajeno”.

Al parecer los tres gobernadores en cuestión practican muy bien aquel viejo proverbio irlandés:

“más vale ser cobarde un minuto que muerto el resto de la vida”.

Cartón cedido por Antonio Rodríguez