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HISTORIA // La ciudad en los tiempos del dial

Por Eduardo Pérez Arroyo

Morelia, Michoacán.- Tiempos sin vía satélite, fibra óptica ni internet. Entonces los programas se transmitían por teléfono de línea. Los locutores salían a la calle y conversaban con el prójimo mientras los ayudantes cargaban los pesados equipos. Si el buen cristiano respondía de manera correcta al Dr. IQ regalaba pequeños estímulos económicos. Los que cargaban recibían un sueldo de un peso a la hora.

Una hazaña.

Los productores del Dr. IQ se acercaban a cualquier transeúnte desprevenido para ofrecerle cooperar en el traslado de equipos y micrófonos, cuenta don Mario Medina Torres, el de la voz de terciopelo. Quienes aceptaban ingresarían al extraordinario universo de la radiofonía mundial. Hasta se podía hacer carrera: de cargar equipos hasta la locución había sólo un paso.

Muchos aceptaron la oferta, y muchos pasaron más tarde a utilizar los micrófonos y no sólo cargarlos. Así surgirían las más grandes voces de la radiofonía moreliana de los años 40, 50 y 60.  El oficio tenía sus trucos. Mediante cucharaditas diarias de miel, lápices en los labios y trabalenguas a diestra y siniestra, locutores y reporteros lograban mejorar o mantener en buen estado voz y dicción.

El oficio tenía sus trucos. Mediante cucharaditas diarias de miel, lápices en los labios y trabalenguas a diestra y siniestra, locutores y reporteros lograban mejorar o mantener en buen estado voz y dicción.

La radio llegaba a las masas.

LA HISTORIA

En Monterrey inició todo. La primera estación experimental fue instalada en 1919, luego de que el ingeniero Constantino de Tavara decidiera sacar mejor provecho a unos viejos equipos de telefonía inalámbrica que aún funcionaban.   

Más tarde, en agosto de 1921, el entonces presidente Álvaro Obregón visitó Veracruz para conmemorar el centenario de los Tratados de Córdoba. Desfiles militares, carros alegóricos, aviones y carros, autos, teatro, cine y conciertos fueron parte del festejo. También las primeras transmisiones radiofónicas del país.

Pronto se sumaron otros: Pedro Barra Villela, Agustín Flores, José D. Valdovinos, María Ytirria, Carlos Pérez Maldonado, el tenor Aubrey Saint John Clerke y el declamador Audoxio Villarreal. Para la historia quedaron también los nombres de Jorge Peredo, Salvador Francisco Domenzáin, Juan Buchannan, José Allen, José de la Herrán, José Fernando Ramírez y Guillermo Garza, miembros de esa primera generación y muchos de ellos futuras figuras de la industria radiofónica.

Al principio el asunto era entre amigos. La novedad crecía y muchos, desinteresadamente, decidían participar. Conscientes de la trascendencia histórica de esos primeros días, en el programa de Enrique Gómez Fernández el tenor José Mojica interpretó el Vorrel de Paolo Tosti, y la niña María de los Ángeles Gómez Camacho el tango Negro de Belisario de Jesús García.

La magia del dial se abría camino.

Tras el ejemplo de la Ciudad de México, muchos a lo largo del país quisieron experimentar. Solo se requerían ganas y un equipo funcionando. En Guadalajara, don Manuel Zepeda Castillo transmitía desde los altos del Teatro Degollado. En Pachuca, Cuernavaca, San Luis Potosí y Ciudad Juárez, otros tantos se adelantaban.

Morelia no quedó atrás. En los pisos bajos del Hotel Oseguera se instalaba La Casita del Radio, propiedad de Jaime Macouzet Iturbide. En el traspatio de la mercería El Porvenir, don Tiburcio Ponce y don Carlos Gutiérrez Méndez creaban una emisora que más tarde haría historia, la 7 A Experimental.

Morelia entraba en los tiempos del dial.

Tras el ejemplo de la Ciudad de México muchos a lo largo del país quisieron experimentar. Solo se requerían ganas y un equipo funcionando. En Guadalajara, don Manuel Zepeda Castillo transmitía desde los altos del Teatro Degollado. En Pachuca, Cuernavaca, San Luis Potosí y Ciudad Juárez, otros tantos se adelantaban. Morelia no quedó atrás

FULGOR DEL DIAL EN MORELIA

Eran los locos años 50 y la televisión llegaría apenas dos décadas más tarde. Era una época sin imágenes prefabricadas ni farándula, y locutores y reporteros del dial eran los líderes de opinión. Los primeros pasos emprendidos por don Tiburcio y don Carlos tres décadas atrás ya habían fructificado, y por la ciudad proliferaban radioemisoras con buena salud.

El público esperaba con avidez. Todos sintonizaban la XEQ. Todos sintonizaban la XEW. Aún hasta hoy muchos recuerdan a las antiguas voces que originaron la industria. Durante años el maestro José Martínez Ramírez, el legendario Tío Pepe, fue de los mayores íconos de la ciudad y guía de las nuevas generaciones de locutores. Para la historia quedan sus primeros experimentos para transmitir imágenes en movimiento desde el restaurante Majestic, ubicado en la esquina de Madero y Morelos Norte.

Durante años el maestro José Martínez Ramírez, el legendario Tío Pepe, fue de los mayores íconos de la ciudad y guía de las nuevas generaciones de locutores. Para la historia quedan sus primeros experimentos para transmitir imágenes en movimiento desde el restaurante Majestic, ubicado en la esquina de Madero y Morelos Norte.

El Tío Pepe era generoso con sus conocimientos y agudo para detectar nuevos talentos. Fue él quien invitó a la locución a don Augusto Cairé Pérez, el primer cronista deportivo con licencia de la ciudad y pionero de las transmisiones del box, el béisbol, las corridas de toros y de los triunfos y derrotas de Los Canarios de Morelia, entonces en la Segunda División del fútbol.

Siguiendo el empuje de su mentor, don Augusto fundaría programas deportivos que marcaron época: Ecos del deporte, Futbolerías, transmitido en vivo desde el café Valladolid, y La verdad en el fútbol, con los legendarios Abdiel López Rivera, el Chifas, el Satanás Osorio y Francisco Javier Ortega. También tuvo espacio para crear y conducir programas infantiles con personajes como Crushito, el amigo de los niños; El mago celeste, que duró hasta 1966, y El abuelito Tito, que llegó a los 30 años transmitiendo.

En plena década de los 60 el asunto fue aún mejor. Comenzaban a llegar los auspicios, y quedaría atrás ese cálido y un poco nostálgico tufillo a esfuerzo improvisado de amigos y amor por la causa y no por el comercio. También llegó la profesionalización. El sueldo de los locutores se cotizaba a 7,50 pesos la hora, y la década en curso fue testigo de radios más masivas, dedicadas a la difusión de eventos deportivos y del mantenimiento de espacios musicales con música grabada y en vivo.

Siguiendo el empuje de su mentor, don Augusto fundaría programas deportivos que marcaron época: Ecos del deporte, Futbolerías, transmitido en vivo desde el café Valladolid, y La verdad en el fútbol, con los legendarios Abdiel López Rivera, el Chifas, el Satanás Osorio y Francisco Javier Ortega. También tuvo espacio para crear y conducir programas infantiles con personajes como Crushito, el amigo de los niños; El mago celeste, que duró hasta 1966, y El abuelito Tito, que llegó a los 30 años transmitiendo.

Las emisoras seguían llegando. En una de las contraesquinas de la Universidad Michoacana, ingenieros y ayudantes instalaron una antena y comenzaron a transmitir. Don José Luis Almada Gallardo, su primer locutor, enseñaba a las operarias a hablar de forma coherente y apretaba botoncitos para grabar lo que saliera. Tras un año de transmisiones de prueba se logró el permiso y salieron al aire oficialmente. Como muchas otras, hasta hoy uno es de los principales medios de comunicación comunitaria.

Se llamaba Radio Ranchito.

Esa vocación social de la radiofonía fue una característica y le otorgó al medio la cercanía intrínseca que muchos le atribuyen. En pueblos del interior, y a veces en la misma ciudad, abundaban llamados a cooperar con el cambio de casa del vecino Jorge, las noticias con el resultado de la rifa de la Escuela 42 y o las advertencias sobre el bus a Icuácato que se retrasaría por problemas técnicos. Hoy, ese mismo carácter social mantiene viva la tradición.

En la mayor parte de los hogares el dial ha sido reemplazado por la televisión, pero aún hay sectores que se mantienen incólumes ante la modernidad. Las abuelas planchan escuchando la radio. En los pueblos aún se  espera la hora de la cena para oír folletines o enterarse de los avatares de la familia o del prójimo. Taxistas, camioneros, choferes de la locomoción colectiva y comerciantes, y todos los que no pueden distraerse observando imágenes mientras trabajan, son un nicho seguro. 

En la mayor parte de los hogares el dial ha sido reemplazado por la televisión, pero aún hay sectores que se mantienen incólumes ante la modernidad.

Hoy, como ayer, la radiofonía goza de buena salud.

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