Jacques Coste
El presidente López Obrador está por publicar un nuevo libro. Se titulará A la mitad del camino y versará sobre el presente, la política exterior y “el porvenir” de México. AMLO también ha reiterado que, cuando termine su sexenio, desea escribir un libro sobre la historia de “los conservadores”. Con esto, el presidente contará con más de veinte obras publicadas.
Estoy convencido de que el gusto del presidente López Obrador por la historia de México es real. Pienso que no es una simple pose política o una estratagema discursiva, sino que genuinamente le apasiona la historia patria. Y uso el añejo y trasnochado término “historia patria” porque así es como la visualiza el presidente.
Tengo para mí que al presidente le apasiona escribir. Al leer sus libros, uno se da cuenta de que efectivamente son de su autoría. A diferencia de otros políticos, no utiliza escritores fantasmas, sino que él mismo arrastra el lápiz. Uno lee las cartas y los decretos que ha emitido como presidente y luego lee sus libros, y se nota una consistencia en el estilo, las palabras, los mensajes y la sintaxis.
En ese sentido, Andrés Manuel López Obrador es un perfil extraño: un autor que escribe pero no lee, un opinador al que no le agrada informarse, un ideólogo —o un ideócrata, diría Jesús Silva Herzog— de pensamiento estático, un escritor que rehúye al debate y desprecia la investigación.
La prosa obradorista es sesentera. Cuando escribe de política o historia, el presidente utiliza términos grandilocuentes, recurre con frecuencia a las odas y la mitificación de personajes y hechos, describe los acontecimientos en blanco y negro. López Obrador piensa algo y lo escribe. Lo da por cierto y punto.
No se molesta siquiera en corroborar si lo que asevera es verdadero o si hay fundamentos técnicos o historiográficos para sostenerlo. Tampoco se molesta en sustentar su argumentación. Sus libros son manifiestos políticos disfrazados de obras históricas o de análisis social.
López Obrador estudió la licenciatura en ciencias políticas durante los años setenta. Me parece que no ha abierto un libro desde entonces. Cuando escribe sobre historia, suele citar a historiadores superados, que actualmente son leídos como clásicos, pero no como autoridades en los respectivos temas.
Por ejemplo, frecuentemente alude a Alfonso Taracena, un historiador que escribió el grueso de sus obras en los años treinta, cuarenta y cincuenta, cuando la interpretación historiográfica de la Revolución aún estaba repleta de exaltaciones a los grandes héroes. Asimismo, el presidente gusta de lanzar fechas y nombres de personajes y lugares, sin ton ni son y con adjetivos pomposos.
Cuando escribe sobre política, AMLO alude a figuras simbólicas o a referentes morales, pero nunca a politólogos reconocidos o a líderes políticos contemporáneos. Por ejemplo, en las secciones donde trata temas políticos en Hacia una economía moral, López Obrador vierte citas de José Martí, el Antiguo Testamento, Julio Scherer García, Ricardo Flores Magón, Aristóteles, Silvio Rodríguez y Alfonso Reyes, entre otros.
De la misma forma, al escribir sobre temas sociales, AMLO no recurre a fuentes oficiales mexicanas que dan seguimiento puntual a la pobreza y la desigualdad, como el Coneval o el INEGI. Más bien, acude a sus propias concepciones sobre los problemas socioeconómicos del país porque “él sí ha caminado por todos los municipios y él sí ha palpado las necesidades de la gente a ras de tierra”.
Y he aquí el problema. Por supuesto, su experiencia en el terreno es importante para comprender las realidades sociales de las distintas regiones de México. No obstante, ésa no es razón válida para despreciar todo el conocimiento que provenga de otras fuentes ajenas a sus propias experiencias prácticas.
AMLO minimiza a los académicos y desacredita sus escritos porque “se la pasan sentados en sus cubículos leyendo”. Desprecia a los funcionarios técnicos porque sus conocimientos se sustentan en sus estudios de posgrado y no en sus vivencias ni en su conocimiento del “pueblo”.
Esto deriva en graves consecuencias para la conducción del gobierno federal y para el diseño y la ejecución de políticas públicas, pero aquí me quiero centrar en sus implicaciones a nivel cultural y para el debate público.
El ideólogo que no lee, el “historiador” al que no el interesan los libros ni las fuentes, el autor despreocupado por sustentar sus afirmaciones es, al mismo tiempo, el referente moral y el faro intelectual de muchos.
Así, la intelligentsia obradorista se rebaja a los niveles del presidente. Personas con altas capacidades intelectuales y académicas se dedican a reproducir los dichos presidenciales o intentan respaldar los argumentos del mandatario seleccionando evidencia tramposamente de aquí y de allá.
¿Cómo olvidar aquella entrevista que publicó El País con algunos intelectuales obradoristas? Antonio Helguera declaró: “Es muy chistoso porque sus adversarios creen que es idiota y que está loco. Bueno, los engañó. Es un hombre muy brillante y con un conocimiento de historia de México que te cagas. El señor da cátedra cuando se sienta hablar y me callo el hocico porque aprendo”.
De esta forma, los intelectuales del obradorismo alimentan la ficción presidencial: le hacen creer a AMLO que realmente es brillante, que sus trasnochadas concepciones de la historia y la realidad actual de México continúan vigentes y que no necesita informarse ni actualizar sus conocimientos porque es una luminaria por naturaleza.
Peor aún, cuadros del morenismo participan gustosos de esta fiesta de zalamería con tal de avanzar posiciones políticas.
—La 4T está a la par de la Independencia, la Reforma y la Revolución.
—Sí, Señor Presidente.
—Los conservadores actuales son herederos de Cortés, Maximiliano, Porfirio Díaz y Victoriano Huerta. Nosotros somos herederos de los liberales más grandes de la República: Morelos, Juárez, Zapata, Cárdenas y compañía.
—Por supuesto, Señor Presidente. ¿Cómo no lo habíamos pensado antes? Tiene toda la razón.
La ignorancia cubierta bajo un velo de patriotismo nos gobierna. En el debate público, los posicionamientos políticos se vuelven más importantes que los argumentos razonados. En la publicación de artículos y libros, la afinidad con el régimen es más importante que la evidencia empírica, las fuentes documentales o el sustento historiográfico. La posverdad sigue avanzando terreno en la esfera pública. Cuidado.