(Primera de dos partes)
Por Roberto Pantoja Arzola
Los opositores a la Cuarta Transformación han decidido centrar sus críticas en la parte más gruesa del hilo: la figura del dirigente de nuestro movimiento, Andrés Manuel López Obrador, atacando tangencialmente los conceptos de nuestro programa de gobierno; pero mucho menos aún, han decidido referirse al impacto del mismo, medido por los resultados en las encuestas que acreditan un crecimiento en la evaluación positiva del presidente.
“Polariza”, “divide”, “confronta”, “es estridente”, son algunas linduras que la derecha endilga a López Obrador después de que este sale a defenderse y a ponerle cara a las críticas que sus adversarios hacen al proyecto político que se forjó con los recorridos por el inmenso territorio nacional y con la dura lucha que se dio en las calles por darle vuelta a las causas de la tragedia nacional que engendró el régimen neoporfirista.
La derecha no tiene proyecto, y el que tenía –su neoliberalismo–, luce opacado, hueco, derruido frente a las rápidas conquistas de un López Obrador que por años luchó para ponerle fin a ese paradigma que engendró la luz para pocos, a costa de la oscuridad de millones.
Frente a ello, sin embargo, el movimiento ha puesto poco, aún y cuando eso está siendo bien valorado por la opinión de una mayoría ciudadana. Las caras de nuestras “corcholatas” o candidatos, cualquiera que sea la colocada en la palestra, supera por mucho a la mejor posicionada de parte del bloque de nuestros adversarios. Pero, ¿eso debe quedarse hasta ahí?
Muchos de nosotros salimos a las calles en batallas épicas por exigir democracia, justicia, equidad, transparencia, honestidad, por decir lo menos. Fuimos acumulando nuestras demandas a las de otros y amalgamándolas estratégicamente al fragor de un proyecto que se forjó al mismo ritmo en el que se sumaban marchas, tomas de calles, protestas.
Las causas de la lucha eran la falta de agua en la colonia, la invasión de la tierra por un cacique, la corrupción de la autoridad, la colusión de la policía con el vendedor de droga, la ausencia de espacios para participar en las decisiones del gobierno, la exclusión de los jóvenes y las mujeres, entre otras muchas.
En ese territorio campal por lo que creíamos que era justo, hubo muchos líderes brillantes que nacieron sin la deontología de la “chamba siguiente”. Había tanto que exigir, que lo de menos era la nómina o la posición política. Eso hizo grandes a pocos verdaderos dirigentes, y empequeñeció a muchos mercenarios que se oscurecían en el horizonte de cada trienio o sexenio.
Pero muchas de nuestras banderas seguían y siguen ahí. Sin desecarse por el paso de los soles, sin pudrirse por el correr de las aguas, fortaleciéndose con las traiciones de los canallas. En 2024, esto en lo que creemos, aquello por lo que luchamos, tendrá una nueva justa con la historia. Tendremos un emblema, una alianza y un candidato; empero, aún sin programa.