Por Roberto Pantoja Arzola
Al menos a nivel de filtración, se ha sabido que para agosto o quizá septiembre, MORENA y los partidos de la Cuarta Transformación habrán definido su candidato a la presidencia de la república y quien seguramente será la sucesora o sucesor de Andrés Manuel López Obrador. Las escasas posibilidades de que la derecha derrote en las urnas al movimiento que actualmente dirige los destinos del país, son escasas, pero eso ha provocado un marasmo al interior de las fuerzas progresistas que han dejado de lado la discusión sobre el proyecto político y la oferta programática que se presentará a valoración de los ciudadanos en el proceso electoral que está por venir.
El proyecto político del abanderado de las izquierdas debe contar al menos con algunos elementos en su conformación y en su orientación, a fin de que este pueda reivindicar y profundizar las conquistas en las que se ha avanzado durante el gobierno del presidente López Obrador. Resulta imperativo, que este programa sea construido por la ciudadanía, con la participación de amplios sectores de la población que le doten de legitimidad y que lleven a que estos grupos de ciudadanos le defiendan durante la jornada electoral y posterior a ella, en la concreción del programa como ejercicio de gobierno.
Resulta además imperativo que la línea política que se agite en la contienda electoral reivindique la lucha en contra del neoliberalismo y los retrocesos que este modelo económico significó para amplios sectores de la población. No puede haber ningún margen de negociación con los dogmas y los postulados de esta doctrina que tuvo en el país una versión tropicalizada que entremezcló las nefastas consecuencias de desigualdad del más salvaje de los capitalismos, con la corrupción y el uso del poder público para la creación de enormes e insultantes fortunas privadas.
La próxima presidenta o presidente debe reiterar la vocación nacionalista de la Cuarta Transformación. Se debe reivindicar que la soberanía implica el pleno ejercicio que la Nación tiene sobre sus recursos naturales para poder generar oportunidades de desarrollo y progreso. En ese sentido, el programa de las izquierdas debe imponerse como objetivo la recuperación de la rectoría del estado sobre bienes estratégicos como lo son el agua, el bosque, el petróleo, los minerales, la energía, el espectro radioeléctrico, el espacio aéreo, los mares, los puertos, los aeropuertos; entre otros que se encuentran en manos de privados.
Del mismo modo, el estado mexicano debe afianzar su papel de moderador en los conflictos sociales y regionales que se han heredado del régimen anterior. La máxima de que por el bien de todos primero los pobres, debe profundizarse a la búsqueda de la dignidad de los más pobres entre los pobres, de garantizar que las generaciones futuras tengan acceso a los bienes y servicios básicos para su desarrollo, de reducir las brechas regionales que han condenado a la marginación a amplias franjas del territorio nacional que se encuentran excluidas de los circuitos de intercambio comercial, tecnológico y de inversión del país.
Programa antes que candidato, diría la máxima de Reyes Heroles, y aún y cuando en la 4T parece que la carreta se está colocando antes que las mulas; no es tarde para abrir el debate.