☞ OPINIÓN | ¿Qué nos jugamos?

Por Elizabeth Juárez Cordero

Debatir, contrastar ideas a través de posturas, propuestas y argumentos, solo tiene sentido ahí donde existe la posibilidad de llevar a cabo un esfuerzo racional, que abone a la deliberación y a la decisión efectiva, por lo tanto, debatir solo adquiere importancia cuando hay democracia, y ésta garantiza a la ciudadanía el ejercicio libre del voto, pero sobre todo cuando se adquiere conciencia sobre su capacidad de decisión, sobre las consecuencias de optar por una u otra opción política, aunque como bien sabemos, a esta racionalización se suman otros elementos con igual o mayor peso sobre la decisión de los votantes, como las emociones. Pero al menos idealmente, los debates están encaminados a fortalecer el proceso deliberativo de las y los ciudadanos. 

Es por ello que, la incorporación de los debates como parte de los procesos electorales en México, es aún reciente, cuyos primeros ejercicios desde mediados de los noventa han implicado una serie de cambios normativos y procedimentales para las autoridades electorales, como para los propios actores políticos, a quienes además de sus habilidades retoricas, de movilización territorial, por demás naturales a su quehacer, les han demandado un mayor esfuerzo, otro tipo de preparación, habilidades y capacidades argumentativas, comunicativas, conocimiento y agilidad mental, entre otras, que si bien debieran ser el piso mínimo de alguien que aspire a cualquier cargo público, no suele ser la regla entre quienes abanderan las representaciones partidarias. 

Tras el primer debate presidencial y otros realizados en el ámbito local en el marco de la elección de junio próximo, estas herramientas de comunicación política nos han permitido aun con sus perfectibles formatos visualizar en un lapso corto, la personalidad, conocimiento y habilidades comunicativas de los contendientes, así como la posibilidad de comparar propuestas e iniciativas de políticas públicas como de modificaciones legales, según se trate del cargo en disputa. 

Los diagnósticos sobre las problemáticas que se pretende gobernar o legislar expresados por las y los candidatos no son un tema menor, porque aunque parecieran arrojar puntos de coincidencia, al no responder a otra cosa que a los hechos y la realidad misma, estos tienden a ser matizados, por aquello que desde un plano ideológico, corresponde a la visión de país que se tenga; es decir, de los lentes a partir de los cuales se observa, entiende y ejerce lo público, lo político, y con ello, el papel en el que se sitúan, en este caso, dentro de los dos grupos contendientes.

Este dato en el análisis de la elección es relevante, sobre todo cuando al ser concurrente, pone en tensión los distintos intereses que confluyen entre lo nacional y lo local, entre la coalición de partidos de oposición, como al interior de la propia coalición gobernante. El número de poco más de 20 mil cargos de elección popular, a renovarse el próximo 2 de junio, como por las combinaciones en las coaliciones de los partidos, complejiza un voto homogéneo, porque como lo señalé en la anterior entrega, confunde al elector y propicia equivocaciones a la hora de marcar la boleta.

En este sentido, la apuesta de cada elección en lo individual, es decir lo que se pone en juego cada actor político, puede ser tan distinto como número de cargos a elegir, y candidatos con disímiles trayectorias aspiren a los mismos, más allá de la apuesta como partido o coalición. La respuesta no siempre es obvia ni evidente, incluso puede cambiar según el momento en el que se encuentra la campaña. Diseminar el análisis, particularizarlo y regionalizarlo facilita una comprensión real de las fuerzas políticas, de modo que, sobre la idea misma de continuidad o cambio, estarán las alianzas no formales, las decisiones y riesgos que estén dispuestos a tomar, en el objetivo de ganar, lo que sea que ello signifique para cada uno.

Entonces, los debates son una instantánea de lo que los candidatos se están jugando, por encima del cargo en cuestión y sus atribuciones formales, se trata de las implicaciones de triunfo o derrota, individual por lo que hace a la carrera política de la o el candidato, como de grupo, por lo que toca al futuro del partido o coalición que le abandera. 

En esta convergencia de apuestas diversas, también como ciudadanos a la hora de votar nos estamos jugando futuros distintos, por ejemplo en lo estatal y en lo federal, que no necesariamente coincidentes, pues mientras en la elección de cargos legislativos, puede estar en juego la distribución del poder y el equilibrio de poderes, en lo local aun para los mismos cargos puede estar en juego la preeminencia y los alcances futuros de un grupo sobre otro, incluso al interior del mismo partido político.

Por ello la ecuación schmittiana de amigo-enemigo entre quienes luchan por el poder, no solo puede ser flexible sino también cambiante, la experiencia nos demuestra que los enemigos de hoy en política pueden ser los amigos de mañana. Muy probablemente cada actor o grupo político tenga claro lo que se pone en juego en la elección de junio próximo, lo mismo tendríamos que estarnos preguntándonos como electores; ¿Qué nos jugamos? y en esa respuesta, los debates pueden ser una herramienta. 

Corolario: La denuncia que recién conocimos contra el expresidente de la Suprema Corte y ahora agregado como vocero en el equipo de campaña, de la candidata de la coalición gobernante y puntero en las encuestas, Arturo Zaldívar, sobre la vulneración de  la autonomía al poder judicial y corrupción, es sintomático de lo que este poder, como actor político se juega en la elección, y aun cuando las revelaciones intestinas no solo les  perjudican sino que dan razón a las críticas del presidente, tienen claro su apuesta en el futuro, en su sobrevivencia; aunque en ese movimiento, en medio del lodazal terminen manchados.

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