Han iniciado las campañas electorales y las tendencias electorales de antes de su arranque prevalecen. Andrés Manuel López Obrador es el claro puntero en las preferencias ciudadanas y lejos de reducirse el margen que le separa de Ricardo Anaya y de José Antonio Meade, este parece acrecentarse.
El panista y el priista pagan cara la factura de la novatez de ser este su primer proceso electoral como candidatos a una posición de mayoría. El discurso de ambos y sus estrategias de posicionamiento no han logrado colocar en el espectro del consciente social una sola idea propia, una imagen, o una emoción capaz de revertir su situación desventajosa frente al electorado.
Lejos de ello, Meade y Anaya centran sus estrategias en la descalificación al tabasqueño a través de interpósitos medios de asedio que poco impactan en la opinión pública. La invocación del miedo y del temor, no logran calar en un electorado que esta inmune a estos sentimientos como producto de un hartazgo de las desviaciones y corruptelas del actual régimen.
El abanderado de la coalición “Juntos haremos historia” sigue anotándose aciertos en el terreno de la memoria inmediata de los mexicanos. Frases como “ni Obama”, “frijol con gorgojo”, “amor y paz”, o anécdotas como la espera del submarino ruso en las costas de Veracruz permanecen en la recordación de un electorado que registra pocos atinos de parte de los candidatos de las otras opciones políticas.
Esta clara ventaja ha permitido al ex jefe de gobierno capitalino enfocar parte de sus baterías en la batalla por el Congreso. Sabe que su proyecto de país pasa en buena medida por una correlación de fuerzas favorables al interior de la cámara de diputados y de senadores, y por ello intenta transferir su bono de popularidad a sus candidatos a legisladores. El tiempo dirá si esto fue posible o si pesaron mas los errores en la designación de abanderados a estos espacios, pero por lo pronto este es un lujo que no puede darse ni Anaya ni Meade.
Entretenidos en una reyerta de acusaciones de corrupción, intentando desmarcarse de los desaciertos que ha significado la colaboración de ambos políticos con la administración de Enrique Peña Nieto; los candidatos del PRI y del PAN disputan el segundo lugar para ver si así pueden granjearse en la recta final de la contienda el voto útil de las animadversiones que despierta el tabasqueño.
Pero las condiciones y el animo social parecen romper cualquier molde o modelo pre elaborado en los cuartos de guerra tradicionales de los estrategas panistas y priistas. Un partido emergente, con una estructura institucional endeble, un candidato que rebasa los sesenta años de edad y que construye su discurso con alegorías elaboradas a partir de una retórica popular; podrían imponerse a los partidos más añejos del país, conquistar el voto de los jóvenes y además hacer una campaña exitosa que conquiste la mayoría del electorado.
Sí, el único aspirante presidencial que parece llevarse las cosas con calma es Andrés Manuel López Obrador. El “peje”, pero no lagarto; se da gustillos como recetar medicamentos al presidente de la república, mientras sus adversarios hacen rabietas intentando alcanzarle en las preferencias electorales.
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