El alza en el boleto de metro generó una oleada de indignación popular que derivó en saqueos, desmanes, balas y sangre. La razón: Chile es uno de los países en donde más cuesta subsistir a quienes no pertenecen a la cúspide de la pirámide económica. La crisis recién inicia.
Por Eduardo Pérez Arroyo
Morelia, Michoacán.- La ola comenzó espontáneamente la semana pasada, como un simple salto por sobre las barreras de contención para no pagar el costo del boleto para acceder al metro que el pasado 8 de octubre aumentó a 830 pesos locales, casi 1,2 dólares.
El viernes 18 de octubre se convirtió en una crisis de proporciones épicas.
Santiago de Chile, ciudad relativamente tranquila al lado de otras de una Latinoamérica siempre convulsionada, cuyos habitantes generalmente asumen con algo de orgullo ser un ejemplo de civismo y orden, amenaza con sufrir disturbios de esos que cada cierto tiempo invaden las pantallas de televisión desde alguna zona del Medio Oriente o desde los estados del suroeste de México.
Al momento de esta nota la capital de Chile está virtualmente paralizada en plena hora punta. Ante la ausencia del servicio de metro en todas las líneas, miles de santiaguinos atraviesan la ciudad para regresar a sus casas y provocan aglomeraciones, atascamientos, disturbios.
En muchas de las estaciones de metro se han multiplicado los incidentes, e incluso frente al Palacio de La Moneda, sede del gobierno de Chile, un feroz contingente policial resguarda una reunión encabezada por el cada vez más impopular presidente Sebastián Piñera (una suerte de Enrique Peña Nieto, miembro de una coalición de centroderecha proempresarios y privatizaciones masivas) para analizar los pasos a seguir.
Las protestas iniciadas desde el lunes se encendieron más este viernes con las declaraciones del mandatario y otras autoridades de Gobierno, focalizados en preparar la aplicación de la Ley de Seguridad del Estado. La crisis que se veía venir, aumentada por la porfiada insistencia del gobierno en que no había vuelta atrás en el alza de los precios del transporte, llegó a tal que incluso diputados del propio partido político del presidente, la centroderechista facción denominada Renovación Nacional, pidieron no policializar el tema y estudiar una solución de fondo.
Pero el gobierno no los escuchó.
A la hora de elaborar esta nota, y tras la reunión presidencial, el ministro del Interior (el segundo hombre del país tras el presidente) anunció la aplicación de la ya añeja Ley de Seguridad del Estado, utilizada sin pudor durante la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1991) y cuyos críticos indican que en realidad permite a las autoridades convertir manifestaciones y marchas en delitos graves y justificar el uso a mansalva de la fuerza.
Si bien la crisis se agudizó tras el alza del boleto anunciado por el gobierno, diversos analistas aseguran que se trata de un proceso de incubación lento y sostenido en el tiempo.
Es un hecho que Chile, país modelo pata instituciones proneoliberales como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial, le carga fuertemente la mano a sus clases medias y pobres. En el país el costo de muchos insumos básicos (entre ellos el transporte) está objetivamente al nivel de los países más desarrollados (aun cuando para la mayoría de la población los salarios siguen siendo de rango latinoamericano), y que para gran parte de la población de Santiago esta última alza no es más que la guinda de un pastel que se cocinó durante varios lustros.
El descontento de los chilenos ya tiene larga data.
GASTO DE RICOS, SUELDO DE POBRES
Las frías estadísticas sitúan a Chile como uno de los países en donde más cuesta subsistir para quienes no pertenecen a la cúspide de la pirámide económica.
Claudio Ruff Escobar, Ingeniero Comercial con mención en Administración, Máster en Finanzas, Doctor en Ciencias de la Ingeniería y rector de la Universidad Bernardo O´higgins, aseguró en mayo de este año que según el periódico inglés The Economist Santiago es una de las ciudades más caras para vivir.
“El informe sobre el costo de vida global publicado el pasado marzo por el semanario The Economist indica que Santiago es la cuarta ciudad más cara de América Latina para vivir. Nuestra capital tiene un costo de vida equivalente al 66% del de Nueva York, que se usa como base de comparación”, afirmó.
Este alto costo se debe, aseguro, “a que Chile ha crecido a un promedio más rápido que el resto de la región en la última década, y ese desarrollo económico inevitablemente el costo de la vida”.
El experto explica que una moneda en constante apreciación atrae la inversión y permite a los países escapar de la trampa del ingreso medio, de tal manera que se podría pensar que un alto costo de la vida en realidad es favorable para los países puesto que eleva la calidad de vida de los ciudadanos.
“Sin embargo”, alerta, “hay una variable que contamina este optimismo: la desigualdad en los ingresos”.
Entre los economistas de todo el mundo es conocida la brecha entre ricos y pobres en Chile en cuanto a salarios, y que junto con México es el país de la OCDE con mayor desigualdad social.
“Un desafío pendiente es que el nivel de vida crezca de manera justa y equitativa, cosa que no sucede en Chile”, remata Ruff.
La razón es que para muchos chilenos –incluido quien esto escribe–Chile es un país con ingresos a nivel Latinoamérica, pero que intenta parecerse a Estados Unidos.
La alusión al país del norte no es gratuita. En 1980, en plena dictadura de Pinochet, el gobierno de Estados Unidos de Ronald Reagan, avalado de cerca por la ex Primera Ministra de Inglaterra Margaret Tatcher, alentó un ambicioso programa de instauración del hasta entonces inédito modelo neoliberal.
El resultado: privatizaciones masivas (de las cuales uno de los beneficiados fue el propio presidente actual, Sebastián Piñera), cordones estructurales de pobreza en la periferia de Santiago (compuesta por los mismos chilenos que hoy utilizan masivamente el transporte público), y una exacerbación imparable de la desigualdad social. También mucha, mucha rabia contenida durante años.
Ese modelo impuesto por los Chicago Boys (chilenos que estudiaron Economía de la Universidad de Chicago liderada entonces por el padre del neoliberalismo, Milton Friedman) generó que, por ejemplo, Chile hoy tenga un sistema de educación universitaria en la práctica completamente privado (muchas familias se endeudan por décadas para pagar los estudios de sus hijos), un sistema previsional (equivalente a las afores en México) que condena a miles de chilenos a la pobreza, y un sistema de salud en el cual si no existen forma de pagar sencillamente los pacientes mueren.
Y ahora, un sistema de transporte basado en la estricta lógica de mercado.
Los hechos y datos recientes lo confirman. Tras exportar la crisis generada por el alza del boleto del metro en Santiago el director de ese sistema de transporte, Louis de Grange, aseguró que el valor del pasaje del metro de Santiago está en la mitad de lo que se paga en otros países.
“Chile tiene el único sistema de transporte que permite que una persona se suba a un metro y después no tenga que pagar un bus, ya que el primer boleto le cubre ambos viajes. Por lo tanto, en realidad el sistema de transporte publico de Santiago cuesta la mitad del resto de los países”.
Pero esa apreciación es falsa, e incluso a muchos les parece insensible. El mismísimo diario El Mercurio, progobierno, proderecha, proneoliberalismo económico, proempresarios y privatizaciones, aseguró hoy en una nota que un estudio ubicaba a Santiago en el top 10 del ránking del transporte público más caro del mundo en función del ingreso medio.
“El costo del transporte en Santiago con respecto a los ingresos es caro”, dijo a ese medio el académico de la Universidad Diego Portales y director del Centro de Innovación en Transporte y Logística de la Facultad de Ingeniería y Ciencias, Franco Basso, “y es algo que el gobierno tiene que efectivamente tratar de resolver”.
Para el experto, “más allá de los problemas delictuales que Santiago está teniendo en estos minutos (producto de los desórdenes y desmanes durante las numerosas manifestaciones de los inconformes), hay un problema de fondo que está asociado a lo caro que está moverse en transporte público en la ciudad”.
Según El Mercurio, lo que hizo Basso fue tomar los datos de un reporte realizado por el banco alemán Deutsche Bank, que mide el costo del transporte público en diferentes urbes, pero también el gasto asociado a inversión inmobiliaria, entre otras variables.
“Yo repliqué el cálculo para Santiago con datos del Instituto Nacional de Estadísticas. Asumiendo que un santiaguino hace 50 viajes en horario punta al mes, de un total de 56 países de todo el mundo Chile se ubica como el noveno más caro”.
Los números no mienten. En Santiago de Chile el gasto en transporte público representa el 6.2% del ingreso medio total, solo superados en América Latina por Sao Paulo y Río de Janeiro (10%). El gasto en Santiago de Chile supera ampliamente a ciudades de primer mundo como Melbourne (Australia), con 3,2%; Corea del Sur, con 2,3%; y San Francisco (EU), con 1,4% de los ingresos medios. La tarifa chilena también duplica la de ciudades como Moscú (Rusia) y Vancouver (Canadá), y para no ir tan lejos, también a otras de América Latina como Ciudad de México y Buenos Aires, cuyo gasto representa menos de la mitad de lo que se paga en Chile.
Pero eso no es lo único que ha acarreado la ira popular: también está el factor político. Numerosos analistas critican la indiferencia de las autoridades de gobierno, e incluso señalan que las declaraciones rayan en la torpeza.
“No habrá baja del precio (del transporte) porque que ya es una decisión tomada”, dijo este viernes la ministra del Transporte Gloria Hutt, agregando fuego aun trema y de por sí altamente candente. A su vez, el ministro del Interior Andrés Chadwick agravó la situación.
“Estamos evaluando presentar querellas por Ley de Seguridad del Estado contra aquellos que hemos visto destruyendo bienes públicos que son fundamentales para el funcionamiento del metro. Estamos comprometidos a respetar la ley y que ella sea respetada por todos”.
Pero el mayor rechazo popular lo generó el propio presidente Sebastián Piñera, quien en horas de la mañana aseguró que “estamos estudiando la posibilidad de aplicar la Ley de Seguridad del Estado, porque para eso está la ley”.
Las burlas –y en muchos casos la ira– no se hicieron esperar: Piñera es ampliamente conocido en Chile por saltarse la ley.
Famoso es su periodo de juventud, en el año 1982, durante el cual fue declarado reo y durante 24 días permaneció prófugo de la justicia por un desfalco al ya extinto Banco de Talca. Entonces el hoy presidente evadió la acción judicial solo porque su hermano mayor era el Ministro del Trabajo de la dictadura de Augusto Pinochet.
No es lo único: apenas en mayo de este año Piñera pagó apenas 3 años (de un total de 30) por evasión de impuestos por una casa de veraneo que tiene en un lago del sur del país.
“El Gobierno está lleno de evasores, partiendo por el Presidente”, se burló el edil comunista de la comuna de Recoleta, Daniel Jadue, a propósito del llamado de Piñera a dejar de evadir el pago del boleto del metro. Algo que la diputada de ese mismo partido, Karol Cariola, apuntaló: “si de evasiones se trata, él comenzó dando el mal ejemplo”. Más conciliador, el diputado de Convergencia Social Gonzalo Winter aseguró: “es un gran error que el gobierno invoque la ley de seguridad del Estado y criminalice la protesta. La respuesta no puede ser la represión”.
Pero las críticas no solo llegaron desde la oposición de izquierda. Dos legisladores del partido del presidente llamaron explicita (e infructuosamente) a la calma al mandatario.
“Si gobernamos para todos los chilenos debemos oír el fondo de estas protestas”, dijo el senador Manuel José Ossandón, mientras su colega Francisco Chahuan estimó que “es urgente cambiar la forma es que se establecen las alzas en el transporte, porque no se incluye el factor social en la fórmula”
La respuesta del gobierno: cerrar el sistema de transporte durante todo el fin de semana (“se castigó a los chilenos por protestar”, me dice desde Santiago de Chile mi amigo Álvaro, sociólogo y magister en Gestión Pública que hoy trabaja en una institución pública), una crisis que puede ser la más grave para el gobierno de Piñera, y una ciudadanía cada vez más furiosa, que no ha escatimado la violencia como respuesta a lo que ellos a su vez consideran violencia desde el estado.
Es que en el coctel de este viernes tampoco faltaron la represión policial, los balazos ni la sangre.
BALAS Y SANGRE
El resultado de la violenta jornada, cuyas imágenes hicieron a muchos chilenos recordar la feroz represión sufrida durante los 17 años de la dictadura militar de Augusto Pinochet, no se hizo esperar.
Durante la tarde muchos canales de televisión exhibieron la imagen (ya viralizada a través de las redes sociales) de una joven alcanzada frontalmente por una bomba lacrimógena que le provocó una grave hemorragia y obligó a un equipo de paramédicos a intervenir. Otras imágenes en zonas como Maipú y San Miguel, lejos del centro de Santiago –y hasta donde también llegan las líneas del metro– mostraron cómo la policía utilizaba sus armas para controlar a los manifestantes.
“En el registro ocurrido en san Miguel se ve a personal de Carabineros disparando en la intersección de Llano Subercaseaux con Fernando Lazcano”, reportó durante la tarde el diario La Tercera. “El uso de armas fue confirmado a este medio por parte de la institución uniformada. No obstante, no se detalló el tipo de munición empleada”.
Otras manifestaciones incluyeron disturbios masivos y hasta la quema de un autobús en plena Plaza Italia, epicentro neurálgico de toda la ciudad de Santiago.
Y mientras tanto la crisis parece lejos de acabar. Por primera vez en su historia, los santiaguinos no contarán con su sistema de transporte, y muchos se preguntan qué ocurrirá con las numerosas actividades deportivas, sociales y culturales programadas para el fin de semana. El gobierno insiste en que el precio del boleto de transporte no bajará, y la aplicación de la Ley de Seguridad Interior mantiene a miles en alerta. Santiago, la vieja ciudad que en muchas ocasiones parece un remanso entre una América Latina cada vez más violenta, es hoy epicentro de las noticias del mundo a causa de la violencia trasversal. Y la furia popular está lejos de acabar y parece, esta vez, ser irreversible.
Como si Chile hubiese retrocedido 40 años.