Por Gerardo Espíndola
Morelia, Michoacán.— Nadie olvidará este año, aun cuando muchos ya quieren hacerlo.
Nadie querrá recordarlo, pero muchos ni siquiera terminan de vivirlo.
Este bisiesto 2020, una especie de capicúa invertido, será un tatuaje imborrable en la memoria. Una secuela que se repetirá por décadas, como lo fueron 1914, 1939, 1945 y otros tantos años del siglo XX que nadie ha olvidado a pesar de que pocos los vivieron.
El COVID-19 nos dio de bruces con todos nuestros excesos, pero también con todos nuestros prejuicios. Una pandemia no tan letal, pero que ya mató de forma masiva a todos los rostros del modelo económico neoliberal.
La pandemia nos pegó en nuestro orgullo capitalista. En nuestra tendencia a monetizar hasta los segundos perdidos. En México el modelo económico es, digámoslo de alguna manera, fingido. Un alto porcentaje de la sociedad vive al día. Un 70% de la población vive de sus quincenas —es decir casi 100 millones de personas carece de un sostén económico sólido—, mientras una minoría se sienta sobre la plusvalía de un país rico en recursos humanos y materiales.
El modelo económico mexicano es una especie de neoliberalismo de salón. Sin distribución de la riqueza, sin igualdad salarial ni de consumo. En ese modelo pagar una renta, una mensualidad en Netflix, las colegiaturas, es un privilegio.
Durante décadas partidos, gobernantes y empresarios rapaces han abaratado la riqueza del país, regalando a manos llenas a empresas y regímenes extranjeros nuestro patrimonio energético, mineral, líquido, alimenticio o de mano de obra. El neoliberalismo a la mexicana tiene su expresión más salvaje con la narcoviolencia del crimen organizado, cuyos sicarios son sanguinarios corredores de bolsa que trafican todo lo imaginable, desde drogas hasta personas. Han sido 40 años de saqueo, muerte y violencia. Esta pandemia solo llegó para exhibirnos el entramado maldito, el engranaje con el cual funciona la maquinaria de violencia y muerte del mercado.
Por eso a muchos les duele que por estos días de confinamiento no se pueda seguir explotando a la gente. Que no se pueda seguir cobrando regalías extraordinarias, endeudando futuros. Que no se pueda seguir expoliando recursos, saqueando hogares y horas de vida.
Este COVID-19 nos tiene encerrados en nuestros laberintos mentales. Más allá del jaloneo político de estos días, lo cierto es que cuando salgamos de nuevo a las calles nada será igual. Ya no le creeremos a falsos ídolos políticos, y en cambio idolatraremos liderazgos emergentes. Desconfiaremos más de ciertos patrones de conducta, y no visitaremos ciertos lugares que a la hora de la hora abandonaron a sus trabajadores. La desconfianza será la primer moneda de cambio. Pero también la solidaridad.
Pero los truhanes que han robado a manos llenas querrán volver por sus reales. Todo este tiempo los hemos visto zopilotear en las redes sociales, llámense Calderones, Foxes, Peñas o Silvanos. Pero también instituciones bancarias, cámaras empresariales, partidos y lidercillos de ocasión.
Hoy es necesario evidenciar a los gatopardistas. Y también estar alertas, porque ya nada será igual.