Por Eduardo Pérez Arroyo
Morelia, Michoacán.- Además de dar la hora, durante años se convirtieron en una de las más clásicas estampas de la ciudad. Arribaron temprano, provistos de los últimos avances tecnológicos en boga en Europa. Para miles de vecinos de esos años 20, fueron la única manera de enterarse del momento preciso para llegar a tiempo al trabajo.
Turistas y citadinos los consideraron parte del paisaje urbano. Así hacían los arrieros que llegaban a Plaza Carrillo por la Calzada Juárez o Las Lechugas, ubicadas al otro lado de la vía del tren. Muchos aún los recuerdan con nostalgia.
Los antiguos relojes de la ciudad fueron conocidos por todos. El primero de ellos fue siempre el tricentenario reloj de la Catedral, cuyos sonidos repicaban toda la noche los serenos que interrumpían un silencio lleno de historias y fantasmas repartidos por la ciudad.
Cada relojería –la de los hermanos Morán, La Violeta del alemán Julio Enhardt, La Germania de otro alemán, Willy Brabender, la de don Vladimir Valdez Zaragoza– que se preciara realmente tuvo uno propio en su fachada. Otros se ubicaron en los antiguos hospitales Civil y Militar.
El primero de ellos fue siempre el tricentenario reloj de la Catedral, cuyos sonidos repicaban toda la noche los serenos que interrumpían un silencio lleno de historias y fantasmas repartidos por la ciudad.
LOS QUE SE QUEDARON
El de la Catedral —que fue cambiado por última vez en 2014 y aún rige la azarosa vida de los morelianos— es el verdadero corazón de la ciudad, afirman los mejores nostálgicos de la Morelia antigua como don Adán Lozano Vásquez. Ubicado en lo alto de la torre, generaciones desfilaron ante él y las historias que guarda entre sus viejos mecanismos abarcarían miles de páginas.
En el templo de San José, frente a la Plaza de la Reforma Agraria, la tradición se conserva. En 1945 fueron levantados las dos torres y el reloj, que pueden apreciarse de casi cualquier punto de la ciudad porque por las noches cuenta con iluminación monumental. Durante años muchos morelianos creyentes ingresaron atraídos por las oraciones, y otros tantos por saber la hora.
Quienes vivieron cerca del antiguo Hospital Civil también recuerdan los sonidos que lanzaba su reloj. El mecanismo era de sonería, una exclusividad heredada de remotos tiempos europeos que avisaba cada cuarto de hora.
Generaciones de estudiantes de medicina, médicos recién titulados y profesionales ya curtidos y con otras tantas historias lo escucharon a diario. Sus repeticiones se hicieron parte de la cultura popular de la ciudad. Cuando alguien remachaba cualquier frase sin necesidad, la respuesta era la misma: ¡te pareces al reloj del Hospital!
Muchos desaparecieron para siempre. Otros existen, pero ya no cantan, y otros pocos sobreviven. El de los hermanos Morán, el de La Germania y el de La Violeta desaparecieron para siempre de la ciudad junto con la desaparición de sus dueños. El de la Facultad de Derecho de la Universidad Michoacana, entonces sede del Hospital Militar, aún existe pero su mecanismo dejó de funcionar hace años. El del Templo de San José aún marca las horas.
Las repeticiones se hicieron parte de la cultura popular de la ciudad. Cuando alguien remachaba cualquier frase sin necesidad, la respuesta era la misma: ¡te pareces al reloj del Hospital!
LOS QUE YA NO ESTÁN
La tienda de los hermanos Morán se ubicó frente al Colegio de San Nicolás, en la Madero, y el reloj fue dispuesto de manera vertical arriba de la puerta del negocio. Aunque el lugar era arrendado, el reloj de permaneció durante décadas.
Los antiguos recuerdan que todo el mundo buscaba emplearse en cualquier tienda con vista a un reloj para que el patrón no les escamoteara su tiempo de trabajo. Otros recuerdan que a veces, especialmente durante el inicio del periodo escolar, decenas de morelianos de las clases más pobres caminaban desde varias cuadras a la redonda sólo para saber la hora. Ya había relojes de pulsera, pero a precios prohibitivos y sólo para quien pudiera pagarlos.
A veces, especialmente durante el inicio del periodo escolar, decenas de morelianos de las clases más pobres caminaban desde varias cuadras a la redonda sólo para saber la hora.
Más tarde, la familia Larrauiri Videgaray vendió el edificio en el cual se ubicaba la tienda –hoy el Hotel Virrey de Mendoza– y de los relojes y claraboyas de los hermanos Morán, incluido el que daba la bienvenida a la concurrencia, nunca más se supo.
La Violeta se ubicó frente al viejo Cine Eréndira, también en la Madero. Con puntualidad alemana, don Julio Enhardt llegaba a diario para descorrer cortinas y cerrojos y abrir su tienda. La vocación comercial del barrio era evidente: en la acera del frente se ubicaban las oficinas de La Trinidad, de la Compañía de Luz y Fuerza y el bar La Puerta del Sol, de don Germán Figaredo.
Aunque tuvo ayudantes, don Julio atendía su negocio personalmente para asegurarse del buen servicio. También creía en la cosa pública, y según la memoria de los citadinos varias veces el implacable alemán trasnochaba solo para reparar algún desperfecto de su reloj. Cualquier cosa podía fallar, menos la hora. Hasta que falló: un día el negocio de don Julio ya no abrió más.
A un lado de la tienda de Woolworth se ubicó la relojería La Germania, de don Willy Brabender. El negocio duró varias décadas. Su dueño vio pasar el tranvía a gasolina que hacía el recorrido entre la antigua estación de ferrocarril, hoy cruce de Guadalupe Victoria con Héroes de Nocupétaro, y el templo de San Diego, por plena Calle Real pasando por la Pila de la Montaña, desaparecida luego de la pavimentación de la Calle Real, hoy Madero.
Don Julio atendía su negocio personalmente. Varias veces el implacable alemán trasnochaba solo para reparar algún desperfecto de su reloj. Cualquier cosa podía fallar, menos la hora. Hasta que falló: un día el negocio de don Julio ya no abrió más.
En la actualidad el lugar en donde estuvo La Germania, a espaldas del Hotel Presidente, es una cervecería.
También en la primera calle de La Corregidora, propiedad de don Vladimir Valdez Zaragoza, hubo una relojería que ofrecía el artilugio al mundo. Hace años desapareció para siempre. Pocos lo recuerdan.