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Trump visto desde la ética y el evangelio

Ya durante la campaña nos habíamos horrorizado por el atrevimiento e inmoralidad de sus provocaciones: nos parecía extraño que un candidato a presidente pudiera afirmar que “puedo disparar a alguien en plena Quinta Avenida y no perdería votos”, que nunca había pagado impuestos, sus afirmaciones xenófobas, su defensa de la tortura, su misoginia, el desprecio hacia México.
Sin embargo, como en algunas ocasiones, la verdad ha superado todas las expectativas. Después de su toma de posesión el 20 de enero nos ha acostumbrado al desafío diario, a la audacia y al “in crescendo” del disparate, que, como una coraza, convierte en normal el disparate del día anterior: el muro, el oleoducto, los nombramientos, el mantenimiento de sus propias empresas aun siendo presidente, su desprecio por el estado de derecho y el poder legislativo, su fobia hacia el mundo árabe, la prohibición de la entrada —en un país de inmigrantes por historia y realidad—  a los ciudadanos de los siete países afectados, con síntomas de comportamiento antisocial, agresividad, paranoia, grandiosidad, egocentrismo. La ausencia total de sentido moral y ético tanto en el lenguaje como la falta de escrúpulos en los hechos del dirigente de la nación más poderosa es un salto en la degradación social colectiva.
Sin duda el Tea Party es de derechas o de ultraderechas, pero Trump es otra cosa. Hay quien lo define como la adaptación empresarial del Ku Kux Klan del siglo XXI, la reacción histérica y patológica del blanco a quien se le ha hecho creer que está perseguido y tiene que atacar.
¿Patología? Lo de menos es pensar sobre el Trump-persona. Lo preocupante es pensar en la sociedad que le ha votado. ¿Por qué la mitad de una sociedad teóricamente civilizada, cumbre del mundo libre, heredera de Washington y Tocqueville, que con su independencia en 1776 selló la primera declaración de Derechos Humanos, en la que desde sus orígenes ha predominado el modelo de sociedad abierta, democracia representativa y prensa libre, ha dado su confianza a un personaje así?
Sencillamente, porque tanto Trump como la ultraderecha europea son un producto de la globalización financiera, del neoliberalismo y,  sobre todo,  representan la indignación popular por la crisis de 2008. Su auge en Estados Unidos lo han hecho posible tanto republicanos como demócratas, y en Europa las instituciones financieras, la Troika, padres de la arquitectura económica que ha generado estos monstruos.
¿Fascismo? No al estilo de los fascismos europeos del siglo pasado, pero sí utilizando su misma retórica racista o afirmando que en el interior mismo de los Estados Unidos, si se quiere que la nación prospere, hay cuerpos extraños que hay que extirpar. El mismo discurso de Hitler en su día.
Es importante releer su discurso de toma de posesión.  Como en todas las dictaduras,  hay un intento de conexión directa entre él, el elegido y carismático, creyéndose vocero de Dios y el pueblo, sin mediaciones, sin partidos, donde se vincula a sí mismo y a su gobierno directamente con el pueblo, sin cortapisas, con argumentos populistas y numerosas referencias a Dios. Dijo en su discurso: “Lo que realmente importa no es qué partido controla nuestro gobierno, sino si nuestro gobierno está controlado por el pueblo” o “estamos protegidos por Dios”.
El fascismo especula demagógicamente con las necesidades de la gente. Exprimirá a las masas hasta no poder más, pero se acerca a ellas hablando de anticapitalismo, alimentando el sentimiento popular contra el expolio de la burguesía y de los bancos, los trusts y los magnates y lanzando consignas de proteccionismo económico y aislacionismo cultural. En Alemania: “Nuestro estado no es un estado capitalista, sino un estado corporativo”; en la España franquista: “Hemos superado la lucha de clases”; en Estados Unidos,  apropiándose del mito de pueblo elegido.
El fascismo es cada vez menos una amenaza y cada vez más una realidad. Un fascismo actualizado en sus formas pero idéntico en el fondo, y que gana sus apoyos entre las clases más afectadas por la globalización y las políticas neoliberales. Al día siguiente de la toma de posesión se reunieron en Alemania los principales líderes de la ultraderecha europea, desde Marine Le Pen a la alemana Petry, bajo el lema “Libertad para Europa”. No es casual. Estamos a las puertas de elecciones clave este año en Holanda, Francia y Alemania. Se hacen llamar “los líderes políticos de la nueva Europa, que están cerca de asumir responsabilidades de gobierno en sus respectivos países”. Al fin y al cabo Trump es brutalmente claro. Pero la vieja y cobarde Europa, que se proclama defensora de valores, decide pagar a un tercero para que le haga el trabajo sucio y pare a los que huyen de la guerra y la muerte. Y en España ponemos concertinas. El “huevo de la serpiente” se pone en evidencia.
Qué hacer?
La única ventaja de lo ocurrido es que puede despertarnos. Trump ha puesto las cosas fáciles: o conmigo o contra mí. Nos toca a nosotros escoger entre el racismo y egoísmo (individual, familiar o de grupo) o la posibilidad de construir una sociedad fundamentada en una justicia igual para todos, la del altruismo y la solidaridad por lo colectivo.
Es admirable la valentía de los numerosos colectivos que se movilizan en Estados Unidos: mujeres, jueces, universidades, iglesias, algunos ya seriamente amenazados. Antes de la II Guerra Mundial el silencio cómplice de las potencias europeas dio alas al rápido crecimiento del fascismo hasta que fue imparable. Ojalá la prudente reacción de la Europa de hoy no suponga lo mismo.
La sociedad norteamericana tiene una oportunidad para organizarse contra el fascismo encubierto de Trump y contra el modelo neoliberal y militarista impuesto en Estados Unidos y desde Estados Unidos a todo el mundo en los últimos mandatos, también por Obama y Clinton. Trump no es sino su exacerbación patológica. Y la sociedad europea tiene también la oportunidad de escoger: o la solidaridad y cambio de modelo de la UE o el fascismo y la ultraderecha que avanza sobre una UE en descomposición. Permanecer impasibles supone repetir los errores del pasado.
Desde el seguimiento de Jesús
La figura de Jesús está en las antípodas. No sólo por el programa ético y político de justicia social de Mateo 25 sobre las obras de misericordia del dar de comer al hambriento, vestido al desnudo y acoger al perseguido,  sino,  y quizá de manera más contundente,  por el mensaje de las Bienaventuranzas — humanamente imposible de digerir y que sólo puede aceptarse desde la fe— en las que Jesús, en el pórtico de su vida publica, anuncia que los pobres, los que lloran, los humildes, son los preferidos de Dios y de ellos es el Reino. Poner esto en práctica en el mundo de hoy supondrá unos riesgos que como seguidores de Jesús habrá que aceptar.

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