Hace 44 años, el 11 de septiembre de 1973, un golpe militar ahogaba en sangre la democracia en Chile y el embajador suizo ante Santiago celebraba con champán el derrocamiento de Salvador Allende. No más porfía en recuperar la riqueza del país, redistribuir el agro, aumentar salarios o nacionalizar industrias en sectores estratégicos, la pretendida “amenaza comunista” había sido conjurada.
“… La junta [militar] está decidida a restaurar el orden, la justicia y la paz social. Busca extirpar el marxismo. No fijará su política en materia económica y social si no con prudencia, dada la situación caótica creada por la unidad popular [UP, coalición del Gobierno de Allende]”, telegrafiaba el embajador Charles Masset, al Departamento Político Federal (actual Ministerio suizo de Exteriores) el 13 de septiembre.
En su comunicación, advierte Masset reproduce la versión de las Fuerzas Armadas. “El silencio sobre la represión no sorprende, en vista de la posición ya asumida por el diplomático”, agrega el historiador.
En ‘Diplomacia y “Revoluciones”. Mirada de Suiza sobre Guatemala, Cuba y Chile (1950-1976)’,Enlace externo Ivo Rogic estudia la actitud helvética en relación con los Gobiernos de Jacobo Arbenz, Fidel Castro y Salvador Allende, decididos a lograr justicia social para sus pueblos e independencia para sus países. Aires del tiempo de la Guerra Fría, los tres líderes fueron tachados de apéndices de la Unión Soviética y sus luchas sufrieron el acoso de Occidente bajo la égida de Washington.
La extensa investigación de Rogic se basa fundamentalmente en los documentos diplomáticos suizos de la época, amén de información del Ministerio chileno de Exteriores, de artículos periodísticos y una muy amplia bibliografía. La obra, tesis doctoral de su autor y 7º Cuaderno de los Documentos Diplomáticos Suizos (DODISEnlace externo), considerados como el centro de difusión de fuentes diplomáticas más importante del país, centra su segunda parte en el país sudamericano. Abarca desde el triunfo electoral del presidente Allende (1970) hasta el arribo a Suiza de los exiliados y la dramática historia del ciudadano helvético Alexei Jaccard, víctima de la dictadura pinochetista vía la Operación Cóndor.
Una actitud generalizada
La actitud de Masset, el embajador que descorcharía el champán para celebrar la caída de Allende, que abriría las puertas de la representación oficial suiza a los refugiados solamente bajo la presión de Berna y de la sociedad civil helvética, y que legitimaría el golpe de Estado, aunque paradigmática, no es única. A lo largo de su análisis, Ivo Rogic encuentra reiterados clichés que testimonian el desdén hacia los Gobiernos progresistas y revolucionarios y hacia los ciudadanos que los eligieron:
“… La vía democrática reivindicada por la UP sería solamente el pretexto para preparar una situación favorable a la insurrección armada para la toma del ‘poder totalitario’. Un segundo prejuicio sería la ‘inmadurez cívica’ de los chilenos poniéndose al servicio de la UP que aparece como el fruto de la elección de una ‘masa ignorante’ y ‘no preparada’ para el sistema democrático”. Los trabajadores serían ‘perezosos’ e ‘indisciplinados’ y las personas que tras el Golpe buscaban refugio en la embajada, ‘delincuentes’, ‘extremistas de izquierda’ y ‘paranoicos’.
Y si de paranoia hablamos, la investigación refleja el temor al comunismo que reinaba entonces en Occidente y que diversos sectores -públicos y privados- se encargaban de exacerbar con fines políticos o económicos. Las expropiaciones a los terratenientes y las nacionalizaciones en sectores prioritarios (alimentos, medicamentos, cobre) eran “dictados de la Unión Soviética”, lo mismo que la “irresponsable” decisión de aumentar los salarios y las prestaciones de los trabajadores.
“… los [empleados] domésticos ya se creen propietarios de refrigeradores y lavadoras; piensan que todos los clubes privados serán transformados en parques públicos que se podrán ensuciar para el júbilo de un populacho sin responsabilidad y sin educación. Son esas masas las que el nuevo presidente puede movilizar para la defensa de un marxismo que solamente puede conducir al país a su ruina económica, política y social”.
Con esas palabras, el embajador suizo de entonces, Roger Dürr, daba cuenta el 30.10.1970 al DPF de la elección de Salvador Allende (4.10). El triunfo en las urnas fue ratificado más tarde (24.10) por el Congreso. Pero la decisión del soberano chileno y de su Legislativo resultaba insuficiente para la oligarquía local y los intereses políticos y económicos de dentro y fuera del país que hicieron naufragar el proyecto socialista de la UP.
Campañas denigratorias y sabotaje
Campañas denigratorias apoyadas por medios de prensa locales y extranjeros, acaparamiento de productos básicos con la consecuente penuria de los mismos, especulación, fomento de la crisis económica, de acciones de violencia, cierre de créditos… los famosos cacerolazos fueron el prolegómeno de las bombas que cayeron sobre La Moneda un día como hoy hace 44 años. En la misma fecha y en el mismo lugar en que Salvador Allende se quitó la vida.
Una estrategia similar había dado cuenta del Gobierno democrático de Jacobo Arbenz en Guatemala 19 años atrás, fracasó 15 años después en Cuba y se reproduce actualmente en Venezuela, como han advertido diversos especialistasEnlace externo.
Guatemala se hundió en más de tres décadas de Guerra Civil y Chile en 17 años de dictadura. Las víctimas, entre prisioneros, torturados, muertos, desaparecidos y desplazados/exiliados sumaron unas 200 000 en el primero y más de 30 000 en el segundo.
El sambenito de “marxistas” que el imaginario social atribuía a Arbenz, Castro (quien sí debió recurrir más tarde a la URSS ante el acoso de EE UU) y Allende en una época en la que el comunismo era visto como la octava plaga del Apocalipsis, ganó a los líderes la suspicacia dentro y fuera de sus países. Suiza no fue una excepción.
Empresas y Colonia suizas
“Parte de la Colonia suiza, compuesta principalmente por propietarios de tierras y empresarios, interviene con fuerza en el imaginario de los diplomáticos […] los colonos comunican al embajador helvético la tesis de un complot de la izquierda para realizar una revolución violenta inspirada en Fidel Castro”, asienta Ivo Rogic. Empero, precisa, “entre 1970 y 1973, la representación diplomática registra un solo caso de expropiación de tierras y de presunta violencia contra miembros de la Colonia”.
En cuanto a las empresas helvéticas, el historiador refiere que los grupos Schmidheiny, Ciba-Geigy, Hoffman, La Roche, Sulzer y Oerlikon nutrieron esa percepción de miedo. Sin embargo, “no obstante las huelgas, las ocupaciones, la lentitud y las intervenciones de la UP, una sola empresa de capital helvético es nacionalizada y con una buena compensación”.
Aun así, Suiza suspende a Chile la Garantía contra el Riesgo a las Exportaciones (GRE) en enero de 1972, penalizando teóricamente sus propias exportaciones, pero también la ya fragilizada economía del país andino. Esa medida, anota Rogic, “pudo representar una pequeña contribución al sabotaje internacional contra Chile”.
Nuevos vientos desde Suiza
Sí, entre los casos de las “revoluciones” (de hecho, la única que se consolida es la cubana) analizadas por Ivo Rogic desde la perspectiva suiza hay diversos elementos comunes, pero en los años setenta; es decir, cuando Allende asume la presidencia, el panorama en Suiza era otro: la defensa de los derechos humanos había adquirido mayor solidez, lo mismo que la profesionalización de la diplomacia y los países de América Latina eran mejor conocidos.
En relación con la percepción generalizada sobre Chile, Rogic alude a la posición particularmente diferente de Felix Schnyder, embajador suizo en EE UU e, indirectamente, de Bernard Turrettini, observador de Suiza ante la ONU. El primero reafirma el estatuto democrático de la UP y defiende la legitimidad de la nacionalización del cobre decretada por Allende en 1971. Al año siguiente, Turrettini reconoce el rol activo de organismos públicos y privados, nacionales e internacionales, en la creación del caos económico y financiero en el Chile de la UP.
Asimismo, diversos funcionarios del DPF, como Michael Gelzer y Raymond Probst, y del Departamento Federal de Economía Pública (DFEP), como Ernst Léchot, rechazan la visión de la UP como una amenaza para los intereses helvéticos en Chile, mientras que Jean-Marc Boillat (DPF) defiende el estatuto democrático de Allende y desdeña la representación de un régimen marxista. También del Ministerio de Exteriores, Hans Gallusser precisa que las nacionalizaciones son legitimadas por el apoyo popular, mientras que la oposición busca boicotear la economía para hacer caer al Gobierno.
También desde Berna, y bajo la fuerte presión de parlamentarios (entre los cuales Jean Ziegler), de medios de prensa (‘24 Heures’) y de grupos de apoyo de la sociedad civil (Longo Mai y la Sociedad de Amigos de Chile, entre otros) el embajador Masset es obligado a abrir las puertas de la representación diplomática suiza para acoger a los perseguidos por el régimen militar de Augusto Pinochet.
Michael Gelzer (DPF) y el propio ministro de esa dependencia, Pierre Graber intervienen con fuerza sobre la embajada en Chile y sus colegas del Gobierno y envían como refuerzo a Walter Suter, desde la Embajada de Argentina, para contribuir en la organización de la entrega de visados suizos a 200 refugiados.
DDS es un proyecto de edición de los documentos clave de la política exterior de Suiza. Cuenta con una edición impresa y una base de datos (dodis.chEnlace externoEnlace externo), concebida esta última para la publicación de documentos y para permitir el acceso a una cada vez mayor cantidad de datos por vía digital.
Su objetivo es a la vez científico y práctico. Se trata de poner a disposición de investigadores y profesionales, las fuentes oficiales útiles para la reconstitución y la comprensión de la historia de la política exterior de Suiza, un Estado neutral, pero profundamente involucrado en el sistema político internacional.
Vía Swissinfo