Jacques Coste
“Los Papeles de Pandora” es el título de una indagatoria realizada por el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación que involucró a unos 600 periodistas de 150 medios de todo el mundo.
Mediante el análisis de una filtración de casi doce millones de documentos de despachos de asesoría fiscal y financiera, la investigación del Consorcio reveló cómo las personas más ricas y poderosas del mundo esconden sus fortunas evaden impuestos e incluso lavan dinero, por medio del uso de paraísos fiscales y empresas offshore.
Los nombres de varios empresarios, celebridades y políticos mexicanos se encuentran entre los Papeles de Pandora. Es asombrosa la sofisticación de los mecanismos que utilizan para ocultar su riqueza y, así, evitar al fisco. También son impactantes las cantidades de dinero y el valor de los bienes que esconden.
Pese a ello, tengo la impresión de que el asunto de los Papeles de Pandora causó menos revuelo y escozor en la opinión pública mexicana de lo que ameritaba un escándalo de tal magnitud. Es cierto, casi todos los medios de comunicación cubrieron la nota y muchos líderes de opinión trataron el tema. Sin embargo, no hubo un debate profundo al respecto y el impacto mediático de las filtraciones fue poco duradero.
Salvo contadas excepciones, como El País (edición latinoamericana), Proceso y Animal Político o el pódcast “Un poco de contexto”, los medios mexicanos cubrieron la nota y pasaron al siguiente tema como si fuese algo menor: una noticia más y ya. Por ejemplo, la fotografía de Emilio Lozoya cenando en el Hunan causó mucha mayor conmoción en la prensa y el tema se debatió con mayor profundidad y duración.
Con todo lo indignante que pueda ser que un criminal confeso como Lozoya esté cenando libremente en un restaurante de lujo, y pese a que su actitud exhibe la podredumbre del sistema mexicano de procuración de justicia, los Papeles de Pandora exponen algo aún más grande: un mal estructural de México y del sistema económico mundial, una de las principales causas de la atroz desigualdad que caracteriza a nuestro país y a buena parte de las demás naciones del mundo.
Se sabe, la desigualdad socioeconómica y la concentración de la riqueza han sido los sellos distintivos del modelo económico neoliberal. Según cifras de Oxfam, el uno por ciento de las personas más ricas del mundo posee más del doble de la riqueza que está en manos del resto de la humanidad.
Puesto que la brecha entre los ultraricos y las personas promedio se ensancha cada vez más, en el mundo ha tomado fuerza la discusión sobre la necesidad de cobrarles más impuestos a los multimillonarios y a las grandes empresas para paliar la desigualdad.
Y es aquí donde radica la importancia de los Papeles de Pandora: demostraron el volumen de la riqueza que esconden los multimillonarios, los esquemas que utilizan para hacerlo y lo comunes que son estas prácticas para los magnates. Pareciera que casi todas las personas con una fortuna considerable recurren a las empresas offshore y los paraísos fiscales para evadir impuestos.
Por tanto, los Papeles de Pandora también demostraron en dónde se debe poner el acento si se quiere recortar la brecha social. Los paraísos fiscales y las empresas offshore no son prácticas ilegales en sí mismas, pero sin duda contribuyen a mantener y ampliar la desigualdad social. En otras palabras: son un mecanismo de preservación de la concentración de la riqueza que impera en la actualidad.
En columnas anteriores, he argumentado que los postulados socialdemócratas han recobrado vigencia como consecuencia de la pandemia y sus efectos económicos. Particularmente, la función redistributiva del Estado ha retomado fuerza y legitimidad ante diversos sectores sociales en todo el mundo, y México no es la excepción.
Si en la época de auge neoliberal un Estado delgado y condiciones fiscales favorables (muchas veces excesivas) para el desarrollo de negocios eran postulados incuestionables, ahora, más bien, parece indiscutible la necesidad de que el Estado recaude más para ofrecer mejores servicios públicos y una mejor calidad de vida a todos los ciudadanos.
Los Papeles de Pandora arrojaron luz sobre cientos de millones de dólares escondidos, alejados de cualquier gravamen en sus países de origen. El caso mexicano es particularmente doloroso, por tratarse de un país especialmente desigual en el que cohabitan decenas de millones de pobres y algunos de los hombres más ricos de América Latina (y hasta del mundo).
La gestión de Raquel Buenrostro al frente del SAT y sus acciones para evitar la evasión fiscal han sido loables en muchos sentidos, aunque sería deseable que el manejo de este organismo se despolitizara. Sin embargo, más allá de las acciones del SAT, el gobierno de López Obrador no ha querido lanzar una reforma fiscal ambiciosa, que fortalezca la capacidad redistributiva del Estado mexicano.
La coyuntura de los Papeles de Pandora presenta una nueva oportunidad para el gobierno mexicano. Se están cocinando distintas iniciativas diplomáticas para atender, mediante mecanismos multilaterales, la evasión fiscal de las grandes empresas y los multimillonarios. Si el gobierno de AMLO tiene algún compromiso con la agenda redistributiva y si el canciller Ebrard tiene verdadera altura de miras, entonces deberían formar parte de este debate y unirse estas iniciativas. Lamentablemente, dudo que lo hagan.
No obstante, como sociedad, debería causarnos profunda indignación que las élites de un país con cerca de 70 millones de pobres se nieguen a pagar impuestos, es decir, a cumplir con el deber cívico más elemental. Los ciudadanos criticamos severamente al gobierno, y con justa razón, pero es momento de ser igualmente críticos con nuestras élites económicas.