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#OPINIÓN // El AIFA, un paso más en la militarización de México

Jacques Coste

El debate sobre el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (AIFA) se ha centrado en elementos como la conectividad aérea de la Ciudad de México, los costos del proyecto, comparaciones entre el NAIM (de Peña Nieto) y el AIFA (de AMLO) o si la nueva obra cumple con todos los permisos y requisitos de aviación de un aeropuerto internacional.

Yo no soy experto en ninguno de esos temas, por lo que me limitaré a opinar sobre una cuestión en la que sí tengo conocimientos y, a mi parecer, es el aspecto más preocupante del nuevo aeropuerto. Me refiero a que este haya sido construido por militares y al protagonismo de las Fuerzas Armadas en la inauguración.

Vamos por partes. En diversas ocasiones he denunciado en este espacio la creciente militarización que estamos viviendo bajo el gobierno del presidente López Obrador. Tal parece que AMLO visualiza en el Ejército cuatro características fundamentales para su estilo de ejercer el poder y para la consecución de sus objetivos: obediencia sin miramientos, disciplina estricta, opacidad y facilidades para saltarse distintas trabas legales, institucionales y de rendición de cuentas.

Del mismo modo, he sugerido en este y otros espacios que la militarización no es del todo nueva: adquirió una dimensión más profunda durante este sexenio, al pasar de la seguridad pública a otras áreas del gobierno, pero es un proceso histórico que lleva gestándose desde los tiempos de Felipe Calderón e incluso encuentra algunas de sus raíces profundas en el trunco proceso de transición democrática en México.

Esto se debe a que la democratización del sistema político mexicano no trajo consigo un nuevo balance institucional entre el poder civil y el poder militar, sino que los viejos arreglos políticos informales entre el Ejecutivo federal y las cúpulas castrenses continuaron operando. No obstante, al mismo tiempo aumentaron los recursos económicos, la importancia política y la participación del ejército en diversas tareas de gobierno: primero, en la seguridad pública y, después, en toda una serie de labores, como la construcción de obras de infraestructura y la ejecución de programas sociales.

En tal sentido, estamos en el peor de los mundos posibles: por un lado, un Ejército con cada vez más facultades (muchas de ellas irregulares, algunos dirían que ilegales), más recursos y mayor peso político y económico; por otro lado, un gobierno civil cada vez más dependiente de los cuerpos militares para cumplir con sus obligaciones básicas, una cúpula política mayoritariamente favorable al empoderamiento del Ejército y un presidente que coloca a las fuerzas armadas en el centro de su discurso y su proyecto político.

Pues bien, con la inauguración del AIFA el proceso de militarización se profundizará y se acelerará. En primer lugar, mucho se ha criticado que la obra se inauguró inconclusa y sin las vías de acceso necesarias para su operación normal; sin embargo, en muchos sentidos, los militares le cumplieron al presidente: le entregaron un aeropuerto nuevo y hasta cierto punto funcional (al menos lo suficiente para inaugurarlo) en menos de tres años desde que arrancaron las obras.

Por tanto, es probable que, al hacer la comparación con el resto de los proyectos insignia de su administración, el presidente concluya que, en efecto, encargar la construcción a los militares es la solución para finalizar las obras durante su sexenio, sorteando así obligaciones legales, ambientales y de rendición de cuentas.

Si de por sí los militares ya están participando en el resto de los proyectos de infraestructura del presidente (no sólo en la construcción, sino también en la administración), ahora es altamente probable que su papel cobre mayor importancia. Así, la espiral de participación castrense en tareas civiles crecerá y, en consecuencia, la insana dependencia militar del gobierno y el poder político-económico de las fuerzas armadas, también.

En segundo lugar, el Ejército no sólo construyó el aeropuerto, sino que también va a explotar sus operaciones civiles y comerciales mediante una empresa cuya dirección estará ocupadas por altos mandos militares.

De este modo, las fuerzas armadas poco a poco se convierten en un jugador económico de más peso: año con año, aumenta su presupuesto público y, ahora, tendrán acceso a cada vez más dinero obtenido mediante la operación de los proyectos de infraestructura que actualmente construyen.

Si continuamos avanzando en esta dirección, pronto las empresas y los inversionistas tendrán que tener trato cotidiano con los militares para hacer distintos tipos de negocios en México. Esto es muy peligroso, pues ya observamos que la militarización pasó de la seguridad pública a otras labores de gobierno; ahora, también podría dar el salto a la economía y la política.

En tercer lugar, fue impresionante palpar el ánimo y escuchar los discursos de la cúpula militar en la inauguración del AIFA. Me parece que estamos presenciando a un Ejército más politizado, en creciente sintonía con el presidente, que demuestra esta simpatía de forma cada vez menos tímida y más abierta y decidida.

Con un Ejército politizado y con la tendencia de militarización al alza, pronto podríamos observar a elementos castrenses que participen en contiendas electorales, o que no se contenten con ocupar sus dependencias tradicionales en el gabinete, o que busquen gubernaturas o diputaciones.

Así las cosas, la militarización de México continúa avanzando. Lejos de detenerse, este proceso histórico se está acelerando. Mucho me temo que los historiadores del futuro verán la inauguración del AIFA como una de tantas líneas rojas que hemos cruzado en la ruptura del equilibrio entre el gobierno civil y las fuerzas armadas. ¿Hasta dónde llegaremos?

Las opiniones emitidas por los colaboradores de Metapolítica son responsabilidad de quien las escribe y no representan una posición editorial de este medio.

Jacques Coste, consultor político, ensayista e historiador. Twitter: @jacquescoste94

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